Revista Insólito

Al compás del viejo tren

Publicado el 14 junio 2023 por Monpalentina @FFroi

Cómo no guardar en la memoria, aún en nuestros días cuando viajamos ya en AVE, el sonido tan exclusivo y peculiar de aquel viejo tren de La Robla de finales de los años 60, aquel clásico chacachá-chacachá-chacachá, machacón por demás y suspendido en el tiempo y en el espacio; con sus característicos vagones y sus asientos de madera que tanto llamaban la atención.


Al hilo de ese curioso chacachá, se perpetuaba un tiempo en el que, con procedencia fija de León y destino final en la estación de Bilbao a la que arribaría al cabo de unas cuantas horas de peregrinaje por su particular camino de hierro, a eso de media mañana este viejo tren llegaba ceremonioso y renqueante, y con un marcado retraso ya asimilado por la costumbre, hasta la estación de Guardo y luego de Santibáñez de la Peña, en nuestra Montaña Palentina, donde un nutrido grupo de estudiantes -unos niños todavía en aquel entonces-, esperábamos expectantes su llegada, pendientes de nuestro más próximo destino en el internado de los frailes alemanes sito en la localidad de Cervera de Pisuerga; en lo que para nosotros representaba ya el último tramo del viaje de aquel día. Pues en cuestión de escasas horas, contando con el consabido retraso que de común arrastraba, aquel viejo tren nos conduciría por aquellas vías hasta la estación de Vado-Cervera; donde nos esperaba ya el autobús que, en cuestión de minutos, nos acercaría hasta la misma puerta del Colegio; en aquellos densos y dilatados años de nuestro tiempo de internado. Y es que el viaje a bordo de aquel viejo tren, del que, como chavales que éramos, nos llamaba la atención una infinidad de cosas, en aquellos años resultaba ya una pequeña odisea en sí misma el viaje, surgiendo de pronto su estampa de entre la espesura del bosque para atravesar a continuación por un paisaje montañoso a uno y otro lado de las vías. Y siempre acompañándole su constante y cansino chacachá. Nos subíamos al tren y, de entrada, nos sorprendían ya los propios asientos, elaborados totalmente en madera, y enfrentados uno a otro a lo largo de los diferentes vagones. También, los paisajes tan espectaculares y cambiantes por los que se atravesaba y la propia locomotora en sí, que arrastraba con marcada pereza aquel viejo tren de cada día, un tanto cansada y renqueante ya al llegar a la estación. Y el hecho curioso que tanto nos llamaba la atención, de que el revisor del mismo para pasar de un vagón a otro y controlar los billetes de los viajeros, tuviese que salir al exterior del tren asido a la propia puerta por su parte externa. Y que luego, cuando en el colegio nos pasaban aquellas viejas películas del oeste, el tren que casi siempre aparecía en ellas, atravesando renqueante también aquellos paisajes tan espectaculares y llenos por igual de bandidos y forajidos a la carta, nos resultaba de un parecido increíble para con nuestro tren de la Robla. E incluso llegábamos a pensar si aquel tren de la pantalla, no sería en realidad nuestro viejo tren de la Robla que tan cercano teníamos. Entretanto, y a punto ya de concluir el viaje, de pronto, un profundo y continuado pitido del tren al doblar una de las últimas curvas del recorrido, parecía romper por unos instantes la monotonía de aquel repetido chacachá y nos anunciaba que estábamos llegando a la estación de destino.


Fin del viaje, pues, para nosotros; y comienzo de otra aventura dentro del propio internado; si bien muy diferente, más prolongada en el tiempo y añorando en muchos momentos el día, empero todavía muy lejano, en el que, con inmensa alegría por nuestra parte, se produjese el viaje de vuelta hasta nuestras casas a bordo de otro tren del mismo estilo de aquella vieja Robla de entonces.

Para saber más, en Curiosón:

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