Desde el jardín (Being there), la novela de Jerzy Kosinski llevada al cine por Hal Ashby y protagonizada por Peter Sellers, fue leída como una sátira de un mundo al que se veía falto de rumbo. Un jardinero sin muchas luces -no sabe leer ni escribir y su única actividad, además de la floral, es ver la televisión-, es expulsado de la casa donde siempre ha vivido. La muerte del anciano dueño de la casa donde había permanecido toda su vida le deja sin techo y sin horizonte. Ahí afuera está perdido: el mundo no es lo mismo que la televisión. Los abogados, fríos como los balances de una empresa, le invitan a marcharse. Él no es "su problema". Armado con un elegante traje, un bombín, un paragua y una maleta sale, sin destino e ingenuamente, a una ciudad falta de compasión. Un niño grande a la intemperie.
Si Don Quijote desafiaba a un incipiente capitalismo desde su locura, Chance, el cuidador de un jardín olvidado, desafiaba a la maldad desde su inteligencia de niño pequeño. Si el hidalgo manchego terminaba conquistando a las fuerzas vivas de su entorno con su honestidad, el jardinero de su propio jardín terminaría en las más altas esferas de la política norteamericana prácticamente sin abrir la boca. A los mandos podían estar los menos capacitados. Chance, al menos, era honesto. Los demás forzaban el espejo para reflejar en él sus propias necesidades. Inquietante. Al Este del Edén había un paraíso. Pero nos expulsaron.
Cuando se publicó esta novela corría el año 1970 (en la estela del mayo del 68) y la política empezaba a dar muestras de que no era mucho más sofisticada que veinticinco años antes, cuando el mundo salía de una guerra mundial con más de cincuenta millones de cadáveres. La famosa pregunta de Chomsky (¿hay algún adulto en la sala?) no ha dejado de resonar en nuestros oídos y el jardín de la política, pese a vestirse como un campo versallesco, cada vez emerge más como un devastado campo de batalla poblado por generales idiotas y estadistas de opereta. Cuando se estrenó la película, en 1979 ya estaban entre nosotros Juan Pablo II y Margaret Thatcher.
Igual que Woody Allen siempre ha gustado más en París que en Ohio, la política europea siempre ha creído tener un punto de circunspección de la que carecía el norteamericano medio. Aunque al final Almodovar triunfó en Nueva York y la Obamamanía cautivó el corazón europeo de los que no tenían corazón para Palestina, Afganistán o Libia. Al final, el agua caliente y el agua fría se convirtieron en agua tibia. Y llegó el Presidente del pelo naranja. Si en Estados Unidos puede haber Presidentes payasos ¿por qué un Alto Representante de la Unión Europea no puede ser igualmente un payaso? Con la elección de Ronald Reagan el mundo supo que un actor de tercera podía ser Presidente. ¿Pero no fue ese Presidente de opereta el que le dobló el brazo a la Unión Soviética? A repensarlo casi todo.
De aquellos polvos estos lodos. Donald Trump no ha hecho sino seguir la estela de Reagan, de George W. Bush, de Sarah Palin y el Tea Party. De la misma manera que Liz Truss es la historia repetida como farsa (ha estado en la más alta magistratura británica durante apenas 65 días, suficientes para dejar al país en barbecho). Una gestión tan nefasta que algunos han empezado a echar de menos al histrión Boris Johnson. Todo con tal de no entrar a fondo en la gran mentira que ha significado el Brexit. Grandes liderazgos para un gran tiempo.
La Unión Europea ha dejado de ser soberana. Apenas Alemania era capaz de tomar sus propias decisiones, aunque pusiera de rodillas a Grecia -y después, a toda Europa- con sus maneras neoimperiales. Pero ya no. EEUU le ha obligado a cerrar los gasoductos con Rusia, y cuando han visto que a lo mejor no lo estaba haciendo del todo, han volado directamente el NordStream 1 y 2. La misma Europa sumisa que reconoció a Guaidó por exigencias norteamericanas. Un mediocre autoproclamado en una plaza que lo único que ha hecho ha sido robarse el dinero de todos los venezolanos, especialmente de CITGO, la red de gasolineras en los EEUU. Ya no le reconocen ni los suyos, pero Europa sigue esperando a ver qué le ordena Washington. Borrell el obediente.
Esta Europa sin rumbo, que está en guerra en Ucrania en un conflicto que solo le interesa a los EEUU, necesita una caricatura como la que representa Josep Borrell como Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, para acompañar todo este sinsentido.
Viene el invierno del descontento y la proporción de gente en Europa que no entiende la guerra en Ucrania crece. Queremos más diálogo, más diplomacia y gastar menos en armamento. Una industria de la guerra que solo beneficia a los halcones y al capitalismo del Pentágono. Borrell se ha creído obligado a explicarnos que debemos ir por el buen camino:
"Sí. Europa es un jardín (...) Nosotros hemos construido un jardín. Todo funciona. Es la mejor combinación de libertades políticas, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad haya construido nunca (...) La mayor parte del resto del mundo es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín (...) la jungla tiene una fuerte capacidad de crecimiento y el muro no será lo bastante alto como para proteger el jardín".
A Borrell le preocupa la influencia de Rusia y China en África y Asia. Y para hacerse entender hace metáforas propias de Ginés de Sepúlveda en el siglo XVI. Y vuelve a difamar a Bartolomé de las casas. Luego que si la leyenda negra es un infundio... Lo que algunos llaman "cooperación sur-sur", para la Unión Europea es "jungla sobre jungla". Luego ha querido explicarse Borrell, pero como dicen en el país donde Guaidó es Presidente Encargado -aunque Biden solvente los asuntos con el Presidente Maduro-, "no aclares que oscureces". La arrogancia europea está a la altura de su capacidad histórica de saquear. La Modernidad europea siempre ha sido eurocéntrica y ha mirado con desprecio a cualquier cultura que no fuera "calco y copia" de la tradición griega, romana, española, portuguesa, francesa, alemana, holandesa, belga o británica. Hasta Marx metió la pata analizando la independencia latinoamericana o el colonialismo británico. En su obra madura rebobinó, pero esa parte se lee menos. Toda la reflexión decolonial (Fanon, Boaventura de Sousa Santos, Mignolo, Dussell, Segato, Bell, Shiva) debiera haber hecho alguna mella en la más alta representación de la Unión Europea fuera de sus fronteras. Borrell cada vez parece más un instructor de Full Metal Jacket.
Los rusos no han tardado en rematar en esa pelota que Borrell ha dejado botando: "Europa construyó su 'jardín' a través del bárbaro saqueo de la 'jungla'". China, Rusia, India, Pakistán, Indonesia van construyendo sus propias asociaciones al margen de Europa. Los EEUU llevan a Australia a su lógica militar, igualmente alejados de París, Berlín, Roma y Madrid. Mr. Chance, el jardinero sensato de la novela, le hablaba a políticos obtusos como el socialista catalán: "Un jardín necesita muchos cuidados y amor. Y si das a tu jardín mucho amor, las cosas crecen. Pero primero algunas cosas deben marchitarse". Y Borrell ha entendido que tiene que marchitarse el mundo para que el resecado jardín europeo parezca más cuidado.