¿A quiénes la historia reconoció como filósofas? ¿Hubo un miedo histórico a que las mujeres piensen? ¿Cómo se pensaron y se piensan desde la filosofía temas claves como el género y el aborto? Para acercarse a estos interrogantes, Las/12 convocó a Silvia Magnavacca, María Luisa Femenías y Yanina Guthmann para que dieran sus visiones en torno al pensamiento filosófico que ejercieron y ejercen las mujeres. Porque tal como señala – irónicamente– una de ellas “algunas mujeres muestran excelencia, como algunos de los esclavos de Aristóteles tenían alma de hombres libres”. Una de las pasiones de Silvia Magnavacca (doctora en filosofía, profesora titular regular de Filosofía Medieval en la Universidad de Buenos Aires e investigadora del Conicet) es reconstruir ese pasado de los mundos medievales en el que las mujeres se veían rodeadas de un contexto bien difícil que les impedía pensar y donde tuvieron que ingeniárselas para –a pesar de las resistencias imperantes– poder estudiar. Como punto de partida señala que no es que no hayan existido mujeres filósofas; es que los filósofos han preferido olvidarlas, aunque quizá después se hayan apropiado de sus ideas. Por su parte, María Luisa Femenías –también doctora en filosofía y titular de la cátedra de Antropología Filosófica en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata– subraya que “una primera dificultad es rescatar del anonimato a las filósofas. Esto implica suponer que las hubo y comenzar a trabajar en consecuencia en archivos de todo tipo. Porque en principio no contamos aún con una genealogía más o menos completa de filósofas como sí contamos con una (o varias) genealogías de filósofos. En general –-continúa–, los estados tienden a transmitir aquello que consideran valioso, y nunca en sentido estricto el trabajo intelectual de las mujeres fue –salvo por la vía de la excepcionalidad– considerado valioso. Y de modo relativo en los últimos cien años, por poner una fecha generosa”.
OSADAS ANTIGUAS Y MEDIEVALES
Para comenzar el recorrido, Magnavacca da cuenta de los contextos en los que pensaban las mujeres medievales: “Dado que la Iglesia monopolizó la vida intelectual, el convento era uno de esos contextos. La vida monacal era la única posibilidad que durante muchos siglos –diría que hasta el XII– tenían las mujeres inclinadas al pensamiento. Es el caso típico de Eloísa y de las Abadesas Rosvita, del siglo X, e Hildegarda de Bingen, del XII. Otro contexto es el de la corte de los reinos florecientes en los tres últimos siglos medievales. En ese horizonte, las mujeres, algunas de ellas más bien, usufructuaron una posición privilegiada de sus respectivas familias para acceder a elementos fundamentales de la cultura, como el uso de las bibliotecas, el contacto con viajeros, la conversación con interlocutores de óptimo nivel intelectual, como Christine de Pizan, muy estudiada últimamente. El tercer contexto es el de la universidad, ámbito que, lamentablemente, les fue el más hostil, desde el momento en que, desde su creación, todos los estudios estaban orientados hacia la Facultad de Teología, en manos de la Iglesia”.
Mientras que existen mujeres fuertes en las tragedias (Antígona, por ejemplo) y algunos nombres de poetas –como el caso de Safo–, respecto de las filósofas, Femenías dice que los primeros nombres están vinculados a las Pitagóricas. Ellas son Themistoclea o Theano (siglo VI a. C.). Y agrega: “Las fuentes tienden a transmitir sólo los nombres considerados ‘excepcionales’, o en relación con sus maridos, órdenes religiosas o escuelas. Rara vez, hasta la modernidad, se tiene un panorama amplio de los intereses y de las obras completas de las mujeres de modo ‘individuado’”.
Siguiendo en esta línea, Magnavacca rescata a dos de las más innovadoras mujeres filósofas: “Margarita Porete, autora de El espejo de las almas simples, obra en francés que proponía una concepción antropológica diferente y, por tanto, también una espiritualidad diversa de la vigente. El planteo de Margarita es el de propugnar el triunfo de la señora Amor contra la Razón que personifica a la Escolástica universitaria. La potencia dramática de su escritura, además, prenuncia el Humanismo. Pero lo crucial es que osó predicar en público doctrinas heréticas. Esto hizo que la condenaran a muerte en 1310. Rosvita de Gandersheim, siendo abadesa, frecuentaba la corte como biógrafa de la familia de Otón I y allí se interesó por las maravillas que oía describir de una cultura completamente distinta en la musulmana ciudad de Córdoba y se interiorizó en ella hasta donde le fue posible. Aprendió normas de la dramaturgia y, como Sartre, escribió obras teatrales para expresar su filosofía. En esas obras, admiradas aun por Anatole France y que hoy nadie dudaría en calificar de metafísicas, Rosvita describe los conflictos y el caos de la vida humana, planteando una tesis filosófica sobre la armonía. Lo curioso es que sólo las mujeres, no los hombres, son capaces de conducir a esa armonía que, por lo demás, se basa sobre la rectitud moral”.
La ya citada Hildegarda de Bingen fue una abadesa muy osada en muchos sentidos, que creó un nuevo tipo de lenguaje filosófico y hasta científico. “Es sorprendente que, en la búsqueda del equilibrio, Hildegarda se extienda sobre las diferencias entre la sexualidad femenina y masculina y sus respectivos tipos de placer”, continúa Magnavacca. Ella dice, por ejemplo, “que el amor físico de un hombre es semejante a un incendio; el de la mujer, al calor parejo que viene del sol”. Para Hildegarda, que seguía la antigua distinción entre los cuatro humores, las personas con mayores dificultades para el amor físico son las de temperamento melancólico, por llevar en ellas un sentimiento de muerte. Los hombres melancólicos desean a las mujeres como lobos solitarios, pero no las aman realmente; las mujeres melancólicas, por su parte, pueden experimentar por breve tiempo la pasión, pero las agota y la olvidan en seguida, por lo que viven mejor si no se casan.
Esos rasgos de “excepcionalidad” por los que sí se recuerda a algunas mujeres filósofas tenían que ver, la mayoría de las veces, con las virtudes morales o domésticas (“si era fiel y leal, por ejemplo”) y valían más que sus logros intelectuales. “Siempre se las cita en relación con sus maridos o maestros –puntualiza Femenía–, suponiendo o dando a entender que sostenían las mismas ideas filosóficas que ellos. Pienso ahora en las romanas Arria mayor, Arria menor y Fannia (siglo III). De ellas dice Plinio el Joven lo que dice de sus esposos: que pertenecieron a la escuela estoica, que se opusieron al Imperio defendiendo la República, que siguieron a sus maridos al exilio o permanecieron vivas luego de sus muertes para criar a los hijos”.
Ante tanta oscuridad reinante, se conoce a una que en esos tiempos vivió de la filosofía. Todo un ejemplo de filósofaempresaria, en tanto fue la primera escritora que vivió de su trabajo. Fue Christine de Pizan quien, viuda muy joven, debió mantener a sus hijos valiéndose de la cultura que su padre, un hombre inteligente y valeroso, le había procurado contra las costumbres de la época. Por eso, pudo ganarse la vida en la corte francesa de Carlos V, escribiendo biografías, copiando obras de Aristóteles y convirtiéndose, a través de su scriptorium, en la primera mujer editora que conocemos. “Ese bagaje cultural le permitió elaborar una de las también primeras obras de defensa filosófica de la mujer, La ciudad de las damas, donde tres personajes también femeninos, la Razón, la Rectitud y la Justicia, invitan a construir una fortaleza para combatir los prejuicios y promover la igualdad de dignidad hombre-mujer.” Parece ser que en la Universidad de Bologna, dos mujeres se atrevieron a dar clase, precisamente de lo que hoy llamaríamos Filosofía del Derecho y hasta de Derecho Canónico. Fueron Bettisia Gozzadini y Novella D’Andrea, siglos XIII y XIV, respectivamente. “La leyenda –porque no nos han llegado obras de ellas– dice que daban clase cubiertas con un velo o aun detrás de un telón. Unos sostienen que para que su belleza no distrajera a los estudiantes. Otra versión, menos benévola –y en la que creo– dice que era para que no vieran cómo los jóvenes se burlaban de ellas dando espectáculos vergonzosos. Nos ha costado mucho salir de detrás del telón... Y mucho tenemos que agradecer a las medievales”, concluye Magnavacca. SEXO-GENEROS Y ABORTO
Si nos movemos más acá en el tiempo podemos preguntarnos cómo la filosofía ha pensado los sexos. Femenías repasa: “En general, el discurso filosófico tradicional (incluido el igualitarista) ha pensado los sexos binarios a partir de lo que Thomas Laqueur denomina el paradigma normadefecto. Los varones aparecen como la norma y las mujeres como la carencia. Es decir, se nos ha pensado de modo inferiorizante y, por tanto, excluidas de las genealogías de filósofos, salvo por la vía de la excepcionalidad. Esto hay que matizarlo, y preguntarse si la ausencia de las mujeres del discurso filosófico tuvo o no consecuencias. Yo creo que sí, entonces, la pregunta siguiente es cuáles y de qué manera se construyeron mecanismos de invisibilización de esa ausencia. Es decir, cabe preguntarse por los mecanismos históricos que invisibilizaron a las pocas que lograron sortear las prohibiciones que cada época supo imponerles. Por eso, una pregunta desemboca en otra vinculada al canon, a los modos de construcción y transmisión de los saberes y, también, a los modos de su legitimación. En otras palabras, nos encontramos aún ante la exigencia de justificar la necesidad de examinar el subtexto de género de los diversos niveles del saber en general y de la filosofía y del canon filosófico en particular. Lo más importante es que podemos hacerlo con las mismas herramientas conceptuales que ha desarrollado la crítica filosófica. De ahí que, paradójicamente, la filosofía que oculta sea la que brinda herramientas privilegiadas para desmontar sus propios supuestos sexistas”.
¿En qué contexto teórico surge la categoría de género? Distintas corrientes teóricas dentro del feminismo, de los estudios de género y de la teoría queer proponen diversos puntos de partida sobre la incorporación del término “género” en su sentido técnico actual. “Simone de Beauvoir, por ejemplo, denunció el papel preponderante en que los modos de socialización que intervienen sobre la distinción biológica que diferencia ‘mujeres’ de ‘varones’, en 1949. John Money también utilizó la palabra ‘género’ como opuesta a ‘sexo’, y en Estados Unidos hacia finales de los sesenta ya se la utilizaba para designar lo culturalmente construido sobre la diferencia sexual, considerándose el ‘sexo’ como un ‘dato’ biológico (dimórfico y natural) y el ‘género’ como el ‘sexo vivido’ o lo ‘socioculturalmente construido’”, dice Femenías. En la época, esa distinción, favoreció la analogía “el sexo es al género como la naturaleza a la cultura”, sumamente fructífera y extensamente desplegada pero, a partir del giro lingüístico, se la criticó hasta abandonársela, tal como sucede en el pensamiento de Judith Butler. Ella considera que, en definitiva, en tanto el sexo también es un constructo cultural, sexo y género pueden utilizarse indistintamente. “Género” funciona aún como una herramienta teórica útil para el análisis conceptual de un conjunto de problemas vinculados, en principio, a la situación de segregación y de discriminación de las mujeres y de las denominadas “minorías sexuales”. Quizá lo más importante fue que mostró con claridad la relacionalidad de los sexo-géneros y el alto grado de intervención social que constituye a los individuos en miembros generizados de la sociedad, rompiendo con el preconcepto de tipos “naturales” femeninos y masculinos.
Con respecto al aborto, la filosofía lo trabajó vinculado a la noción de persona. ¿Cuándo hay persona? ¿Cuáles son los límites a la calidad o cualidad de persona? “Los limites tienen que ver con el origen y el fin. El origen pasa por preguntas como si un embrión de un mes es persona. Nuestra ley dice que sí, que lo es desde el momento de la concepción, y es la posición actual de la Iglesia. Por otro lado, históricamente, San Agustín y Tomás de Aquino, por ejemplo, ponen el origen de la persona en el tercer mes de embarazo. Incluso, la Iglesia declara que el aborto es homicidio en 1929; antes era pecado grave.” Femenías deja planteada su posición: “Lo importante en relación con el aborto es el derecho a decidir. Hay sectores del catolicismo que defienden eso. Yo creo que no se le puede menguar su propia cualidad de persona a una mujer adulta, decidiendo por ella. Hay que permitirle que decida según su situación vital, que es irrepetible. Hay que dar este debate en la sociedad, abrir el juego a una discusión libre, abierta, donde cada mujer, cada pareja, pueda decidir según cada caso. Es un tema que la sociedad merece discutir con más altura”.
FILOSOFAS CONTEMPORANEAS
Yanina Guthmann empezó su licenciatura en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires –donde fue alumna de Silvia Magnavacca– y terminó sus estudios en La Sorbonne, en París. Luego se doctoró en Ciencias Sociales en la UBA. Sobre las filósofas contemporáneas, dice que enseguida le viene a la cabeza el nombre de Françoise Collin. “En principio, porque personalmente he aprendido mucho de ella durante mi estadía en París, luego porque la pregunta sobre mujeres filósofas encierra aquella otra pregunta de por qué hay pocas o se conocen poco y creo que el pensamiento de Françoise puede ayudar a pensar algunas respuestas, comprender algunos de los prejuicios y razones que constituyeron un canon de filósofos hombres. Lo que viene a hacer Françoise Collin desde la filosofía y los estudios de mujeres, es conectar el mundo de la militancia y el de la academia, de la acción y el pensamiento, del pensamiento y la teoría. Ella, de algún modo, es parte de ese segundo feminismo, un feminismo que ya no es simplemente una reivindicación relacionada con el cuerpo, con la violencia sino también una reivindicación cultural y política. Hay una idea sobre empezar a pensar el punto de vista de las mujeres que se corresponde con algunos de los estudios de filosofía más posmodernos, no necesariamente feministas –como Deleuze y Derrida, por ejemplo–, que son nuevas descripciones del mundo. Ella dice: ‘Somos, al mismo tiempo, seres humanos y también mujeres’. Entonces, al mismo tiempo que articula un pensamiento de la especificidad no reivindica esa especificidad.”
Sobre qué rescatar de ella, arriesga que no es fácil elegir qué priorizar. “Pero sí remarcaría el modo en que inserta la historia de las mujeres en la historia común o, para decirlo en otras palabras, el modo que inserta su reflexión filosófica en la reflexión filosófica sin más.” En particular, ha tomado muchos de los leit motiv fundadores del feminismo como “lo personal es político” o “no se nace mujer, se deviene” y se anima a ir más allá. No tiene miedo de aceptar que eso es parte de la lucha feminista, pero que igual se pueden seguir pensando. Y hay una lucha por decir algo nuevo sin que sea una imposición. Y en ese sentido critica toda metafísica de los sexos. Critica los esquematismos que se han construido en torno a la diferencia sexual y discurre acerca de las diferentes interpretaciones sobre la diferencia sexual. Señala la imposibilidad de definir hombre y mujer así como la disociación entre las categorías masculino y femenino con la realidad biológica y, aun, social. Por otro lado, frente a la idea de que se deviene mujer agrega que también se nace mujer, no por reivindicar lo cultural hay que negar lo femenino, lo que tradicionalmente se asocia a ella, como por ejemplo, la maternidad... “Ella sigue pensando esos grandes conceptos sin miedo a que ir más allá signifique perder algo de lo que se ha ganado en el terreno de la lucha feminista, mostrar las contradicciones internas de los discursos permite volverlos todavía más sofisticados y más eficaces.”
Cuando el feminismo deviene en teoría
“Una de las tareas que emprendieron las feministas en los ’70 fue la de revisar los saberes instituidos. El feminismo comienza a transformarse en una reflexión teórica y no sólo en un activismo”, subraya Diana Maffía, doctora en Filosofía, feminista, docente de Teoría del Conocimiento, consejera académica en el consejo de la magistratura –donde propuso generar un observatorio de género– y directora del Centro Cultural Tierra Violeta, donde también dicta clases y seminarios. Y despliega: “Entonces, cuando pensamos en el inicio de la segunda ola del feminismo, una tarea a emprender era recuperar –y la palabra recuperar también tiene este sentido de ir a bucear en la historia– aquello a lo que no se le dio valor. Revalorizarlo y armar un repertorio de figuras que estuvieron ocultas en la filosofía, la historia, la antropología, la psicología, la medicina, la matemática, etcétera.” Desde tiempos remotos se repite esta cuestión de marginar a las mujeres, pero ¿qué ha dicho la filosofía en particular de la condición femenina?
Nos encontramos con un territorio minado, absolutamente tergiversado, sesgado. En la historia tradicional de la filosofía, no se nos reconoce como sujetos, hubo una visión de las mujeres como irracionales, incapaces de un conocimiento genuino, alguien que tenía una naturaleza que la hacía incapaz para la ética, una naturaleza que la expulsaba de la ciudadanía, unas condiciones enfermizas en su propia condición biológica y psicológica. Los varones se ponen como paradigma de lo humano y expulsan como alteridad –pero expulsan de la humanidad, no de la condición masculina– a las mujeres. Entonces ese doble aspecto de quedarse como embajadores de lo humano y desterrar a las mujeres de lo humano hace que desaparezcamos del mapa intelectual no solamente porque se nos ignora como sujetos sino porque somos puestas como objeto de su saber. ¿En qué contexto temporal y hasta cuándo se extiende?
–Esto pasa en la filosofía antigua con Platón y Aristóteles claramente, pasa en la filosofía medieval con Santo Tomás, pasa en la filosofía moderna con prácticamente todos los filósofos modernos. Por ejemplo Locke, en Dos tratados sobre el gobierno, dice que el conflicto entre los seres humanos se produce por la propiedad, y hay dos cosas que son las que más conflicto producen entre los seres humanos: la propiedad de la tierra y la propiedad de las mujeres. Es decir, las mujeres son puestas como parte de la posesión. Se crean instituciones en el Estado, como las universidades y las academias donde las mujeres tienen prohibido el ingreso, y la condición femenina se va a describir de una manera tal que es imposible que nosotras razonemos filosóficamente si no somos racionales por una deficiencia de nuestros cerebros. ¿Hubo una apropiación de ideas filosóficas y de ideas políticas?
–Sí. Marx toma muchas cosas de Flora Tristán; sin embargo de Flora Tristán no se acuerda nadie. De ella dicen que era la abuela de Paul Gauguin. Generalmente, cuando hay algún protagonismo es un protagonismo relacional y no individual. Cuando se comienza a aplicar la ley de cupo, a partir del año 1994, muchas mujeres hacían que sus proyectos los firmaran varones, para que fueran tomados en cuenta. Esto sigue pasando y no estamos en la prehistoria. Durante muchos años, la educación de las mujeres eran los bordados, las puntillas y la conversación agradable. ¿Cuando ocurre la apropiación del saber por parte de las mujeres?
–Esa fue otra tarea. Decir me apropio del saber, y comienzo a construir mi propia visión con respecto a la filosofía. Y ésta es la etapa más interesante porque se pasa del aspecto crítico (que nunca se termina) a una producción creativa que es quizá lo más interesante que comienza a hacer el feminismo como teoría: producir teoría feminista. Y esto es algo que en el último cuarto del siglo XX tiene un impacto enorme sobre el conocimiento, sobre la filosofía... ¿Cuáles fueron los aportes del feminismo a partir de tomar el concepto de género para su teoría?
–El concepto de género es una apropiación que hace la teoría feminista. Era un concepto de la sexología de los años ’50 para explicar la relación entre lo natural y lo adquirido con relación a la sexualidad. El feminismo lo toma para mostrar de qué manera se construyen los géneros, de qué manera se construyen aquellas identidades sociales basadas en la diferencia sexual. Eso no solamente da una visión crítica sobre estas construcciones y la posibilidad de que si se construyen también se pueden deconstruir y construir de otras maneras, y entonces hacer políticas de género vinculadas con la producción de este tipo de subjetividades. Y prestar atención al modo en que cada uno percibe su subjetividad, autorizar la subjetividad. Sería imposible tener una ley de identidad de género como la que tenemos si no fuera por un cuarto de siglo de pensamiento feminista y luego de la teoría queer sosteniendo este tipo de autoridad perceptiva sobre la propia identidad, la propia sexualidad y la propia subjetividad. ¿Y con respecto a otro tema clave para la vida de las mujeres como el aborto?
–Claramente, el aborto tiene una serie de complejidades. Las cuestiones políticas vinculadas con el aborto, las relaciones de poder y la toma de decisiones. La cuestión legal, la cuestión ética, la cuestión bioética del aborto, cuestiones que tienen que ver con aspectos científicos o biológicos que se nos ponen por delante cuando no están todavía suficientemente fundados. Y si nosotras no tenemos acceso a esos saberes, pueden fundarse en esos saberes obligaciones sobre nosotras que en realidad no tienen un fundamento sólido. Pero para saber que no son sólidos tenemos que llegar críticamente, por ejemplo, a la embriología y al origen de la vida. Y revisar las cuestiones teológicas: ¿cuáles son las mujeres en la Biblia? ¿Qué lugar ocupan esas mujeres? No solo Eva y María que son los dos paradigmas de lo bueno y lo malo en relación con las mujeres, sino todas esas mujeres que aparecen en la Biblia, muchas de ellas con autoridad, muchas de ellas con un saber que es escuchado no solamente por los varones sino particularmente por Jesucristo. Encontrar esto para quien es creyente es encontrar algo muy fortificante, muy valioso. Ver cómo se producen esos saberes teológicos. No sólo el Papa o los obispos producen interpretación de los textos sagrados, o sea hacen teología. Todos podemos hacer teología. Hay una teología popular, hay una teología feminista, hay una teología con perspectiva queer, hay una teología latinoamericana, y empiezan a aparecer otros territorios de autoridad sobre la percepción. Todos estos saberes van a ser tomados por el feminismo de manera crítica y se va a producir una intervención muchísimo más compleja.
Nuestro Estado es un Estado laico, sin embargo...
–Es un Estado laico a medias, porque con la reforma de la Constitución se hizo un cambio my importante que es que ya no iba a haber una religión de Estado. Pero lo que negoció la Iglesia en ese momento fue que se iba a seguir sosteniendo el culto católico. Entonces se está sosteniendo económicamente un culto por sobre todos los demás. Y no es poco dinero. Es mucho dinero, incluso se deriva a la Iglesia dinero para que ejecuten políticas sociales que le corresponde ejecutar al Estado. La Iglesia le da a Cáritas muchísimo dinero, y la ejecución de ese tipo de políticas, por ejemplo alojar niños, alojar mujeres adolescentes, tener comedores, tener escuelas va a ser financiada por el Estado, pero van a ser ideológicamente manejadas desde un punto de vista religioso. Entonces es laico y no es laico porque no ha habido voluntad de un Estado laico porque la Iglesia tiene todavía un cierto poder. La Iglesia en sus comienzos permitía el aborto.
–Es muy interesante porque la Iglesia tomaba las ideas platónicas y aristotélicas. El aborto estaba permitido porque se consideraba que el alma tenía una evolución y recién en el tercer mes de embarazo había alma racional, que es la típicamente humana. La Iglesia sostuvo esto hasta mediados del siglo XIX. Es muy reciente la posición de la Iglesia, según la cual la vida comienza en el momento de la concepción. ¿De qué modos incide la Iglesia en el Estado?
–La Iglesia fracasa en proponer como obligación, y con autoridad moral, las conductas que predica sobre cómo evitar el pecado. Fracasa porque hay divorcios, fracasa porque hay homosexualidad y fracasa porque hay abortos. Entonces trata de incidir en el Estado para que éste transforme en delito lo que la Iglesia considera pecado. No hay nadie –y esto creo que es una gran lección filosófica– que se pueda proponer desde su punto de vista como embajador de la humanidad. La humanidad debe ser representada pluralmente e intersubjetivamente. Entonces, ¿puedo genuinamente universalizar mi reflexión? ¿Tengo derecho a imponer esto como una universalidad? Claramente esta posición se resquebrajó con el posmodernismo, porque desaparece la condición de sujeto.
¿Qué dice el feminismo sobre esto?
–Las feministas hemos reflexionado sobre esto y hemos defendido la posibilidad de reivindicar la subjetividad, sobre todo la subjetividad femenina, diciendo bueno, ahora que nos toca poner un otro sujeto, que no es el sujeto, blanco, europeo, hegemónico, masculino resulta que no hay ningún sujeto. Sobre esto se han desplegado muchas expresiones feministas. Si tuviéramos que pensar qué tienen en común estas expresiones teóricas del feminismo es que tienen por delante una praxis emancipatoria de las mujeres, que son parte de una praxis política desde distintos puntos de vista y con distintas articulaciones en la vida política real. Sin embargo, podemos claramente hablar –yo creo que desde el último cuarto de siglo– de una filosofía feminista muy robusta, sólida y muy reflexiva y con las críticas más radicales que hay a las posturas hegemónicas.
¿Que otros supuestos discute la filosofía feminista?
–No naturalizar las condiciones sociales. Parte de la reproducción social es socializar a los hijos. Eso es decirles qué hace una niña, qué hace un varón, para qué estamos preparados, a qué lugares sociales vamos a apuntar, “vos tenés que ser exitoso”, “vos tenés que ser dócil”. El feminismo lo que va a hacer es criticar este rol de reproducción, porque el hecho de ser reproductoras biológicas no es la razón para que tengamos que asumir muchas otras formas de reproducción que son sociales. La reproducción de la socialización de los hijos, la reproducción de la fuerza de trabajo, que es una reproducción que se hace gratuitamente y que al no formar parte de la economía visible –sino a través de las tareas domésticas– nadie paga. Quien paga el salario para ese trabajador, no paga tu reproducción gratuita de la fuerza de trabajo, porque la modernidad, junto con el origen del Estado moderno y junto con el origen del capitalismo, construye un modelo de familia basado en un ideal de amor conyugal y de amor maternal que se expresa mediante la atención doméstica.
¿Qué plantea el feminismo para cambiar esta situación que está culturalmente naturalizada?
–Se comienza a pensar en la economía del cuidado. Ese Estado que se ha ido retirando fue reforzando las responsabilidades de las mujeres. Una persona va al hospital, pero como no hay camas lo mandan a la casa y ¿quién la cuida? Una mujer. El Estado se ha retirado de los aspectos de cuidados, no se considera responsable y en otros aspectos es sumamente deficiente. Si se revierte ese orden y se ordena la economía de un modo diferente, y se piensa la economía como la satisfacción de las necesidades de cuidado que todos los seres humanos tenemos, privilegiás los derechos económicos, sociales y culturales. Ponés el orden del Estado al servicio de una construcción de felicidad colectiva. Y esa contribución a repensar toda la vida social la hacemos las feministas.
Por Laura Rosso Fuente: Página/12