Fallecer. Ese es el gran juego. Participa todo el mundo, y todo el mundo pierde en el pitazo final. La muerte, una máscara de la existencia.
Pero el asesinato es ligeramente distinto, porque es mucho más parecido a ese momento dentro del partido cuando se decide el resultado. Nos sentamos en las gradas, sin saber cuando se producirá ese instante preciso.
¿Sera este un gol? ¿Anotara con este tiro libre? ¿Ganaran si la defensa hace un buen bloqueo? Tal vez sea el momento en que el arbitro pite y señale un penalti.
El asesinato se parece más a un deporte de lo que la gente piensa. Sigue un reloj propio con sus correspondientes reglas.
Se trata de superar obstáculos. Alguien quiere vivir, alguien quiere matar. Todo se reduce al bien jurídico de la vida de una persona física.
Todo parece ser normal y natural, lo que para nuestra cultura es sentirse “bien”. A la final, ese es el terreno del juego...