Revista Libros
Ayer, tras la lectura de Dublinesca por Eduard Fernández (¡existe, existe!) y del simpático coloquio entre Javier Argüello y Vila-Matas, abandoné el Salambó con cierta premura, son sin antes despedir a Ignacio Martínez de Pisón (¿ya te vas? ¡vista y no vista!), a Paula de Parma (con quien sí hablé un ratito antes de...), a Pedro Zarraluki y... medio dejando con la palabra en la boca a Juan Marsé y a Luis Izquierdo, aquienes descubrí sólo al final, cuando me dirigía al aseo antes de emprender la retirada y los sorprendí a ambos acodados en la barra, de pie, y protestando...
Salimos afuera, charlamos un ratito y... ¡a casita!
Y es que llevaba unos días algo desolada, al comprobar el estado actual de mi ropero, en lo que toca al departamento estival del mismo. Con eso de marchar corriendo para Asturias nada más librar... me pierdo todas las rebajas de la temporada. Y allí, no tengo grandes compomisos, así que para estar en el prao o ir a la playa... un niki de algodón de los de siempre y poco más.
La desolación aumentó ayer mismo (cuando me costó decidir qué me ponía: esta semana tuve dos citas comprometedoras y no era cuestión de repetir conjunto), sobre todo después de merodear y ver los precios de la ropa en las tiendas modernosas y creativas de la calle Verdi y alrededores.
Así que esta mañana me levanté con una firme convicción/decisión. Además de hacer huelga (no tengo clases, pero igualmente decidí no dar ni un palo agua, salvo una horita de lectura mientras reposaba copioso desayuno; además, los martes es Martin quien se ocupa de los asuntos domésticos, de modo que tenía margen), me iría al mercadilllo de San Adrián, al que no iba desde hace una década, bien bien...
Desde que no me salía muy a cuenta (o eso pensaba), dado que los hijos adolescentes ya no admitían que les comprarse la ropa y más razones (suelo dar clases los martes, etc.).
Me vestí adecuadamente: una camisa de Martin en cuyo bolsillo superior introduje la tarjeta del bus, y un tejano en cuyos múltiples vestidos fui doblando billetitos de 20 y 10 euros (dados los precios, conviene llevar billetes pequeños para facilitar el cambio). En el bolso (de asas cortas, para encajarlo al hombro, bajo las axilas), un botellín de agua, varias bolsas de tela (¡ecología!) y un libro portátil para el trayecto, más las gafas de recambio.
Las llaves, mejor dejarlas también a buen recaudo.
Partí con calma, consciente (me avisó, siempre optimista, Martin) de que el mercadillo ya no sería lo que fue y de que me costaría orientarme, dado que cada cierto tiempo suelen cambiar la ubicación de los puestos.
Pero una vez allí, no tardé ni quince minutos en ambientarme y actuar. Bastaba con oír los reclamos de siempre:
¡AL LÍO! ¡AL LÍO! ¡AL LÍO...!
¡MODA Y MARCA! ¡MODA Y MARCA!
Y por supuesto, los comentarios y las quejas:
-¡Que no sabéis, nenas, que no sabéis! ¡Que os pensáis que esto es un chino y os he traído el Corte Inglés!
Bueno... al principio (contagiada del pesimismo deMartin) y por aquello de no volverme de vacío, le compré una bolsita de ajos a las gitanas que te venden también tomates y limones y rosas. Luego media docena de prendas de ropa interior y...
Empecé a remenar y remenar en las algo mermadas montañas o pilas de ropa.
Me compré lo siguiente:
1 pantalón de lino negro liso.
Otro lila con delicada rayita negra.
Otro blanco.
Otro de patita de gallo negro y blanco.
2 faldas de lino de blanco de corte evasé.
1 falda de lino negra.
2 camisones de algodón.
1 americana de lino color marfil pálido. ¡Una pasada! Para daros idea de la calidad de la calidad de la confección os diré que las solapas estaban delicadamente hilvanadas para que no se deformasen (que es lo que hacen Toni Miró y Adolfo Domínguez con los bolsillos; raras veces con las solapas)
1 vestido de lino entallado (y forrado, como las faldas, claro) color fucsia.
(Con éste ligo, fijo)
1 blusa de algodón y seda color butano.
2 jersecitos sin manga (uno beig de Massimo Dutti; y otro blanco y negro de Mango). Y no son falsificaciones, que yo entiendo de esto. Normalmente les recortaban las etiquetas, pero será que por la crisis...
Salvo la americana (que me costó 10€) y los jersecitos (a 1€ cada uno), el resto de las prendas valían 5€ (el vestido, sin ir más lejos) o dos prendas 15€.
Total... 70€.
Es decir, he paliado la inmediata pérdida de poder adquisitivo de lo que queda de temporada porque este año ya no piso una tienda por mucha promoción que hagan.
Si acaso, me vuelvo el próximo martes al mercadillo de San Adrián, apenada como lo estoy por Martin, que al volver yo con mis tesoros y mostrárselos, repetía como un disco rayado "Y para mí no había nada, ¿no?". Pues sí, había mucho, pero...
De momento, no obstante, me voy a la mani.