No pasa un día sin que piense que alguna vez pueda escribirte algún verso, pero tú tienes a tus poetas que saben acariciarte con la tinta de una pluma fina, convertidos en amantes.
No pasa un día sin que piense que me gustaría tocarte una falseta, pero se me rompen las púas por el miedo de que una nota se escape de esta partitura, y mi voz se calle por una garganta rota por los años.
No pasa un día sin que te observe desde mi balcón, y recuerde que aquella bendita enfermedad me llevó a ti cada mañana en un tren que ya hoy ha olvidado sus raíles.
No pasa un día en el que cuando mi locura quiere buscar alguna razón, sea ella la que lleve a perderme por tus calles para volver a encontrarme, y dejar que el poniente se enamore del levante.
No pasa un día en el que me siente en un rincón de mi casapuerta, y aquella mujer me diga al oído que parte de mis raíces se quedaron en los adoquines de unas callejuelas, y que fueron ellas las que dejaron las huellas en los pasos de aquel niño.
No pasa un día sin que me asome a mirarte desde este lado de la bahía.
No puedo pasar un día sin ti.
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