Había una vez una niña preciosa, una niñita que vivía en una casa en una pequeña y hermosa ciudad de una pequeña isla de un país más bien pequeño. Esa niña tenía un papá, una mamá, dos hermanos mayores y hasta una perrita. Tenía a sus abuelitos, a sus tíos y primos y muchos amigos. Y todos la querían. Disponía de todo lo que podía necesitar y mucho más. No eran grandes cosas, pero sí muy valiosas: una familia, un hogar, comida cinco veces al día y mucho amor.
Al otro lado del meridiano, había otra niñita preciosa. Pero esta pequeña tuvo que huir de su casa porque no tenían que comer. Su país se estaba consumiendo por la sequía y la guerra. Se echó a caminar durante 15 días junto a su mamá y sus dos hermanos mayores hasta llegar al campamento de Dadaab en Kenia. Su papá no pudo hacer el viaje, no hay casi hombres en su aldea, ni en el campamento. Unos murieron en la guerra, otros fueron secuestrados por los radicales islámicos de Al Shabab para que lucharan por su causa y los que quedan, como el padre de nuestra niña, sufren graves minusvalías así que no pueden viajar a pie. No tenía nada de lo que necesitaba, salvo a su mamá, a sus hermanos y mucho amor.
www.eleconomista.es
¿De qué vale preguntarse por qué? No hay respuesta. Unos nacieron aquí y otros allí. Hay quien dice que es por que en sus vidas anteriores no se ganaron nacer aquí y los otros sí. Me cuesta pensar que esos chiquitos de costillas marcadas y barriguitas inmensas pudieran hacer algo malo. Me pregunto si en esta vida les dará tiempo a ‘redimirse’ para que en su próxima vida nazcan al otro lado del meridiano. Prefiero pensar eso a que esto es lo que les ha tocado vivir y después ya no habrá nada.