Desde que empece el blog han sido varias personas las que han contactado conmigo para que les ayudara con algunas dudas de su viaje. Este es el caso de Alberto, al cual intente ayudar ,con lo que pude, a preparar su viaje a Japón. A la vuelta tenia ganas de explicar su viaje y me paso por la cabeza un proyecto que pensé hace años para que los lectores pudieran explicar su experiencia en Japón al resto de los lectores del blog. Este es el viaje de Alberto.
“Al otro lado del mundo” (Alberto Montañez)
Los tonos ocre y azul le ganan terreno a la oscuridad. Nos regalan un paisaje único, un pequeño premio después de un viaje eterno. Empieza a amanecer en Siberia. El lago Baikal refleja los primeros rayos del Sol, diminutos focos de luz se calientan en torno a una gran hoguera. Ya queda menos.
Vuelo (Foto: Alberto Montañez)
Son las 10 de la mañana del 2 de octubre. Cogemos nuestras maletas, sellamos los pasaportes y sacamos el Rail Pass. Tomamos el Narita Express para Tokyo. Empieza nuestra aventura. Vemos al fondo la Sky Tree por primera vez. Es un día nublado, pero no llueve. Al llegar a la estación de Shinagawa, nos bajamos y esperamos al Shinkansen que nos conducirá a nuestro primer destino, Osaka. Pasamos por Yokohama, pendientes a la llanura donde reposa el Fuji, pero las nubes lo esconden con malicia. Salimos del Shinkansen y nos sentimos perdidos en una estación enorme. Localizamos unos teléfonos y estrenamos nuestros yenes para llamar al hotel donde nos alojamos. Nos cuesta entendernos en inglés, pero logramos quedar en Namba.
Los anuncios, cientos de ellos, le dan un colorido y un encanto particular a los vagones del Metro.Nos sorprende la estricta disciplina que tienen para todo; caminan en dos carriles, por la izquierda entran y por la derecha salen de la estación. Fuera todo es diferente a lo que conocemos. El señor Takamoto aparece como tanta gente, con su bicicleta. Nos da la bienvenida, y camino al hotel, nos detenemos cada dos minutos. Explica, en un inglés con acento, por dónde hay un gran centro comercial, dónde están los mejores sitios para comer sushi, dónde está el punto de mayor ambiente… Dejamos las maletas, nos duchamos y nos cambiamos. Son las ocho y media de la tarde y estamos muertos. Aún así, vamos a visitar la calle Dotonbori; primer contacto con luces, ruido y gente. Todo me parece inmenso, me sorprendo del tamaño de Glicoman. Probamos el Takoyaki, damos una pequeña vuelta y volvemos al hotel. El cansancio nos puede y al día siguiente tenemos nuestra primera gran excursión.
El poder que tiene la historia es inmensamente fuerte en algunas ocasiones. Hiroshima es historia. Es especial, todos sabemos por qué. Una extraña energía cubre la ciudad, desde el castillo, enorme, hasta la cúpula, sobrevolada por parejas de garzas. El puente Aioi, el Parque de la Paz, las garzas de papel para Sadako, que colorean un lugar frío y gris, todo en esta ciudad te lleva inevitablemente a otra época, no muy lejana. Empieza a anochecer. Vemos el monumento a las víctimas, y a través de él, la antorcha, siempre encendida, y la cúpula al fondo. El sentimiento es sobrecogedor. Los lugareños salen de trabajar y se detienen allí, en silencio, rezando por los que no están. Quedamos mudos, impresionados, emocionados. Hiroshima es otra historia.
Hiroshima (Foto: Alberto Montañez)
Amanece en Osaka, y nos levantamos para el primero de los dos días que visitaríamos Kyoto. Es notable la cantidad de mujeres que vemos en kimono, incluso ese detalle nos emociona. Visitamos Sanjūsangen-dō. Nos llama la atención la longitud del edificio. Entramos al templo y las 1001 estatuas de Kannon nos reciben al doblar una esquina. Dentro del templo me siento intimidado. Su tamaño, su distribución, su constitución, no sé qué es lo que más me fascina. Siento frustración cuando nos dicen que no está permitido hacer fotos.
Kiyomizu-dera, Kyoto (Foto: Alberto Montañez)
Nuestro siguiente destino es Kiyomizu-dera. Aquí tendré por primera vez una sensación que me acompañará a lo largo del viaje: sobrecogimiento, al tener ante mis ojos esas imágenes que tantas veces he visto en fotos, cuando Japón era un sueño lejano e irrealizable. El templo a la derecha, entre el frondoso bosque, aún en monocromo. Al fondo, la torre de Kyoto es el único edificio que se atreve a intentar ser tan grande como las montañas. Caminamos con los ojos cerrados entre dos enormes rocas, dice la leyenda que si lo conseguimos encontraremos el amor y la felicidad eterna. Al bajar del templo el horizonte nos regala un atardecer sobre Kyoto. El Sol se distorsiona entre las nubes, buscando ponerse tras las montañas que protegen una mezcla única de pasado y presente. Nos movemos para Gion. No disfrutamos el barrio, el sueño nos debilita. Callejeamos y pasamos de largo por los locales, vemos un par de escurridizas geishas y nos marchamos a Osaka de vuelta.
Kinkaku-ji (Foto: Alberto Montañez)
Segunda jornada en Kyoto. Nuestra primera parada es Kinkaku-ji. Las nubes imposibilitan que el contacto con el Sol dé su brillo particular al templo de oro, pero lo compensa con la tranquilidad de su reflejo en el agua. Al atardecer buscamos Fushimi Inari, en mi opinión, lo más espectacular de Kyoto. Cruzamos toriis, sudamos por culpa de la humedad, pero todo es secundario; las imágenes que nos regala la naturaleza compensan el cansancio y la sensación de atravesar un camino que no tiene fin. Los bosques, lagos, sonidos, todo nos aleja de la ciudad en la que nos encontramos. Una muestra más de la belleza de esta ciudad. Tristemente, debemos bajar antes de alcanzar la cima. El Shinkansen nos espera. Nos aguardan siete noches en Tokyo.
Fushimi Inari (Foto: Alberto Montañez)
En la estación de Tokyo nos aguarda la primera gran anécdota con la gente japonesa. Perdemos el tren que nos llevará al hotel, buscamos un teléfono con el que llamar al hotel para que retrasen el check-in pero no funcionan. Desesperados, pensamos que perderemos la reserva del hotel. Se presenta ante nosotros un hombre joven, trajeado, que se ofrece a ayudarnos. Le explicamos la situación y saca su móvil, desde el que llama al hotel y les dice que llegaremos una hora más tarde. Sin saber cómo agradecérselo, le decimos que somos españoles, y muy risueño, dice “yo hablo español, un poquito… pero no puedo”. Suelta una sonora carcajada y se ofrece a acompañarnos hasta el hotel. Nos negamos, no queremos ser más molestia, y el pobre hombre nos mira con tristeza y desilusión. Le agradecemos de corazón lo que ha hecho por nosotros, y cogemos el siguiente tren para nuestro hotel. Durante el trayecto, el hombre al que cariñosamente llamamos Tenshi se hace dueño de nuestras conversaciones. Llegamos a Asakusa, y al salir del metro sacamos el mapa para ver dónde queda el hotel. Una mujer sesentona y menudita se acerca y nos dice need help?. Nos indica dónde está el hotel y nos acompaña hasta la misma puerta. Por el camino, cuenta que es taiwanesa, su nombre es Mika y vive en Asakusa. Le agradecemos su compañía y pasamos nuestra primera noche en Tokyo. A la mañana siguiente, la recepcionista nos informa de que Mika ha telefoneado, preocupada de qué tal hemos pasado la noche. Sobran las palabras.
Durante el día siguiente visitamos Nagano, bonita ciudad pero que pasa desapercibida, y por la noche decidimos dar una vuelta por Akihabara. Paseo cortito por el barrio, cena y vuelta al hotel. Aún no puedo creer que esté en Tokyo.
Nos levantamos sabiendo que es un día importante, vamos a la caza del Fuji!. En Shizuoka una chica nos dice que un buen lugar para verlo es Gotemba, un pueblecito situado casi a los pies del monte sagrado. Sin embargo, nos advierte, es casi imposible que lo podamos ver. Las nubes juegan al escondite con él. Gotemba, con todos mis respetos, no tiene más atracción que la vista del Fuji. Rodeamos un pueblo pequeño y triste, a la espera de una oportunidad, pero el monte no aparece. Hay pequeños momentos de tensión. Unos quieren quedarse y esperar hasta que anochezca, otros quieren comer y marchar a ver más cosas, ante la desesperanza en que les ha sumido esta situación. Comemos y caminamos hasta la estación. El tren aparece, abre las puertas y entramos, pero al dar media vuelta, nuestros ojos se abren de par en par. Entre las nubes asoma la cima del Fuji, como un gigante tímido que nos premia en la recta final con su presencia. Con esta imagen, el tren se aleja de nuevo hacia Tokyo. El Fuji se despide de nosotros y las nubes lo tapan definitivamente.
Monte Fuji (Foto: Alberto Montañez)
Escribimos nuestro siguiente destino, Yokohama. Bajamos en la parada de la torre Landmark, que nos recibe nada más poner los pies en la calle. Estamos en Minato Mirai 21. Estoy incrédulo, sobrecogido. Subimos a la torre Landmark, se nos taponan los oídos en el ascensor, y siento vértigo al ver la cristalera que ofrece una visión aérea de la ciudad, del puerto, e incluso de Tokyo. Allí, a lo lejos, están la torre de Tokyo y la Sky Tree. Al bajar paseamos por el puerto y volvemos justo a tiempo para cenar y coger el tren para Tokyo.
Yokohama (Foto: Alberto Montañez)
Nikko es la siguiente parada. Vemos el puente, caminamos por el bosque y comemos en un sitio pequeño y acogedor. Su nombre es Hippari-Dako, está regentado por una ancianita adorable y tiene un Yakitori insuperable. Por dentro, el local está lleno de notas, fotos, billetes, tickets, de toda la gente que quiere dejar un mensaje de agradecimiento al local. Recomendadísimo!. Comemos, dejamos nuestro agradecimiento en forma de notas y nos marchamos.
Nikko (Foto: Alberto Montañez)
Por la noche visitamos Shinjuku. La luz, el ruido y la cantidad de gente nos agobia un poco al principio, pero poco a poco nos acostumbramos. Pasamos por el edificio del gobierno metropolitano, iluminado de morado, además de por otros edificios singulares e igualmente conocidos en el barrio de los rascacielos.
Con el nuevo día paseamos hasta la puerta de Kaminarimon en Asakusa. Nos sorprende la marabunta de gente que abarrota la calle comercial, y tras una visita rápida marchamos hacia el Sky Tree. Debido al fuerte viento el mirador está cerrado, así que tendremos que dejarlo para otro día. Caída la noche improvisamos un plan, Odaiba. Mi corazón se encoje al pasar con el tren por debajo del puente arcoíris, pero más aún cuando hace un giro y lo cruzamos.Estoy sobre el puente. El edificio de Fuji TV a la salida de la estación me recuerda a una gran serie de mi infancia, un mirador de madera nos recibe y, delante nuestra, la bahía de Odaiba. La visión del puente y Tokyo al fondo nos hipnotiza durante más de una hora, que pasamos prácticamente en silencio. Damos una vuelta por el barrio, nos fotografiamos con el Gundam y dejamos nuevas aventuras para el día siguiente.
Odaiba (Foto: Alberto Montañez)
Hoy toca Shibuya. Vemos a Hachiko, pasamos por el paso de peatones y subimos a la tienda de Tower Records. Caminamos hasta Harajuku y nos metemos en Takeshita Dori entre mares de gente, donde hacemos pequeñas compras. Volvemos a Shibuya, donde descansamos en un Starbucks, con vistas al paso de peatones. Al atardecer, visitamos la torre de Tokyo. Me entristece un poco verla llena de andamios por culpa de una reforma. Además, nos informan de que el mirador superior está cerrado. Las preciosas vistas, de la ciudad desde el mirador hacen olvidar todo eso. Nos elevan, si es que eso es posible, por encima de los rascacielos. La metrópolis de Tokyo llena de luz parece pequeña desde ahí arriba.
Decidimos que nuestro último día en Japón comience en Akihabara. Esta vez es de día, pero el color que invade al barrio no desmerece en absoluto al proporcionado por los neones cuando se pone el Sol. Caminamos con cuidado de no separarnos, entramos en varios centros comerciales, nos introducimos en el mundo artificial de los salones recreativos y comemos por allí. Ginza es nuestro último destino. Visitamos el barrio rápidamente, una ojeada a las tiendas de mayor renombre. Volvemos al hotel y preparamos las maletas. Nos acostamos sabiendo que es la última noche que pasaremos en Japón.
Las torres de Chamartín (Madrid) nos reciben muchas horas después. Contrariado, contento pero triste, sólo tengo en mi cabeza un batiburrillo de imágenes, recuerdos y anécdotas, que deberán pasar varios días y horas de sueño para poder ser organizados, ordenados y escritos. Sólo una cosa tengo clara, una idea que se sobrepone a todo recuerdo del viaje. Voy a repetir.
Hasta aquí la experiencia de Alberto. Espera poderos contar mas sobre su viaje en su blog y si alguno de vosotros se anima a escribir sobre su experiencia en Japón que no dude en contactar conmigo.