Revista Comunicación

¡'Al pan, pan y al vino, vino'!

Publicado el 31 julio 2010 por Rbesonias

El nombre de las cosas
Me entero por la RAE que 'muslamen' es una palabra de uso popular entre los españoles. Todos los días se aprende algo nuevo. He de confesarlo: no recuerdo haber utilizado nunca esa palabra y tampoco conozco a nadie que la utilice (¡aviso!, la memoria traiciona). Será que mi círculo social es poco 'popular', o simplemente habría que reconocer que no todo aquello de lo que conocemos su significado, acaba en la alforja de nuestro vocabulario cotidiano.
No piensen ustedes, sin embargo, que no sé lo que es un muslamen. ¡Faltaría más! La Academia lo deja bien clarito: "muslos de una persona, especialmente los de mujer". Y el María Moliner añade una acepción crucial para terminar de hacerse una imagen definitiva sobre su prominente naturaleza: "particularmente si son gruesos". La verdad es que si yo tuviera que ponerle nombre a tamaños quijotes más bien me inclinaría por la castiza (eso sí,
ignorada por la Academia) 'patorra', casi siempre acompañada por su hermana gemela cuando se las menta. Las vocales abiertas parecen inflar de significado las palabras, imaginando sin reservas la frondosa generosidad de esos perniles. En fin, ¡qué quieren que les diga! 'Muslamen' se me antoja una palabra demasiado refinada, de arquitectura fina. Al silabearla, a uno no se le viene a la mente ni por asomo la aerostática geometría de dos muslos bien bregados. Cuestión de gustos semánticos, supongo.
Por otro lado, lo que no acaba de quedarme
muy claro es con qué término debería asignarse esta acepción cuando se aplica al sexo masculino. A algunos, entregados al sacrificado arte de la gimnasia, quizá les viniera al dedillo 'abductores'. Otros, más inclinados por la metáfora gastronómica, se decidirían por aquello del 'cuarto tras
ero'. En cualquier caso, ninguno de estos términos viene a representar con decente isomorfismo la profusa tridimensionalidad del muslamen varonil (que haberlos, haylos). Será que en su origen la palabra 'muslamen' resumía con plástica lubricidad la naturaleza icónica del deseo masculino, por aquel entonces abducido por un ideal de mujer tirando más a renacentista que al patrón anoréxico con el que hemos cerrado el siglo XX. Así, nos cuesta no poco asignar un vocablo que defina con justicia la corpulencia de un muslo viril, pero no nos falta hueco en nuestro diccionario personal a la hora de llenar de literatura la lozana escultura de un cuerpo de mujer.
En fin, la Academia tan solo constata lo que la lengua popular destila en barricas que el tiempo se encarga de madurar. La admisión de nuevas palabras llega a veces con 'jet lag'. Unas hace mucho que se instalaron en la calle, a otras les costó encontrar asiento y no pocas fueron barridas por una moda pasajera. Recientemente, veintidós Academias han rebuscado algunas perlas de nuestro vocabulario que, aún siendo jóvenes, han resistido la erosión del tiempo. 'Cultureta', 'festivalero', 'rojillo',
'grafitero', 'izquierdista', 'meloncete', 'abducir', 'abertzale', 'ambientalista', 'chiste verde' (¡ya era hora!), 'oenegé', 'buñueliano', 'tsumani', 'curalotodo' y otro puñado más de palabras cuyo significado deberán recordar los niños en la escuela. La polémica ha saltado a la calle ante la posibilidad o no de incluir 'matrimonio homosexual' dentro de este nuevo repertorio. En principio, la Academia deja claro que no basta con el hecho de que este concepto sea reconocido por la legislación española. Para que una palabra pase a formar parte de la gran familia de la lengua española, debe asentarse con claridad y constancia en su uso popular. Una palabra puede ser vinculante en un contexto jurídico, pero carecer para la Academia del arraigo suficiente como para incluirla en el diccionario. La Academia no es una emisora de radio desde donde pedir a gusto tu canción preferida.
Que nadie tenga prisas. Yo también espero que un día se añada al diccionario la palabra
'patorra'; la de ellas y la de ellos, por supuesto.

Ramón Besonías Román


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