Cuando, a principios del año 2016, Mariano Rajoy renunció a formar gobierno, por no contar con los apoyos suficientes para hacerlo, Pedro Sánchez, como secretario general del PSOE, y Pablo Iglesias, como secretario general de Podemos, mantuvieron una serie de reuniones con el fin de investir al primero como presidente; después de una de esas reuniones, Iglesias, eufórico ante la buena marcha de las mismas, empezó a “repartir” cargos y carteras ministeriales, reservándose para sí la vicepresidencia del Gobierno y reclamando para Unidos Podemos los ministerios de Defensa, Interior, Educación, Justicia y Economía, así como la dirección de RTVE. En esos momentos, Iglesias se las prometía muy felices, pues él estaba en la cresta de la ola, en cuanto a popularidad, Podemos le estaba restando votantes al PSOE, que había obtenido los peores resultados de su historia, hasta ese momento, de la mano del propio Sánchez, y yo creo que tenía la idea de que no le sería difícil hacer de este una marioneta en sus manos.
Como entre los dos partidos, contando además con los escaños de Izquierda Unida, no sumaban los 176 diputados necesarios para investir presidente a Sánchez, se hacía necesario contar con el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos; sin embargo a los barones del PSOE, que son gente que ama a España, no les agradaron estas conversaciones y decidieron defenestrar a Pedro Sánchez para evitar que siguiera adelante con su proyecto de hacerse con el poder a cambio de poner a España de rodillas ante comunistas y nacionalistas.
Durante varios meses Sánchez aprovechó el no estar en primera línea para recorrerse España buscando el apoyo de las bases y consolidar su posición dentro del partido; mientras tanto, Iglesias, y los demás dirigentes de Podemos, posteriormente Unidos Podemos, continuaron con machacona insistencia su estrategia de desgastar la imagen del PP, recordando, continuamente, los casos de corrupción en los que este se había visto envuelto y obviando aquellos otros en los que se había estado implicado el PSOE, en la esperanza de que la oportunidad que se presentó en Enero de 2016, se volviera a presentar. Y se presentó: en Mayo de 2018 se produjo la sentencia del conocido como “caso Gurtel”, en el que el PP resulta condenado a título lucrativo por haberse financiado ilegalmente en dos ayuntamientos, y Pedro Sánchez, con todo el sigilo y la rapidez posible presenta la moción de censura que Pablo Iglesias llevaba tiempo preparando, recabando el apoyo de los separatistas catalanes, que no tenían en gran estima a Sánchez después de que este hubiera apoyado la aplicación, por parte del gobierno de Mariano Rajoy, del artículo 155 de la Constitución en Cataluña, con la disculpa de que, con motivo de la sentencia mencionada anteriormente, se hacía necesario llevar a cabo un “proceso de regeneración democrática”.
Como todos sabemos, la moción de censura triunfa y Pedro Sánchez resulta investido presidente del Gobierno, teniendo como hombre de confianza a Iglesias, pues no en vano había sido este el que le había servido en bandeja de plata lo que es el sueño de todo político, pero una serie de desafortunadas decisiones en el terreno económico adoptadas con el consejo de Iglesias; el deterioro de la imagen de este, con motivo de ciertas decisiones personales no muy acordes con lo que predica; el hecho de que Sánchez esté “a partir un piñón” con Torra, y que ya no necesite a Iglesias como intermediario, si fuera necesario reeditar los pactos de la moción de censura, después de que aquel haya comprobado que Sánchez se ha convertido en un “niño bueno” dispuesto a hacer todo lo que el quiera, y viendo que el proceso se ha invertido y que es ahora el PSOE el que capta votos entre los votantes de Unidas Podemos, es lo que ha motivado un distanciamiento entre ambos líderes de la izquierda.
Así pues, se ha podido constatar que ni Sánchez ha resultado ser el pardillo que Iglesias creía que era, ni el propio Iglesias ha resultado ser tan listo como creíamos, cayendo en errores estúpidos en su vida personal, que le han restado credibilidad ante el electorado y ante sus propios compañeros de partido.