Si por cada una de las veces que he subido al Picón, le hubiera hecho una muesca al mango del piolet, ya estaría más que mediado, y os puedo asegurar que el mango es de los largos. Desde luego siento lo que en el argot taurino llaman "querencia" por el lugar. En el barranco del Alhorí me inicié en el uso de crampones un nublado y nevado día, creo que de abril de hace ya bastantes años, y fue allí donde sentí el peligro y el miedo en alta montaña por primera vez, al dar una traspiés que me hubiera precipitado por un tajo considerable de no haberme agarrado una mano amiga, que atenta a la maniobra pudo rescatarme a tiempo.
Desde entonces la verdad es que no he avanzado mucho en esto del alpinismo. He subido por algún que otro canuto con más temeridad que conocimientos, y poco más. Ignorante en todo lo relativo a escalada y encordamientos, mi única pretensión es patear hasta donde pueda y donde no, pues a dar un rodeo o darse la vuelta si no hay otra posibilidad.
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