Revista Cultura y Ocio

Al pie de la escalera - Lorrie Moore

Publicado el 07 febrero 2022 por Elpajaroverde
"El frío llegó tarde aquel otoño y a los pájaros cantores los cogió desprevenidos. Cuando la nieve y el viento empezaron a ser intensos, demasiados habían sido engañados para quedarse, y en vez de partir hacia el sur, en vez de haber volado ya hacia el sur, estaban acurrucados en los jardines de las casas, con las alas ahuecadas para conseguir un poco de calor. Yo estaba buscando trabajo. Era estudiante y necesitaba trabajo de canguro, de modo que pasé algún tiempo caminando por esos atractivos pero invernales vecindarios, de entrevista en entrevista, al tiempo que inquietantes multitudes de petirrojos picoteaban la tierra congelada, pardogrisáceos y desvalidos -aunque qué pájaro no parece, incluso en las mejores de las circunstancias, algo desvalido. Hasta que un día, hacia el final de mi búsqueda, después de una semana, los pájaros habían desaparecido de forma alarmante. No quise pensar en lo que les había pasado. En realidad, esto no es más que una forma de hablar -una cortesía, una expresión de falsa delicadeza-, pues de hecho no dejé de pensar en ellos, imaginándomelos muertos, en grandes montones, en alguna especie de maizal de la muerte a las afueras de la ciudad, o caídos del cielo en grupos de dos y de tres, a lo largo de muchos kilómetros de la frontera de Illinois".

Hay que tener una mirada especial para imaginarse esos pájaros muertos. Hay que ser observadora; tener una visión de conjunto, situación, contexto, tiempo. Me sorprende la edad de Tassie, veinte años, quien se imagina esos pájaros muertos. Me cautiva esa delicadeza de imaginárselos calladamente. Me admira que una universitaria tenga espacio en su mente, además de para sus clases, su búsqueda de trabajo y su inminente regreso a casa para las vacaciones de Navidad, para no solo advertir la cantidad de pájaros que aún no han migrado en esa época del año debido al retraso de las bajas temperaturas sino también su repentina desaparición. Lo que más me maravilla, sin embargo, a la par que me produce cierta tristeza, es la asunción en alguien tan joven de la condición efímera de la vida.

La perspectiva, en su mayor parte, nos la da nuestra situación personal y nuestra experiencia vital. Yo no soy Tassie, por supuesto; yo nunca hubiera hecho una observación así a esa edad. Yo realicé mis estudios universitarios mientras vivía (pernoctaba, más bien) en casa de papá y mamá. Yo leí por primera vez a Sylvia Plath con los cuarenta cumplidos mientras que Tassie a sus veinte años ya la ha leído. Yo me crie en un ambiente urbano mientras que Tassie es "como cualquier crío que ha crecido en el campo: dejaba que el tiempo -bueno o malo- me describiera la vida: su burla, su magia, sus contradicciones, su caprichosa fuerza. ¿Por qué no? Uno se hallaba indefenso ante todo".

Tassie se sabe ya indefensa ante todo; en eso también me ha ganado. No digo que con veinte años me sintiera super poderosa, pues para nada era así y siempre he sido una insegura, pero sí que aún contaba con la ingenua ilusión de que todo lo que me esperaba iba a ser estupendo. Supongo que convertirse en adulto consiste en eso, en asumir la indefensión, en constatar que tal vez esta sea la única y real certeza en la vida, en aprender a vivir con ella o quizás en admitir que nunca aprenderemos.

Al pie de la escalera - Lorrie Moore

Bueno, basta ya de hablar de mí; he venido a hablar de Tassie. No de este libro, no, sino de Tassie; porque es ella quien cuenta la historia y por tanto la historia es suya. La novela la ha escrito Lorrie Moore, cierto es, así que también vengo a hablaros de mi primer encuentro con ella. La estadounidense es una escritora reconocida y premiada, por lo que no puedo dejar de preguntarme por qué es una autora tan, o eso me da a mí la impresión, desconocida. Muchos de sus libros los ha escrito hace ya alguna década, así que tal vez, más que una autora desconocida, sea más apropiado decir que se trata de una autora olvidada. En cualquier caso, me alegro mucho de haberla descubierto (primero en el blog de Marcelo y luego en el de Rosa Berros) y más aún de haberme animado a leerla, y ya adelanto mis serias intenciones de continuar haciéndolo.

Volviendo a Tassie, efectivamente creció en una zona rural en el medio oeste de los Estados Unidos. De hecho, nos regala en esta novela hermosas descripciones sobre el paso de las estaciones y la climatología y lo hace deteniéndose en esos detalles en los que tiende más a fijarse una persona de campo que una urbanita. Son, además, de esas descripciones que dicen muchas más cosas amén de esas otras que están describiendo. El hilo introspectivo de Tassie y la narración de Lorrie Moore son así: de la que te cuento esto, de paso te voy contando todo esto otro. Esto, que puede dar la impresión, especialmente al inicio de la novela, de que la trama trascurre de forma lenta, es algo que he disfrutado mucho.

Así, mientras Tassie busca trabajo de canguro, vamos sabiendo del contraste que vive en primera persona entre el campo y la ciudad, de su padre, su madre y su hermano, de la soledad que siente en su apartamento de estudiante. Sabremos más tarde de su ruptura con la idealización del amor y su visión romántica. Descubriremos a la vez que lo hace ella la imagen arquetípica que tiene de las mujeres.

"Cuando la observé, de reojo, conduciendo sin las gafas de sol, con el pañuelo ahora sobre la cabeza, como una muñeca rusa, me dio la sensación de que estaba como diluida, lejana, perdida en sus pensamientos, y me pregunté cómo una chica simpática y atractiva -pues en el trayecto de ida, con su pelo deslumbrante bajo el sol, me parecía haber vislumbrado a la chica que en otro tiempo fue-, cómo una chica así se convertía en una mujer solitaria con un pañuelo en la cabeza, cómo se convertía en esto, fuera lo que fuese. Después de tantos años hambrienta de vida adulta, el hambre se me había pasado. Toda una serie de destinos inesperados habían empezado a llamarme la atención. Estas mujeres de mediana edad daban la sensación de estar muy cansadas, como si les hubieran estrujado la esperanza y esta hubiera sido reemplazada por una especie de sopor, de sueño moribundo".
"Mi infancia me quedaba demasiado cerca. Mi mente más recóndita seguía siendo un depósito de cuentos de hadas, y quizás por ello, subconscientemente, creía que si una mujer que había sido guapa ya no lo era es que había hecho algo malo que la hacía merecedora de ello. Creía, como una niña, que ese tipo de envejecimiento negativo nunca me afectaría a mí. La muerte me llegaría: eso lo sabía porque había leído a los poetas británicos. Pero lo que era marchitarse, encorvarse, empalidecer, debilitarse, engordar para después amojamarse... por todo eso, moi, no iba a pasar. Ya me encargaría yo de que así fuera".

Qué queréis. Tassie tiene veinte años. Tiene la mirada pero aún rebosa candor. Alguien le dirá: "Cuando descubras quién eres, ya no serás inocente. Y será triste para los demás verlo. Todo ese conocimiento se reflejará en tu cara y la cambiará. Pero solo será triste para los demás, no para ti. Sentirás que tienes una especie de sabiduría, muy errónea, pero será un error que para ti tendrá cierto poder y por desgracia lo atesorarás y lo cultivarás".

Pero, en esta novela, Tassie aún es inocente. Al pie de la escalera comienza con el mismo párrafo con el que he arrancado esta reseña. El año del fatídico 11-S está llegando a su fin. Tassie busca trabajo de canguro para cuando regrese de las vacaciones navideñas desde su Dellacrosse natal a la ciudad universitaria de Troy. Lo encontrará finalmente en la casa de los Thornwood-Brink. La primera vez que Tassie entra en la casa "la puerta de la valla se descolgó un poco; a una de las bisagras le faltaba un tornillo y estaba suelta, y tuve que elevarla un poco para que se cerrara bien. Esta maniobra, que había llevado a cabo tantas veces en mi vida, me dio cierta satisfacción -una sensación de orden, de restauración, de ¡tengo poderes!-, cuando en realidad debería haberme comunicado algo bien distinto: la mal disimulada decrepitud de alguien, objetos descuidados siguiendo la moda de la conformidad, cosas necesarias fugitivas de su cuidador".

Sí, esa señal de decrepitud debió de alertarla. Pero Tassie aún ha de observar, durante el aproximadamente año de su vida que nos cuenta en esta novela, más cosas además de la tardanza de los pájaros en migrar y su repentina desaparición. Troy, esa ciudad encantada de conocerse a sí misma, no es tan encantadora con todo aquello que amenaza su estatus de perfección. A poco que se rasque, sus buenas intenciones malintencionadas, su incomprensión y rechazo delatan su falso espíritu receptor e igualitario y bajo su superficie lo que asoma es, precisamente, decrepitud. Es como los quesos que alguien olvida en el escaparate del restaurante que regenta Sarah Brink: lo que en un principio es sinónimo de exquisitez termina por anunciar podredumbre.

"Los quesos de cabra, por norma blancos y pastosos, habían amarilleado y enverdecido. [...] Me quedé observando estos quesos en decadencia como si fueran seres vivos, abandonados a su suerte en un zoo, que en cierto sentido es lo que eran. Estaban moribundos y sin embargo expuestos; el derrumbe y la amargura de una persona resumidos tras un cristal. ¡Negligencia en el mundo de la restauración! [...] Qué duda cabía de que en esta ciudad alguien ya habría escrito una carta al director sobre esto".

Sarah es quien recibe a Tassie en la casa de los Thornwood-Brink. A la joven le sorprende no encontrarse con una mujer próxima a dar a luz, tal y como le ha ocurrido en el resto de viviendas en las que la han entrevistado. No sabe aún que la criatura a la que ha de cuidar ya ha sido alumbrada. El matrimonio está a punto de conseguir que les concedan un niño en adopción y Sarah quiere que la canguro esté presente en el proceso para que se sienta más involucrada. Tassie será, pues, testigo de varias entrevistas y de algunos de los trámites de ese proceso con finalidad supuestamente altruista por el que un niño sin padres o con padres que renuncian a serlo o que no quieren o no pueden serlo pasa a ser hijo de otros padres que tampoco, aunque de diferente manera, pueden serlo o que sí pueden pero por diversos motivos se decantan por esta opción. Cabría indagar en cuánta libertad y voluntariedad hay en esa renuncia y en cuántas veces el no querer está más cercano al no poder que el no poder al no querer.

"Uno no debería comprar niños, por supuesto. Como sociedad creo que todos estamos de acuerdo en eso. Y las madres no deberían venderlos. Pero mientras nosotros decimos eso, todos estos intermediarios están ganando dinero, y la madre biológica vaciando cuñas, como mucho con un nuevo reloj. [...] Solo se les permite recibir pequeños obsequios, como por ejemplo un reloj. Nada importante, como un coche. Y esta ley de "solo-relojes" se considera progresista, porque, claro, a los bebés no hay que venderlos, ni intercambiarlos por coches. Así que se intercambian por relojes".

Finalmente, la adoptada resulta ser una niñita negra. Una niñita sobre la que, aunque es solo medio negra, se advierte que con el tiempo se volverá más oscura, pues es conveniente que quien la adopte sea consciente de ello. Sus nuevos padres son "una pareja que quizás pasaba por diferente, por ser mejor que las demás, decidida a ser mejor que la mayoría", pues adoptan a una pequeña para quien la agencia de adopción no consigue encontrar padres adoptivos. "¡La gente prefiere irse a China! Hacer todo el camino hasta China antes que adoptar a un bebé negro de su propio estado". En un mundo donde habitualmente "los niños blancos tienen niñeras de color. Nosotros hemos hecho lo contrario. Choca esos cinco", llegará a congratularse Sarah dirigiéndose a Tassie.

Pero, como ya he mencionado, Troy no es el lugar ideal que parece ser. "Quizás cuando eres negro no hay realmente ningún lugar ideal". La pequeña MaryEmma (tal es el nombre (o nuevo nombre) de la adoptada), afortunadamente para ella, al menos cuenta con una hermosa carita que todo el mundo se deleita en admirar. La belleza o la carencia de ella, cuando se alía con el color de la piel (o incluso a veces sin aliarse), puede ser un cruel determinante de esas clases sociales que en muchas sociedades creemos erróneamente erradicadas (la riqueza o la carencia de ella también, por supuesto). Troy comienza a mostrar su verdadera cara, que, aunque no desafortunadamente para MaryEmma, quien es todavía demasiado pequeña para percatarse, no es tan hermosa como la de la niñita negra a la que le hace feos. El rechazo pocas veces es frontal. La ingenuidad, la ignorancia, el afán de mostrar una supuesta superioridad moral o el deseo de quedar como el más progue e inclusivo también hacen daño. Son también formas de racismo. Son formas peligrosas por su enmascaramiento y su consiguiente dificultad para detectarse, identificarse y por tanto erradicarse.

Cuando comienzo a leer Al pie de la escalera pienso que voy a leer una novela sobre el racismo que trata el tema a través de la historia de la adopción de una niña negra por una pareja blanca. Pasan más cosas, sin embargo. Se tocan más temas, aunque tangencialmente, como, por ejemplo, la religión, el matrimonio y, especialmente, el ingreso de jóvenes en el ejército para luchar "en -o quizás otra preposición... ¿por?- un lugar como Afganistán" motivados tal vez por la escasez de oportunidades que les ofrece su situación personal o sus lugares de origen (de nuevo toca cuestionar la voluntariedad y la libertad). Cierto es que el racismo contemplado a través del prisma de esa adopción es tanto el tema como la trama principal de esta novela. Sin embargo, en mi opinión, y a pesar de que no me doy cuenta de ello hasta que casi he finalizado su lectura, Al pie de la escalera es en esencia una novela de iniciación.

La voz de Tassie me sorprendió desde el principio: su mirada amplia, perceptiva, perspicaz. Comparte sus pensamientos y sentimientos y a la vez es capaz de presentarnos situaciones sin juzgarlas. He de indicar también que todo lo rememora y plantea desde un tiempo posterior a los acontecimientos que ni sabemos cuál es ni tampoco es que importe. Sus dotes de joven observadora se combinan, pues, con la retrospectiva que dan los años. No he podido evitar, sin embargo, descubrirme por momentos interrogándome acerca de la decisión de Lorrie Moore de optar por Tassie como narradora. Por mucho que estaba disfrutando de su voz y su mirada no podía evitar sentir curiosidad por como hubiera sido esta novela tan poliédrica de haber sido contada por otra voz, o por varias, o incluso por un narrador omnisciente. Sin ir más lejos, el personaje de Sarah hubiera sido un caramelito para ello, con tantas zonas oscuras, una mujer tan peligrosa en su vulnerabilidad. He de llegar casi al final de la lectura para percatarme de que era Tassie quien tenía que contar esta historia porque es la suya. Es la historia de su entrada a la edad adulta, de la pérdida de su inocencia. Esa es la historia que se nos cuenta en esta, como digo, novela de iniciación, pero novela de iniciación que pese a su tono introspectivo no mira solo hacia dentro sino mucho hacia afuera, hacia la sociedad de todo un país ( "¿Crees en los errores espirituales? [...] ¿Y crees que todo un país puede ser un error espiritual?" ). Al pie de la escalera es como esa misma luz terminará por iluminar la herrumbre del mundo grande en el que acaba de ingresar. "El mundo verde, llano, de la granja de mis padres, una granja sin cerdos ni caballos -su monotonía, sus moscas, su calma desgarrada a diario por los humos y chirridos de la maquinaria-, se difuminó en la distancia y dio paso a una brillante vida urbana de libros, películas y amigos ingeniosos. Alguien había encendido la luz. Alguien me había dejado salir de la cueva", cuenta Tassie al comienzo de esta novela sobre la salida de su pequeño mundo y la llegada a Troy y su universidad. Lo que Tassie continuará contándonos a lo largo de

"¿Qué había aprendido hasta ahora en la universidad? Puedes eludir la mediocridad, pero cuando conduzcas hacia un lugar más concreto y solitario verás por la ventanilla que todo el que conoces vive en ella".

"Tenía que parar. Había descubierto demasiadas cosas. Había aprendido cosas sobre las que no te examinaban".

Traductor: Francisco Domínguez Montero

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