Por Ángel Emilio Hidalgo
(Publicado originalmente en diario El Telégrafo, Guayaquil, el 28 de mayo de 2016)
Como historiador, escribió en 1894 un “Compendio histórico de Guayaquil desde su fundación hasta el año de 1820”, el cual contenía valiosos datos geográficos y estadísticos.
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El pasado 24 de abril se cumplieron los 100 años del fallecimiento de Francisco Campos Coello (1841-1916), humanista de otro tiempo, liberal católico que con su ejemplo de patriota consiguió para Guayaquil, su ciudad natal, el agua potable que tanto se necesitaba, al igual que creó el principal referente de la filantropía porteña: la Junta de Beneficencia (ex Junta Municipal de Beneficencia).
Como si ello fuera poco, Campos fue un pionero de la escritura de la historia en el puerto, así como de la literatura fantástica y de anticipación en el Ecuador. Su vocación de escritor le permitió dedicarse casi por completo al oficio de las letras, en una época en que los intelectuales vivían de otras actividades -eran abogados, médicos, religiosos- y reservaban el trabajo letrado a los “ratos de ocio”.
Campos fue un educador de grandes quilates y como tal contribuyó a la creación de la Junta Universitaria del Guayas (1867), antecedente de la Universidad de Guayaquil, y con el triunfo de la Revolución Liberal, en 1895, asumió el rectorado del Colegio San Vicente del Guayas (hoy Colegio Vicente Rocafuerte), para luego convertirse en Ministro de Instrucción Pública por un breve lapso. En el decurso de sus inquietudes intelectuales, se convirtió en un aficionado a la ciencia y creó un museo de ciencias naturales en el San Vicente, el cual fue regentado por su hijo, el sabio Francisco Campos Rivadeneira.
Políglota y viajero impenitente, Francisco Campos Coello recorrió muchos países del mundo, acumulando experiencias que seguramente ayudaron a moldear su formación humanista y visión cosmopolita que afloró tanto en sus relatos de ficción como en sus estudios científicos y de temas sociales.
Como historiador, escribió en 1894 un “Compendio histórico de Guayaquil desde su fundación hasta el año de 1820”, el cual contenía valiosos datos geográficos y estadísticos. Este libro, a la postre, fue su máximo aporte a la disciplina de la historia, en Guayaquil, durante esos años, pues aún se desconocía el “Bosquejo Histórico de la República del Ecuador”, de su amigo y colega Francisco Xavier Aguirre Abad.
Su pasión de viajero también le llevó a escribir y publicar relatos que muy pronto fueron referencias obligadas del género en el medio local. Así nacieron “Viaje por la provincia de Guayaquil” (1877), “Viaje de Guayaquil a Cuenca” (1878), “De Guayaquil a Washington” (1881) y “Viajes por Inglaterra, Escocia e Irlanda” (1885).
Pero su mayor contribución al mundo de las letras le corresponde a tres textos de ficción que han despertado el interés de los críticos literarios contemporáneos: la novela “Plácido” (1871), la novela “La Receta” (1893) y el volumen de cuentos “Narraciones Fantásticas” (1894).
Acerca de “Plácido”, una de las primeras novelas ecuatorianas, la crítica literaria chilena Patricia G. Carrasco sostiene que Francisco Campos “jugó con la elaboración imaginaria para construir un mundo que, aunque utópico, era comprendido, aceptado y hasta anhelado. Su escritura fue una forma de articular el pensamiento para promover la acción social frente a las dificultades de su realidad, y un medio para influenciar la manera de afrontar la vida en sociedad. Por todo esto, Plácido es una seria contribución, un paso importante en el desarrollo de la novela en Ecuador”.[1]
La misma dimensión utópica aparece en “La Receta” y “Narraciones Fantásticas”, textos que se inscriben en el ámbito de la “ficción científica”, antecedente de la ciencia ficción, según el investigador boliviano Iván Rodrigo Mendizábal.[2]
En el volumen de las “Narraciones Fantásticas”, podemos observar dos elementos que asoman frecuentemente en la obra de Campos: en primer lugar, su intención didáctica, pues cada uno de los cuentos que allí se compilan: “Viaje alrededor del Mundo en 24 horas”, “Fata Morgana” y “La semana de los 3 Jueves”, nos presentan verdaderas oportunidades para aprender, lúdicamente, sobre historia, geografía, astronomía, geología y matemáticas. Y en segundo lugar, el tópico del viaje a través del tiempo que, por supuesto, dialoga con los textos de Julio Verne, al punto que los editores del libro aseveran que el lector, “después de recorrer todas las páginas de las Narraciones, convendrá, indudablemente, en que el insigne autor francés no tendría a menos poner su firma, al pie de ellas”.[3]
Pero, más allá de las influencias, se constata la preocupación de Francisco Campos, en torno a lo que serían algunas de las obsesiones de la modernidad occidental: la velocidad, la tecnología y el cambio. En este sentido, lo más destacado de Campos es que se convierte en un intelectual atípico del siglo XIX ecuatoriano y latinoamericano, pues se desmarca de la imagen del escritor “publicista” -léase, hombre público, como se entendía entonces- y se acerca al escritor moderno que se especializa en motivos, formas y estructuras literarias, internándose en las propias búsquedas estéticas de un campo que, a inicios del siglo XX, alcanza su plena autonomía.
Notas
[1] Patricia G. Carrasco, “Hagiografía e invención en Plácido (1871), novela de Francisco Campos”, en Kipus. Revista Andina de Letras, Quito, No. 29, I Semestre 2011, p. 65.
[2] Iván Rodrigo Mendizábal, “La ciencia ficción ecuatoriana”, en https://cienciaficcionecuador.wordpress.com/la-ciencia-ficcion-ecuatoriana/
[3] Francisco Campos, Narraciones Fantásticas, Guayaquil, Empresa Editorial Olmedo, 1894, p. II.
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