Revista Sociedad

Al volante, atención constante

Publicado el 16 diciembre 2013 por Oscar @olavid25
La academia de la Guardia Civil de Osaka.

La academia de la Guardia Civil de Osaka.

Los fabricantes de autobuses colocaban, hasta hace bien poco, en un lugar visible de sus vehículos una recomendación sobre la charla en su interior que siempre me ha intrigado. “Prohibido hablar o distraer al conductor”. Ésta es la construcción más habitual aunque hay variaciones que responden a la mayor o menor originalidad del redactor. Ahora se ve menos el cartelito. Aunque no sé qué es costumbre en el resto del mundo, en la mayoría de los reglamentos municipales de los autobuses urbanos españoles aparece ésta norma de no dar la tabarra al hombre del que depende la vida de todo el pasaje.

Yo siempre he dudado sobre la efectividad de esta prohibición. Entiendo el fin último, evitar un accidente, pero hay muchas incógnitas no resueltas en los pasos intermedios. ¿Cree la empresa que el conductor no es capaz de deshacerse por su cuenta de un pesado que le da la murga? ¿Considera que con el nivel de educación que atesoran, con la simpatía que demuestran y el relajo que experimentan, es imposible que estos profesionales se nieguen a seguir una conversación por muy banal que sea? ¿Son tímidos los conductores? ¿Por qué entendemos razonable la prohibición y en nuestro automóvil siempre vamos hablando, cuando no discutiendo, con el copiloto/a? ¿Hay que advertir al conductor si él mismo inicia la conversación de manera irresponsable? ¿Hay que hacerlo por señas? ¿No son las señas una distracción? ¿Será más seguro un autobús sin conductor?

Pensaba en mi ignorancia que la norma se quedaba ahí, que no había sanción para el viajero parlanchín ni para el hombre o la mujer que agarra el volante, pero cuenta El País que iba Armando conduciendo por Gran Canaria, charlando con un colega, y la Guardia Civil le ha felicitado la Navidad con una multa de 80 euros, que si la paga pronto se queda en la mitad. Vaya chollo. Todo al 50%. Y por hablar. También cuenta el diario, para consolar a Armando, que a una mujer la multaron por tomar un Actimel mientras conducía. Se ve que iba hasta arriba de L.Casei inmunitas. En San Diego (Estados Unidos) han sancionado a una joven por conducir con las Google Glass, pero no fue la Guardia Civil.

Los agentes salen a la carretera como locos, porque si quedan los últimos en una carrera de multas que se celebra cada mes les quitan no sé qué plus. Es como aquel concurso de la vaquilla y Ramón García, el Gran Prix, o como esto de los japoneses, Humor Amarillo, que se llamaba Diversión. El castillo de Takeshi en su país de origen. Los de verde castigan severamente cualquier infracción, por leve que sea. Quiero imaginarme el nivel de satisfacción de ese guardia, cuando llega a casa y sabe que ha cumplido estrictamente con su deber y, además, ha salvado el plus. También me imagino al ministro Fernández Díaz en el AVE que lleva a París este pasado domingo pensando si el sistema es justo y, de paso, preguntándose qué demonios hacía él en aquella inauguración cuando lo suyo no son los trenes, sino el orden público, el tráfico seguro y mantener en riguroso silencio a los chóferes de autobús. “Al volante, atención constante”, rezaba el trasnochado lema.


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