El Papa Francisco sabe que Alá y el Dios de los cristianos no son el mismo, tanto en su origen como en su naturaleza y atributos.
Pero en su voluntad de hermanar las religiones dice que su Dios es común, que equipara a sus creyentes y que les ordena ser “gentes de paz”.
Esa hermandad la proclamó hace tres meses en la mezquita central de Koudoukou, en una visita a la capital de la República Centroafricana, Bangui.
Millones de católicos y otros cristianos pueden ver así el islam como cercano a las doctrinas de Jesús, cuando una religión nace belicista y otra pacífica, aunque sus seguidores no lo sean siempre.
El Dios cristiano es el Yavé judío, pero también el Hijo y el Espíritu Santo, que forman la Trinidad, conjunto que para los musulmanes es politeísmo.
Aunque olvidan que Alá es una de las 360 deidades árabes preislámicas, unificadas por Mahoma en 630.
Entre esos dioses tribales estaba la implacable diosa Luna, “Al Allah”, la principal de la tribu Quraysh, cuya capital era La Meca, y a la que pertenecía Mahoma.
Allí estaba la Kaaba, una piedra negra hoy velada, posiblemente un meteorito, rodeada por los 360 ídolos que adoraban las distintas tribus, y que Mahoma retiró al reconquistar la ciudad.
Ese Alá, que según Mahoma le enviaba mensajes recogidos en el Corán a través del arcángel Gabriel, es igual que el mismo Mahona: belicista y de imperialismo violento, como ordenan varias de sus 114 azoras y más de un centenar de sus 6.236 aleyas.
Alá es totalmente diferente al Hijo, a Jesús, el Cristo que inspira el cristianismo, que se deja matar en la cruz como recuerdan sus seguidores precisamente estos días del año solar, no el lunar mahometano.
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SALAS