Te envidio, Pimentel, por tu nobleza,
tu masculinidad y tu coraje.
Te aplaudo por sufrir el espionaje
con discreción, mesura y fortaleza.
Te elogio, Pimentel, por la proeza
que ha hecho acrecentarse tu linaje.
Te admiro por cumplirla sin dopaje,
sin dilapidación y con limpieza.
Te ensalzo, Pimentel, por esa idea
de darle a la mujer que lo desea
de tu íntima substancia un centilitro.
Te alabo, Pimentel, y te respeto
por todo lo que he dicho y, en concreto,
por esa decisión de hacerlo in vitro.