Mejor muerto que en la cárcel debió pensar el ex presidente de Perú cuando entró la policía en su casa para detenerlo por corrupción. Con un disparo casi certero Alan García puso fin a su existencia. No fue la suya una muerte en el acto. El tiro no lo mató del todo, pero no había mucho que hacer en la sala de operaciones. Médicos y enfermeras luchaban contra la voluntad de Alan García. No pudieron ganarle la partida a la muerte. Alan García se había salido con la suya: no ir a la cárcel (en prisión no se aceptan cadáveres).
Los corruptos tienen un ejemplo en Alan García en Perú y en esta España nuestra a este lado del charco. No estoy defendiendo el suicidio, por supuesto. Simplemente señalo una alternativa nada recomendable. el señor Alan García pudo haber sido un corrupto valiente entrando en la cárcel admitiendo sin vergüenza su corrupción. Pero la cárcel se le hizo demasiado grande. No era para él una vida aceptable una vida de celdas estrechas, compañeros sin glamour y comida de rancho. No tendría una celda con las comodidades a las que estaba acostumbrado sobre todo desde que disfrutó las alturas del Estado. Su familia estaría fuera de las frías paredes que lo encerrarían.
Alan García esperó hasta el último momento. Necesitaba decir adiós en una escena de película dramática. La familia lo llora. Sus seguidores gritan su pena. Hay otros tres ex presidentes de Perú investigados por el caso Odebrecht. Deberían quitarles las pistolas. Los suicidios son contagiosos.