Todo empezó a comienzos de los dos mil. Me tocó compartir esa sensación generacional de que algo nuevo estaba pasando y que nosotros éramos parte de eso. Para mí era una forma de comprender las ideas, algo más real que estar leyendo en la universidad sino de vivir en la ciudad y de eso nos nutríamos para hacer música.
A partir de ahí empecé a organizar eventos de música experimental, pero bajo la idea de poder dialogar con la precariedad que se sentía en Lima, más intensa en ese momento, luego de la guerra interna. Organizaba conciertos en cines pornos en el Centro o en edificios abandonados. Esa era mi forma de organizar la escena, haciendo que las cosas se movieran, era muy honesto lo que sentíamos.
Tocaba música pero siempre como una búsqueda, más que hacer sonidos era aprender a escuchar. Y en ese afán nos gustaban los lugares a los que nadie prestaba atención. La situación inicial del vacío como si estos lugares estuvieran por completarse, como si fueran espacios que tienes que intervenir para que algo funcione, para que le dé vida. No era cool ser músico experimental en esa época, no sé si ahora lo sea, pero no había un mercado para eso. Había gente que se esforzaba en construir una escena y para que se dieran cuenta de que existíamos. Era muy raro que alguien te llamara de una galería de arte para tocar. Las cosas no funcionaban así.
Empecé a tocar con Jardín. Luego lo hice solo. Improvisaba, era una especie de terapia al principio. No tenía ganas de sistematizarlo; tampoco de crear estructuras con un comienzo, una mitad y un final. Quería sentir el momento, que fuera real. Pensaba cómo podría hacer algo más performático-musical y a la vez de confrontación. Me hacía esos líos.
Terminé trabajando en Fundación Telefónica, teníamos un presupuesto para traer a los artistas que queríamos. Fui curador junto a Jorge Villacorta de Vibra, una muestra donde pude organizar lo que fue la historia de la música experimental y traer a uno de sus representantes para que toquen; de alguna forma yo también estaba aprendiendo. Eso quizá tiene que ver con que me había dado cuenta de que en la universidad no iba a aprender lo que yo quería. Tomé la opción radical de dejar mis estudios e irme a buscar qué es lo que tenía que hacer, eso generó un caos total en mi familia.
Para Vibra había traído a Black Dice, un grupo Noise en esa época bien popular en circuitos pop y me hice muy amigos de ellos. Me fui a Nueva York, estuve ahí un tiempo para aprender, tuve contacto con gente que estaba trabajando en sonido, arte e instalaciones, me moví en un ambiente más underground. En cierto momento me dije: ¿Me quedo acá o qué hago? Y algo me decía que tenía que volver; sentía que no había cerrado todavía mi relación con mi país.
Al regresar pensé que se me iban a abrir todas las puertas y fue al revés. De repente, no encajaba lo que yo había aprendido con lo que estaba pasando aquí. Había venido de una realidad diferente. Cambie la selva de concreto por la selva de Tarapoto en busca del equilibrio. Puse música una noche en un bar y me quedé allí trabajando 8 meses.
Volví a Lima sin saber muy bien qué hacer con mi vida… Una noche soñé con una traducción que había hecho unas semanas atrás de un texto de Peter Sloterdijk. En su libro de Las Esferas habla sobre la ópera Victoria sobre el Sol; soñé que leía esa frase y no sabía nada sobre la ópera hasta que desperté. Busqué información sobre los futuristas rusos: en esta ópera un actor interpreta varios personajes al mismo tiempo hablando un lenguaje inventado. Cuando se estrenó había causado revuelo, la gente había tirado tomates podridos al escenario y había generado una trifulca. Todo había sido un caos, ellos habían vivido toda esa emoción que yo también había sentido. Ese presente, esa intensidad. Eso conectó conmigo porque era lo que había querido, pero no me había atrevido a hacer. Esto me permitía juntar a personas de diferentes disciplinas y crear algo distinto.
Al día siguiente, fui a ver a mi abuelita, que es una persona muy importante en mi educación. “Ya sé qué tengo que hacer”, le dije. Me miró y me replicó: “¿Tú quién eres para hacer una ópera?”. En ese momento, tenía 2 opciones: me deprimía y mi vida se iba al infierno o agarraba la fuerza necesaria para demostrarle a mi abuelita que en realidad no estaba loco y que sí podía hacer una ópera. Necesité la energía suficiente para ir donde gente que no conocía y contarles el proyecto sin un centavo. Así fue como llegué a 10 personas, mucha gente me apoyó y eso me dio más ánimo para seguir porque si ellos estaban creyendo en mí tenía que dar la talla con ellos y con los rusos que lo habían hecho 100 años atrás.
La ópera podía generar una situación de envolvimiento del sonido, pero también de imagen, y eso abría la posibilidad de dialogar con mi cultura. Creo que ahí viene el click porque soy peruano y mi familia es del Cusco. Descubrí que los futuristas rusos tenían una relación con su pasado más empática de la que yo pensaba hasta tal punto que ellos reivindicaban su tradición cultural anterior a la cristiana.
La ópera se presentó ante mis ojos cuando fui a Chanquillo, un reloj solar de 2500 años ubicado en Casma; es el más antiguo de toda América. Me hizo sentir que yo había visto la ópera, pero no con los ojos sino que había sentido la emoción. Eso me llevó a trabajar con Edith Ramos, una soprano de música andina puneña. Victoria sobre el Sol es un canto puneño sobre la posibilidad de vivir después de la muerte y que nada muere realmente sino que seguimos bailando como cultura hasta el fin de los tiempos.
Cuando presenté la ópera en el Museo Experimental El Eco en México sentía que ahí recién podía hablar las cosas, hice la obra completa por primera vez. Sentí una conexión. Que eso era yo y que también era los rusos. Mi misión era crear, era enfrentarme a mi cultura para crear algo sobre el futuro y poder entablar un diálogo de igual a igual con la cultura occidental. En Londres fue más evidente.
Fui a investigar una obra de vanguardia que se había hecho sobre Victoria sobre el Sol de Wyndham Lewis y en una biblioteca encontré un libro de él que habla del Inca y los pájaros; entonces sentí que había encontrado un vínculo entre la vanguardia y la cultura andina, pero vista desde Inglaterra. Yo voy a hacer eso pero visto desde aquí, pensé. ¿Cómo me imagino la cultura andina en el futuro? La imagino en el espacio, la cuestión de creación de ese universo es como una vida artificial. Entonces creé este pájaro andino del futuro, y en Enemigo de las Estrellas hice un acercamiento performático sobre esto con la obra de Lewis.
¿Por qué un objeto no podría ser un actor? ¿Por qué tenemos que pensar que sólo las personas pueden ser actores y nosotros no podemos ser artífices de eso? He estado trabajando con Joss Cueto (arquitecta) y con Diego Soldevilla (ingeniero) para poder diseñar la Cruz del Sur Andina del futuro. Es un sistema automatizado que se puede mover como nosotros queramos y poder generar diferentes formas.
Yo no veo el futuro de la cultura andina en el planeta Tierra. Creo que el planeta no va a ser un lugar cómodo para vivir para los humanos en unos años, más bien creo que con esta metodología de ir al pasado, voy a uno tan distante que no tienes idea de lo que pasaba, qué idioma hablaban realmente, qué música tocaban, pero te quedan los objetos y con eso me voy al futuro. Yo, como futurista, tengo que imaginar cómo va a ser esa cultura en el futuro.
En el Manifiesto Futurista Andino (Soma Publicaciones, 2019) se expresa una posibilidad, una metodología para crear arte. Es un texto sistematizado, sin que sea académico, es más subjetivo. Para mí, el arte es esencial porque es la capacidad de ir a otras realidades, una alternativa al mundo tangible que vives, y tú como artista eres capaz de inventar lo que está detrás de esa puerta o ventana. Ese es el poder del arte para mí: la invención y la creación de nuevas cosas que nadie ha imaginado.
Alan Poma es artista sonoro multidisciplinario. Ha enfocado su trabajo en la creación de obras y performances para sitio específico. Integra en sus presentaciones el performance, el videoarte, las artes plásticas, el arte sonoro y la investigación científica creando montajes novedosos en donde el espectador participa de viajes sensoriales.
Este texto es el relato del artista, una conversación que tuvimos para recorrer juntos su camino hacia el Futurismo Andino.