De pequeña villa medieval dependiente de Chinchilla de Monte-Aragón a moderna capital, la más poblada de toda Castilla-La Mancha. Esta ha sido la sorprendente evolución de Albacete, una urbe llana, verde, con una buena calidad de vida y una economía de futuro, ubicada en la cuenca del Júcar, en la comarca manchega de Los Llanos, encrucijada estratégica del suroeste peninsular. La visitamos durante un día y podemos decir que aunque no sea la más bonita de España, es una urbe interesante y agradable que recomendamos para una visita.
Comenzamos nuestro paseo por la ciudad en la céntrica plaza del Altozano. A primera vista, sobresalen su fuente, sus bonitos jardines y los magníficos edificios que la rodean. En un lateral de aquellos, encontramos la Oficina de Turismo, bajo la cual está el búnker construido durante la Guerra Civil como refugio antiaéreo, cuyas galerías subterráneas albergan una exposición permanente en torno al pacifismo (En Albacete estuvo, precisamente, la base de las Brigadas Internacionales, cuya historia espera al interesado en el Archivo Histórico, pegado a la plaza de la catedral).
Arriba, tres pequeñas esculturas quieren rendir homenaje, en plena calle, a dos de los símbolos albaceteños más representativos: la del Cuchillero, en bronce, a la industria local por excelencia, herencia de su pasado musulmán; las de la Bicha, también en bronce, y la Dama Oferente, en piedra, reproducciones de un toro-hombre y de una mujer noble, a sus remotos orígenes ibéricos. Entre las muestras arquitectónicas que cierran la plaza, además de las dedicadas a usos comerciales, destacan el Palacio de Justicia, construido sobre el solar de un antiguo convento, y el Museo Municipal de arte popular, que ocupa el edificio del viejo ayuntamiento y presume de escudo y reloj en su magnífica fachada.
Muy cerca, al noroeste, está la plaza de la Catedral, un pequeño parque verde. La Catedral de San Juan, de elevada base mudéjar, pilares renacentistas y alturas barrocas, muestra en su fachada principal pretensiones góticas en perfecta simetría: sólidos laterales, portada en arco, rosetón y torre cuadrada, con un atrio en mirador sobre la plaza.
En su interior, son de destacar los frescos murales de temática bíblica pintados sobre sus paredes a mediados del siglo pasado, la obra ingente de un solo autor. Fuera, en la misma plaza, se encuentra el Museo de la Cuchillería, instalado en la antigua Casa del Hortelano, una pequeña joya modernista de verdes azulejos, amplios ventanales y filigrana gótica, con una interesantísima muestra en torno al mundo de la navaja albaceteña de carraca y demás objetos de filo y corte, un taller artesanal y toda la información al respecto.
A un lado de la plaza, la posmoderna y original fachada de piedra clara del Ayuntamiento, que aloja la Casa Consistorial y el Auditorio, mira al precioso jardín con estanque que le hace de antesala. Algo más abajo, llegamos a la plaza Mayor, donde se ubicaba el ayuntamiento en el siglo XIX. Como es domingo, un hormiguero de curiosos pulula entre los puestos del mercadillo callejero, el Rastro local, en busca de alguna sorpresa entre el variado despliegue de antigüedades, quincalla y baratijas. Escapando del barullo, hacemos un breve descanso. Aunque es la hora del aperitivo, aquí reinan las porras con chocolate, gajes del tardío desayuno dominical.
Siguiendo el mismo rumbo, alcanzamos uno de los atractivos más singulares de esta ciudad: el Pasaje Lodares. Se trata de una galería comercial construida al modo italiano como un artístico pasadizo que corta un sólido inmueble entre dos calles, con cubierta metálica acristalada, columnas y esculturas de estilo clásico y portadas de acceso enrejadas sobre monumentales fachadas, especialmente la de la calle sur. Y alcanzamos, así, la calle Ancha, en realidad dos calles alineadas que unen, de sur a norte, el mayor parque de la ciudad con la plaza de la que partimos.
En ella se alternan muchas de las construcciones urbanas de más solera: edificios históricos y singulares que hoy acogen agencias bancarias, hoteles, bares y restauración, tiendas y locales comerciales varios. Sirvan como muestra dos de ellos, ambos modernistas: el llamado Casino Primitivo, cuyos lujosos salones han dejado el juego para dedicarse en pleno a la hostelería de grandes banquetes; y la casa Cabot, con una espléndida fachada de labrado barroquismo donde el artista ha dado rienda suelta a la mitología en caprichosas formas geométricas, esculturas y gárgolas, todo ello rematado por una cúpula azulada y lateral.
Al otro lado de esa arteria comercial, alrededor de la calle Tejares, se abre la zona de marcha por excelencia, una concentrada red de calles y callejas peatonales plagadas de bares, discobares, cafeterías, terrazas y restaurantes, con un animado ambiente joven y menos joven. Mientras tomamos algo, observamos que los pinchos que acompañan a la consumición son de agárrate, pero el cuerpo pide asiento y la gusa aprieta. Nos recomiendan un restaurante cercano, de muy buen ver, del que salimos contentísimos: atención, calidad y asequible minuta. Por si os animáis, aquí os queda: El Alambique, en el Callejón San José; y una recomendación añadida: paciencia, suele haber cola, algo tenía que tener.
Salimos en busca de la vieja historia albaceteña, forjada a una docena larga de quilómetros al sureste, en la citada Chinchilla de Montearagón, antigua capital. Situada estratégicamente sobre una colina que domina la infinita llanura, sus calles de piedra van subiendo en laberinto los distintos niveles que llevan al Castillo, fortificado bastión árabe que sirvió de prisión y aún de inigualable mirador panorámico. Callejas estrechas y placitas con encanto, con casas blasonadas, iglesias y conventos, soportales, arcos y pasadizos, forman un conjunto de vetusta medina medieval que culmina en el centro urbano, la plaza Mayor, presidida por el edificio barroco del Ayuntamiento, la Torre del reloj y la iglesia de Santa María, de porte catedralicio.
Algo más arriba, como muestra de la tradición alfarera local, hay un interesante Museo de Cerámica y, más aun, en los altos confines del caserío, se levantan las típicas y originales Cuevas del Agujero, excavadas en la tierra, nacidas como casas-refugio de minorías perseguidas y hoy reconvertidas con éxito en acogedores apartamentos rurales. En el céntrico bar La Ermita, donde nos despedimos, sale a colación su vecino más internacional (Fuentealbilla queda algo más al norte, pasado el Júcar), Andrés Iniesta: el madridismo no impide que brindemos con un tinto de su cosecha, se lo merece el chaval, genio y ejemplo. Va por él.
*Si te interesa un viaje por esta zona, te aconsejamos también leer sobre Elche, más allá de las palmeras; la Orihuela de Miguel Hernádez; o un paseo por el centro histórico de Murcia.