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Para los marineros, el albatros es un ave legendaria. Sinónimo de buena suerte, de viaje próspero, de felicidad. No es de extrañar porque es el emperador del viento. Sus alas están adaptadas al planeo de forma magistral. Dibuja movimientos en el aire como si fuera un pentagrama dinámico. Imponente. Hay algo inaudito en el vuelo del albatros: la envergadura de sus alas, 3,5 metros, le permite minimizar el esfuerzo.
Para él es un juego infantil pasar repetidamente la frontera entre masas de aire y aprovechar las corrientes como le venga en gana. Se sitúa de cara al viento para ganar altitud y descender en un planeo que hiela la sangre. Más de 20 metros avanzados por cada metro descendido. Dos técnicas para domar el viento. ¿Hay quien lo haga mejor? Pues no, la verdad.
Y lo que es más sobrenatural: su adaptación al medio es tan perfecto que en vuelo presenta niveles de frecuencia cardíaca similares a los registrados durante los periodos de reposo. Es decir, ni se inmuta durante sus vertiginosos planeos.
El problema lo encuentra en las calmadas oceánicas. La ausencia de olas y viento son cadenas de acero demasiado pesadas para este aerodinámico caza de los mares. Periodos tormentosos que le mantienen anclado a la superficie del agua y a merced de las bestias abisales. Pero cuando regresa la borrasca despega corriendo sobre la superficie marina como un correcaminos. Es cuando activa el turbo corporal y consume gran parte de su inagotable gasolina vital. Suerte la tuya, estimado albatros, que acoges el mundo bajo tus majestuosas alas con sabor a sal.
Ya te lo dijo el gran poeta, el gran Charles Baudelaire, eres semejante al señor de las nubes, que vives en la tormenta y te ríes del arquero; exiliado en el suelo, abucheado por todos, tus alas de gigante te impiden caminar.
Vuela pues prodigiosa ave. Queremos sentir vértigo.
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