Quién podía imaginarse que tras el rostro de un anciano de sesenta y cinco años se escondía uno de los asesinos en serie caníbales más despiadados de principios del siglo XX en Estados Unidos. En su haber cuenta con el abuso sexual de al menos cien niños -él mismo lo reconoció una vez detenido-, el homicidio de tres de ellos y el intento de asesinato de dos personas más…
Según su informe psiquiátrico, Albert Fish tenía una personalidad sádica y masoquista, caracterizada por una tendencia a la castración y la autocastración, a la homosexualidad, el exhibicionismo y el voyeurismo, a la pedofilia, el fetichismo y el hiperhedonismo. Sentía placer practicando la coprofagia (ingesta de heces) y el canibalismo.
Hamilton Howard Albert Fish tenía 33 años –la mitad de los que viviría–, cuando una cámara fotográfica capturó su primera imagen: un atildado caballero de bien cortado bigote, buena ropa y bombín a la moda coronando su cabeza. Fue la primera imagen y primera detención. Cargo: malversación de fondos.
Apenas una tenue sombra, un pecado venial preludio de su aterradora historia y de los apodos que le dió la opinión pública: El Hombre de Gris, El Hombre Lobo de Wysteria, El Vampiro de Brooklyn, El Maníaco de la Luna…
Llegó a este mundo el 19 de mayo de 1870 en Washington. Eligió llamarse”Albert”después de la muerte de uno de sus tres hermanos, pero también para dejar atrás el apodo que le sacaron en el orfanato donde pasó varios años de su infancia desde apenas sus cinco recién cumplidos: “Ham and Eggs” (huevos con jamón).
Los informes de aquella época describían a Fish como problemático y con una tendencia imperiosa a padecer dolor. Se infligía cortes y golpes en el cuerpo, y también los propinaba a otros compañeros, coleccionaba recortes de prensa donde se hablaba de crímenes y admiraba a los que se tildaban de caníbales. Fish se sentía identificado con el hecho de comer carne humana.
Algunos expertos apuntan que este carácter se fraguó debido a la infancia que vivió y sobre todo a las dos generaciones de enfermedades psiquiátricas y arrebatos místicos que habían padecido varios miembros de su familia: hasta un total de siete personas de su parentesco más directo, entre ellas su madre, que escuchaban voces y tenían fuertes alucinaciones.
Su padre, el viejo Fish, capitán de barco fluvial, murió de infarto en 1875, y su madre, casi medio siglo menor que el marido y sin un dólar, no tuvo otra opción que el orfanato, un destino de paredes grises, castigos, burlas, oprobio, pero también el de un siniestro descubrimiento: Albert sentía placer ante el dolor físico, y los golpes le provocaban prematuros orgasmos.
El matrimonio como tapadera
En el año 1879 su madre consiguió un empleo en el gobierno y pudo sacarlo del orfanato. Pero ya estaba marcado a fuego. A los 12 años empezó una relación homosexual con el hijo de un telegrafista algo mayor, y comenzó a esconderse en los baños y las piscinas públicas “porque me excitaban sus olores y sonidos”, relataría en algunas cartas.
Pero fue aun más allá: se tornó adicto a la urofagia y a la coprofagia –ingestión de orina y excremento–, y a sus 20 años, radicado en Nueva York, se convirtió en prostituto y obsesivo violador de adolescentes.
Su madre imaginó que un matrimonio lo alejaría de ese repulsivo mundo, y en 1898 lo impulsó a casarse con un mujer nueve años menor. El matrimonio pareció funcionar y enmendar los desvíos de Albert. Tuvieron seis hijos: Albert, Anna, Gertrude, Eugene, John y Henry.
“En esos años fue un buen padre y esposo”, recordó un detective que debió seguir sus pasos casi hasta la degradación y el derrumbe finales, y que en 1903 lo arrestó por malversación de fondos: delito que purgó en la prisión de Sing Sing, Ossining, estado de Nueva York, y temible no sólo por su durísimo régimen interno: también por ser la primera del país en instalar la silla eléctrica.
Hay que decir que las relaciones sexuales entre Albert y los presos fueron legendarias. Sin embargo, su período marital y paterno, más allá de su escenario de normalidad, no fue más que un telón de fondo paralelo.
Aparentemente, Fish se dedicaba a pintar casas y a la decoración de interiores, pero eso sólo era una estratagema que le servía para establecer contacto con jovencitos. Nunca repetía en el mismo lugar. Viajaba constantemente por todo el país. Estuvo hasta en veintidós estados, donde cometió multitud de perversiones con menores. Cuando empezaban los problemas se marchaba. Y así durante años. Bajo la apariencia de un inocente pintor de brocha gorda en casas particulares… violó casi un centenar de niños varones que ni tan siquiera superaban los 6 años de edad.
Y por si poco fuera, multiplicó sus visitas a burdeles, exigiéndoles a las prostitutas que lo azotaran sin piedad, hasta sangrarlo, al mismo tiempo que encontró fascinante la castración, y hasta la intentó en un retardado mental que logró huir a tiempo. Sería en 1917, cuando Fish contaba con 47 años que su mujer lo abandonaría por otro hombre.
Pero a pesar de las salvajadas cometidas hasta entonces, todavía no habían ocurrido las escenas más atroces y sanguinarias de su vida. Con 60 años atacó a un débil mental –Thomas Bedden– en Delaware, y mató a puñaladas a un niño negro, también retrasado mental, en Georgetown.
Su obsesión por el pecado
Esa obsesión por el dolor le llevó a autoinfligirse castigos y mutilaciones. Se clavaba alfileres en la pelvis y en los genitales -en una radiografía hallaron casi una docena-, rebozaba su cuerpo desnudo sobre rosales repletos de espinas y hasta le pillaron masturbándose en su habitación mientras se golpeaba la espalda con un palo con clavos. La sugestión que le provocaban aquellos actos le hacía obnubilarse con la idea del pecado. Sufría todo tipo de alucinaciones religiosas y sólo expiaba sus culpas mediante el castigo físico. Aquel dogma lo llevó al extremo afirmando en múltiples ocasiones ser Jesucristo o San Juan, y que el Todopoderoso era quien le ordenaba cometer dichos sacrificios humanos.
Era lógico que las autoridades decidieran ingresarle en un centro psiquiátrico. Sin embargo, y aunque fue internado tres veces, le dejaban salir al no demostrarse que estuviese “loco”. Parece ser que la personalidad psicopática de carácter sexual que sufría Fish no era suficiente para mantenerlo en un centro. Además, le arrestaron en ocho ocasiones por cometer varias estafas, robos y enviar cartas obscenas a las mujeres que se anunciaban en los periódicos para buscar pareja, pero todavía no se sabía los asesinatos que había cometido.
La pequeña Grace
Una de sus predilecciones era buscar niños negros con los que practicar sus terribles fantasías sexuales. Sin embargo, la primera víctima que desapareció fue de raza blanca. Se trataba de un niño llamado Billy Gaffney que, el 11 de febrero de 1927, fue raptado por Fish mientras jugaba con otros dos amigos en la puerta de su casa. Cuando el más mayor se percató de que el pequeño no estaba, otro de los niños le contó que se lo había llevado el “coco”, un anciano de complexión delgada, con cabello y bigote gris. Ésa fue la descripción que dieron por primera vez del ‘abuelo asesino’. Jamás se encontró el cuerpo de Billy.
Sin embargo, el único asesinato por el que se pudo juzgar a Fish fue el de Grace Budd, una niña de tan sólo diez años. Este crimen lo cometió gracias a su rostro aparentemente amable y pacífico, y, por supuesto, a su poder de convicción.
Tedd, el hermano mayor de la chiquilla, publicó un anuncio en el periódico en el que pedía una oportunidad laboral. El criminal lo leyó y acudió a la dirección familiar con la excusa de ofrecerle un puesto de trabajo. Fue allí donde conoció a Grace. Acabó obsesionándose con ella, así que urdió un plan para que sus padres accediesen a que lo acompañase a la fiesta de cumpleaños de su sobrina. Previamente, Fish había logrado establecer una buena relación con la familia Budd, con quienes compartió una mañana de charla y desayuno.
Los padres de Grace dieron el visto bueno y el viejo Fish les prometió que la tendrían de vuelta antes de las nueve de la noche. Jamás regresaron. A partir de ahí se inició una búsqueda desesperada por toda la región, pero no lograron dar ni con el paradero de la niña ni con el de su secuestrador.
Grace BuddLa carta narrando el crimen
Seis años después de la desaparición de Grace y con las esperanzas ya rotas, la familia recibió una misiva de Albert Fish en la que les contaba qué ocurrió aquella tarde y qué hizo con su hija. Sus palabras dejaron en estado de shock a la madre y fue su hijo Tedd quien tuvo que terminar de leerla. Sin poder dar crédito a lo que habían leído, entregaron la carta a la policía. El contenido era aterrador:
Grace Budd a la derecha con sus hermanos. Getty“ Estimada Señora Budd. En 1894 un amigo mío fue enviado como asistente de plataforma en el barco de vapor Tacoma, el Capitán John Davis. Viajaron de San Francisco a Hong Kong China. Al llegar ahí el y otros dos fueron a tierra y se embriagaron. Cuando regresaron el barco se había marchado. En aquel tiempo había hambruna en China. La carne de cualquier tipo costaba de 1-3 dólares por libra. Así tan grande era el sufrimiento entre los más pobres que todos los niños menores de 12 años eran vendidos como alimentos en orden de mantener a los demás libres de morir de hambre. Un chico o chica menores de catorce años no estaban seguros en las calles. Usted podía entrar a cualquier tienda y pedir corte en filete o carne de estofado. La parte del cuerpo desnudo de un chico o chica sería sacada y lo que usted quisiera sería cortado de él. El trasero de un chico o chica la cual es la parte mas dulce del cuerpo era vendida como chuleta de ternera a un precio muy alto.
John permaneció ahí durante mucho tiempo adquiriendo gusto por la carne humana. A su regreso a N.Y. robó a dos chicos uno de 7 y uno de 11 años de edad. Los llevó a su casa los despojó y desnudó y los ató a un armario. Entonces quemó todo lo que ellos portaban. Varias veces cada día y cada noche los azotó -los torturó – para hacer su carne buena y tierna. Primero mató al chico de 11 años de edad porque tenía el trasero más gordo y por supuesto una mayor cantidad de carne en él. Cada parte de su cuerpo fue cocinada y comida excepto la cabeza, huesos e intestinos. Fue asado en el horno (todo su trasero), hervido, asado, frito y estofado. El chico pequeño fue el siguiente, fue de la misma manera. En aquel tiempo, yo vivía en la calle 409 E 100 cercana a la derecha. Él me decía frecuentemente cuan buena era la carne humana, que decidí probarla…
“… El domingo 3 de junio de 1928 llamé a su puerta en la calle 15, 406 oeste. Llevaba queso y fresas, y almorzamos. Grace se sentó en mi regazo y me besó. Me propuse comérmela. Con el pretexto de llevarla a una fiesta, le pedí que le diera permiso, a lo que usted accedió. La llevé a una casa vacía que había elegido con anterioridad en Westchester. Cuando llegamos, le dije que se quedara afuera. Mientras ella recogía flores, subí y me desnudé. Sabía que si no lo hacía podría mancharme la ropa con su sangre. Cuando todo estuvo listo, me asomé a la ventana y la llamé. Entonces me escondí en el armario hasta que ella estuvo en la habitación. Al verme desnudo, comenzó a llorar y trató escapar por las escaleras. La atrapé y me dijo que se lo diría a su mamá”.
“Primero la desnudé. ¡Cómo pataleó, arañó y me mordió! Pero la asfixié hasta matarla. Luego la corté en pequeños pedazos para poder llevar la carne a mi habitación. Guisé su rico y tierno trasero. Me llevó nueve días comerme su cuerpo entero. No la violé, aunque podría haberlo hecho si lo hubiera deseado. Murió virgen”.
En un principio se pensó que lo que contaba la carta no era real y que ésta era obra de un sádico, pero el detective William F. King se percató de que había detalles que sólo el secuestrador de Grace podía conocer. Una pista clave les llegó en forma de símbolo: el sobre de la carta tenía impresa una insignia hexagonal junto a las siglas de una asociación benéfica. Una vez hallado el lugar y al criminal, la policía acudió al domicilio de Albert Fish. Le arrestaron el 13 de diciembre de 1934.
Las confesiones
Durante el interrogatorio, el Vampiro de Brooklyn explicó con todo lujo de detalles qué había hecho con la niña. Afirmó que, tras matarla, le cortó la cabeza con un cuchillo y el resto del cuerpo con una sierra. “No soy un demente, sólo un excéntrico. A veces ni yo mismo me comprendo”, dijo. Se confesó autor de varios crímenes más. Por ejemplo, el de un niño de cuatro años al que flageló hasta la muerte cortándole las orejas, la nariz y los ojos, del que bebió su sangre y al que desmembró para después prepararse un estofado.
También contó lo ocurrido con un vagabundo al que obligó a realizar actos sádicos, masoquistas y coprófagos durante varias semanas. Le acuchilló las nalgas para beber su sangre e intentó cortarle el pene, pero desistió ante los gritos del joven.
Durante el juicio, que se celebró el 11 de marzo de 1935, Albert Fish narró con una sonrisa en los labios todas las depravaciones que había realizado con unos cien niños. Y aunque aseguró haber matado al menos a quince, el único asesinato que la policía logró demostrar fue el de Grace Budd.
Diez días después de que diese comienzo la vista y que subieran al estrado diversos psiquiatras para explicar la despiadada personalidad de Fish, el jurado lo encontró culpable y el juez lo sentenció a morir en la silla eléctrica. La ejecución se produjo el 16 de enero de 1936.
Entre los periodistas allí congregados se encontraba el reportero del Daily News que escribió: “Sus ojos llorosos destellaron de alegría ante la idea de ser sometido a un calor mucho más intenso, comparado con el que usualmente se quemaba para satisfacer su lujuria. Preguntó si estaría consciente en el momento de su muerte. Dijo que era el único placer que le faltaba probar: su propia muerte, el delicioso dolor de morir”.
Entró a Sing Sing en marzo de 1935. Lo sentaron en la silla eléctrica el 16 de enero de 1936. Tres minutos después de la descarga eléctrica, se certificó su muerte. Aquél fue su último escalofrío. A las once y seis minutos de la noche fue declarado muerto.
Cuando la Old Sparky –la vieja chisporroteadora–, como llaman en la jerga a la silla eléctrica, apagó sus últimas chispas, muchos hombres y mujeres durmieron más tranquilos esa noche. Pero el espanto tatuado en sus almas jamás se borró. Y tampoco sus preguntas: ¿cuántos Albert Fish, cuántos demonios, cuántos asesinos, cuántos violadores, cuántos caníbales les faltaría padecer y enfrentar en sus vidas?
Fuentes: Infobae // La Vanguardia // Wikipedia