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Alberto Aguilera y las estufas populares

Por Exprimehistorias

Eran unos hornillos que se ponían en las calles de Madrid cuando en invierno hacía mucho frio. Los periódicos se hacían eco de todas las cosas que acontecían alrededor del fuego de estos artilugios.

Clases de estufas

La leña ha sido tradicionalmente el combustible más utilizado. Ha sido el más socorrido y el más económico. De ahí que las estufas de leña sean las más vendidas.

El carbón está en disminución progresiva aunque las estufas de leña de fundición pueden utilizar también carbón.

El pellet es un combustible en alza. Es cómodo, limpio y práctico.  El gas y la electricidad serían los otros combustibles utilizados.

En Europa la estufa evolucionó y fue incorporada por las clases sociales más altas. Los palacios de Viena como el de la Emperatriz Sissí usaban unas estufas cerámicas de tamaño descomunal.

En España la estufa permaneció más próxima a las clases populares y la pequeña burguesía, mientras que la chimenea francesa tradicional se identificaba con una clase social alta.

En España y Portugal se usan  aun hoy en día estufas de color oscuro, negro y de fundición. Todavía nos llaman la atención las estufas de gusto europeo, con piezas cerámicas de colores chillones.

Alberto Aguilera y las estufas populares

Las estufas populares

“Nos europeizamos. Madrid va adquiriendo hábitos y costumbres extranjeras. Trajes de corte inglés, sombreros a la francesa, abrigos moscovitas, el Laboratorio Municipal pone en marcha nuevos coches de desinfección… Y ahora las estufas populares” El País

El Ayuntamiento de Madrid con su alcalde Alberto Aguilera, decidieron instalar en sus calles las que se llamaron en su momento estufas populares para los más necesitados. Esta decisión provocó un interesante debate en la capital.

En general la resolución, que había sido ya introducida en otros países, fue acogida con agrado por los ciudadanos:

“Madrid en este aspecto siniestro de toda población, es más digna de lástima que ninguna (…) Es una idea generosa y humanitaria el colocar estufas populares en este horrible invierno (…) Al menos en estas noches horribles, en que desciende sobre Madrid un hielo de muerte, en torno a estas estufas se agrupará una legión de niños pobres, descalzos y privados de todo amor” Heraldo de Madrid

Otros se burlaron de esta idea por considerarla extravagante y además irrisoria por ser escasa debido a que había mucha gente necesitada:

“El espectáculo que ofrece cada uno de estos hornillos es encantador. Los golfos forman un círculo y charlan animadamente de todo, incluso de política, discutiendo con los guardias como si éstos fuesen la Comisión de Presupuestos o cosa parecida. Lo malo es que el número de estufas no guarda proporción con el de golfos madrileños; creo que en total hay 8 hornillos y cada uno de ellos puede templar a 2 ó 3 docenas de aquellos pero ¿Qué es eso para la “gruesas” de golfos que hay por ahí?” – Madrid Cómico

Estas estufas habían sido donadas por la Compañía del Gas, cuyo director era Mr. Barle. Lo que parecía un gran gesto por parte de la empresa suministradora quedó empañado cuando se supo que los hornillos eran de segunda mano, y los habían usado primero para derretir la brea usada para el entarugado de las calles.

El carbón de coque consumido por día y hornillo era de unas dos arrobas en días normales, aunque si había viento, la cantidad aumentaba.

Alberto Aguilera y las estufas populares

Estas estufas estaban formadas por un brasero de hierro con forma de cesta, que se apoyaba en el suelo a través de 3 patas.

Un guardia y un operario municipal se hacían cargo del transporte del artilugio y del carbón necesario para su uso.

Cuando el operario encendía la estufa se marchaba, y no volvía hasta la hora en que había que encenderlo nuevamente por la mañana y volvía a la nueve para retirarlo hasta la noche.

El guardia se quedaba en el lugar, ya que las personas que querían calentarse terminaban discutiendo al acercarse mas al fuego y empujaban a los demás, e incluso intentaban quedarse mas tiempo del permitido. Solo podían permanecer allí cerca de la estufa en turnos de 15 minutos.

Los principales usuarios, junto a los mendigos, eran los golfos, que en aquel entonces era una multitud de niños y adolescentes descalzos, desnutridos, harapientos y, que normalmente, no tenían donde vivir. Vivían de la sopa boba o de los bodrios que les daban en los conventos.

En los “Fornos callejeros” como se les llamó , también acudían gentes bien que acudían con un doble propósito: el lógico de calentarse y el pasar el rato observando a los que acudían allí y sus conversaciones que algunas tenían su chispa y su gracia.
Se colocaron estas estufas callejeras en la Navidad de 1901 en Madrid, porque fue un invierno particularmente frio. Se instalaron en 8 puntos de la capital:

Plaza Puerta de Moros, zona del Rastro, Lavapiés, Plaza de Antón Martín, Calle Arlabán, Plaza de Alonso Martínez, Glorieta de Bilbao y Plaza de Herradores.

Los horarios de encendido de las estufas era el siguiente:

  • De 6 a 9 por la mañana
  • De 8 de la noche a 1 de la madrugada.

Estos horarios y los lugares a los que acudían para calentarse tuvo sus mas y sus menos, porque a ciertas horas había pocas personas alrededor del fuego y estaban las calles repletas de estos golfos callejeros:

“El señor Aguilera merece por su iniciativa nuestro más sincero aplauso, pero le suplicamos en nombre de esos pobres a quienes quiere favorecer, disponga que la duración de las estufas sea sin interrupción de 9 de la noche a 6 de la mañana. De 8 a 1 de la noche los teatros, tabernas o cafés están abiertos.

Es la hora de venta de los periódicos de la noche, llegan además varios trenes y los pobres que viven de pedir limosna, de vender periódicos, de subir bultos de la estación no tienen tiempo para acudir a las tertulias de las estufas, porque otra necesidad más apremiante, la de ganar algunas perras para la cena y el almuerzo, requieren su atención.

De 1 a 6 de la mañana los quicios de las puertas, las rinconadas de las calles, las encrucijadas, los soportales ofrecen el aspecto de inmensos viveros de carne humana en que, hacinados, dormitan los pobres golfos, los pobres desheredados que al retirarse de la estufa, sienten como es natural el brusco cambio de la temperatura, buscando instintivamente el remedio de librarse de una pulmonía” – El País

La prensa escribía sobre lo que pensaban los usuarios de esta forma de calentarse en las calles:

“Algo nos quitamos de frío, pero no crea usted que es mucho, porque nos pasa una cosa a los que venimos a la calle Herradores. Como el hornillo lo colocan en medio de la calle, mientras nos calentamos por delante nos quedamos como una piedra por detrás, de manera que tenemos que estar dando vueltas sin parar un minuto, para que el fuego nos favorezca en todo el cuerpo.

Lo que indigna a los golfos es la determinación de que no pueden estar al fuego más de 15 minutos. Esta medida se debe a que son muchos los que quieren calentarse, y todos desean ocupar lugar preferente, o sea la primera fila.

Y hay que verles cuando el guardia y el tío del carbón dicen: ¡Vaya otra ronda! y ya han pasado los 15 minutos. Por miedo a un sablazo o a un pescozón se separan entonces un poco, para arrimarse disimuladamente en cuanto los guardianes se descuidan, motivo por el cual hay a cada momento peleas y griterío.

Podríamos decir que hay 2 clases entre la golfería:

  • En primer lugar los “distinguidos” que acuden a calentarse a la calle Arlabán, Antón Martín, Alonso Martínez, Herradores y Bilbao. Son los que prefieren la vida errante del golfo a la del trabajo, cambiando su casa por la amplia calle, y su familia por los numerosos amigos que tienen en todas partes. De cuando en cuando pescan alguna comida regular que cae por cualquier circunstancia, al estar abonados a llevar a cabo algún negocio malo, y cuando las cosas están muy mal, van a los cuarteles en busca del nutritivo rancho.
  • En segundo lugar los que acuden al Rastro, Puerta de Moros y Lavapiés que son los golfos de segunda clase, de la que comen a diario rancho, recogen colillas por la calle y duermen acurrucados en los quicios de las puertas”.

Heraldo de Madrid

Un año después de empezar a poner estas estufas Fernando de Urquijo, desde La Correspondencia Militar y desde el Diario Oficial de Avisos de Madrid comentó:

“Y las estufas callejeras que tan buen resultado dieron el pasado invierno ¿Cuándo las pondrán?”

Carlos Miranda en El Liberal en 1915 escribió un poema satírico :

“¿Será el pedir estufas / al alcalde mayor / como el buscar cotufas / en el golfo Señor?” “¡Oh manes de Aguilera! / ¿Quién apagó –decid- / la estufa callejera / que caldeó Madrid” “¿Acaso es un derroche comprar aquel carbón / que al golfo por la noche, / daba calefacción?”.

Ocho años mas tarde, bajo la alcaldía del Conde de Peñalver, se quejaba del coste que representa el carbón para las arcas municipales: “¡El carbón que se empleará en ese servicio municipal!”.

Nuevo Mundo en un artículo de A.R. Bonnat ironizaba diciendo, entre otras cosas, que se acabarán instalando mesas camillas en cada plaza y que en ellas se sentarán “los ediles que darán lecturas públicas del Heraldo y del Juanito, alternando estos ratos de instrucción literaria con la resolución de fáciles charadas y la confección de gorritos de crochet hechos por el bello sexo”

Hasta Ángel Urzáiz, Ministro de Hacienda de Sagasta, salió retratado en un chiste político de La Correspondencia Militar calentándose en las estufas callejeras.

Hubiera sido mucho más lógico dar techo y cobijo que no braseros en medio de la calle. Se llegó a pedir impuestos para tener los fondos necesarios en caso de que no hubiese suficiente dinero en el Ayuntamiento.

Se prohibió en 1909 dormir a los mendigos en el asilo Tovar para evitar infecciones, y entonces se pidió que se sacaran a la calle estas estufas. Estas no se sacaban todos los años, ya que se dependía de la decisión del alcalde de turno y en ese periodo de años en que se hizo uso de estos artilugios hubo varios cambios de alcalde.

Alberto Aguilera y las estufas populares

El sorteo de la lotería de Navidad. La noche del 21 al 22 de diciembre era habitual que los golfos guardasen cola para vender su puesto a los que querían por la mañana ver el sorteo.

Muchas veces los comerciantes corrían con los gastos de leña, carbón y cafés para los que pernoctaban a la espera de que diesen las ocho de la mañana para que se abriese el salón del sorteo y ceder el sitio al espectador de turno. En 1915 las estufas , que normalmente eran dos, las proporcionó un fumista de la calle Claudio Coello.

El año anterior el que se dio una vuelta por la cola fue el mismísimo Eduardo Dato que era en esos momentos Presidente del Consejo de Ministros, que acabó repartiendo cigarrillos y dinero a los setenta individuos que se encontraban allí.

Este fue asesinado el 8 de marzo de 1921 con más de veinte disparos realizados con una pistola Maueser C96. Un atentado llevado a cabo por tres pistoleros considerados anarquistas, aunque investigaciones recientes apuntan a que se trataba de pistoleros a sueldo.

Por 1918 andaba rondando la llamada gripe española y procuraban estar al lado de esas estufas para poder evitar cogerla, aunque era muy contagiosa. Alfonso XIII la contrajo entre mayo y julio, una época en la que no hacía frio.

Gabriel Montero trajo unas estufas nuevas de Suecia, que,  creía eran mejores que las tradicionales para evitar las intoxicaciones por emanaciones tóxicas, pero la cosa no acabó bien del todo, ya que al poco de estar puestas fueron destrozadas por vándalos.

En apenas 2 décadas se fue abandonando este proyecto, que había sido aplicado por algunos de los alcaldes que habían ocupado la alcaldía de Madrid en el primer cuarto de siglo XX.

Aunque en 1931 podemos leer en el número de Mundo Gráfico de 17 de junio en un pie de foto:

“Hornillos colocados en las calles de París para que los obreros sin trabajo pudieran calentar sus miembros entumecidos, como hace años hizo en Madrid el popular alcalde, de inolvidable memoria, don Alberto Aguilera”.

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Alberto Aguilera

Las estufas populares de Alberto Aguilera, Madrid 1901

La estufa

Estufas populares. Calor para los pobres

Eduardo Dato

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