La foto del Presidente y sus amigos celebrando en plena cuarentena, muestra cuán lejos estaban del país en pandemia.
Lo grave no es la fotografía. Lo grave es la situación. Una docena de personas festejando un cumpleaños en la Quinta de Olivos, mientras el resto de los argentinos eran obligados a quedarse aislados en sus casas. Hubo quienes no pudieron despedir a sus padres. Hubo quienes no pudieron ver durante meses a sus familias. Y hubo quienes no pudieron volver al país por los rigores de la cuarentena. La imagen del Presidente, de su pareja y del grupo de amigos, todos sin barbijo, todos vulnerando las leyes de emergencia, es una postal de la indiferencia y del desprecio a los miles de muertos que sigue provocando la pandemia.
Dicen los colaboradores de Alberto Fernández que está muy enojado con la difusión de las fotos. Que lo culpan por la transparencia de sus actos y por recibir en la residencia de los presidentes a quienes tienen problemas. Pero lo cierto es que las imágenes que ahora se conocen no fueron difundidas por la generosidad del Gobierno. Debieron esperar mucho tiempo y la filtración se produjo porque algunos de los invitados o de quienes trabajan en Olivos, descuidada o intencionalmente, transmitieron las imágenes que luego llegaron hasta la opinión pública.
Hacía dos semanas que los datos con las visitas a Olivos en tiempo de cuarentena iban inundando el circuito de la información pública. El primero fue un periodista con una cuenta muy activa en Twitter (@gonziver), quien puso en las redes sociales las listas de invitados a la residencia. Allí se mezclaban funcionarios con amigos, amigas, celebridades y desconocidos. Y el Presidente recién salió a dar explicaciones cuando se conocieron los movimientos del empresario taiwanés Chien Chia Hong. Dos artículos de este diario, escritos por Daniel Santoro y Héctor Gambini, aportaron detalles de los contratos con el Estado que logró ese habitué nocturno de la Quinta después de varios ingresos afortunados, entre ellos, al propio cumpleaños de Alberto Fernández.
En los últimos días, aparecieron las imágenes que aportaban más información sobre aquellos festejos en pleno aislamiento. Una difundida en LN+ por el periodista Eduardo Feinmann, que el Gobierno desestimaba calificándola de artificio fotográfico y que tenía algunos defectos técnicos que daban lugar a la duda. Pero luego apareció la fotografía más amplia y enfocada, que difundió la periodista Guadalupe Vázquez, y que mostraba el festejo cumpleañero de Fabiola junto a sus amigos, al Presidente y junto al perro Dylan, tal vez el único que no podía tomar dimensión de las reglas que estaba infringiendo.
Esta vez no hubo desmentida oficial ni oficiosa. Apenas algún gesto de lamento y de resignación. Hay una denuncia judicial en marcha, un pedido de juicio político opositor entrando al Congreso y una mezcla de furia y estupefacción en el oficialismo que va desde la Casa Rosada, pasa por los renovadores de Sergio Massa y hace eclosión en la ira tan fácil de encontrar en Cristina y en el kirchnerismo.
Parece broma, pero algún funcionario intentó en estas horas oscuras de desconcierto culpar al taiwanés Hong de haber sacado y difundido la fotografía del oprobio. El problema es que "El Chino", como lo bautizó muy poco diplomáticamente Alberto, fue a su cumpleaños. No al de Fabiola. Errores que suceden en los tiempos de confusión.
En definitiva, mucho peor fue que el Presidente nombrara a cuento de nada a quien fue su ministro de Transporte, Mario Meoni, en tren de deslindar responsabilidades sobre las andanzas contratistas del taiwanés. El funcionario, muerto el 23 de abril al chocar su auto por la ruta 7 yendo hacia Junín, ya no podía ayudarlo a confirmar o a desmentir la información que tanto lo complicaba. Un gesto desesperado e innecesario. Uno más, mientras se ensancha el abismo de la decadencia.
Orige: CLARIN