En estos momentos estoy leyendo el libro "Nuestros hijos y nosotros" de Meredith F. Small y me está encantando. Tanto es así, que aún siendo muy reacia a aconsejar o comentar lecturas, he de decir que este es un libro que debería leer todo aquel que convive habitualmente con bebés, puesto que nos da grandes claves para entender porqué actúan de la manera que actúan.
Os dejo un fragmento que me ha gustado mucho, y que me habría encantado haber leido antes de tener a David y una reflexión personal al respecto:
"El ambiente inmediato del bebé influye mucho sobre su llanto. Por difícil que sea explicar esto a una madre norteamericana, muerta de sueño, que pasa noche tras noche meciendo a un bebé inconsolable, nuestro estilo de crianza parece ser la raiz de la perturbación infantil.
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Las últimas investigaciones indican simplemente que los bebés occidentales lloran durante periodos mas largos y hasta desarrollan "cólicos", debido a que el estilo de crianza aceptado y culturalmente desapegado suele ir a contrapelo de la biología infantil. Cuando un bebé llora inconsolablemente durante horas enteras; cuando arquea su cuerpecillo, lleno de frustración; cuando azota el aire con un puño furioso, estamos ante un clarísimo ejemplo del choque entre biología y cultura. El bebé esta respondiendo a un medio culturalmente alterado, para el cual no está biológicamente adaptado. Y este es el precio.
El párvulo está biológicamente adaptado a esperar el vínculo físico constante y la atención dentro de la cual evolucionó el niño humano hace millones de años.
Pero en algunas culturas, los padres están optando por una relación más independiente con su bebé. Prefieren ponerlo en la cuna o un asiento para coche antes que llevarlo siempre en brazos, alimentarlo a intervalos fijos en vez de hacerlo continuamente y responder con menor prontitud a su desasosiego.
Aunque este estilo les proporciona alguna libertad con respecto a las exigencias infantiles, también tiene su costo: un bebé llorón, que no está biológicamente adaptado al cambio cultural"
A día de hoy, esto me parece algo obvio, pero habría agradecido enormemente que hubiera llegado a mis manos antes de tener a David, o en sus primeros meses, cuando buscaba mil interpretaciones a su llanto y mil maneras de calmarlo. Tenemos tan interiorizada nuestra manera de entender la crianza, que no concebimos otra. No nos entra en la cabeza que el bebé no nació diseñado para pasar el día en un carrito, o en su cuna. Y muchos de nosotros pensamos que, si en otras culturas no crían así, no es por convicción sino por falta de medios.
Por eso nosotros, que por algo pertenecemos a un país desarrollado, pensamos que nuestra manera de manera de obrar es la única válida y que los demás, si pudieran, lo harían como nosotros. Pero estamos terriblemente equivocados. Este desarrollo nos está alejando por completo de nuestras raices, de la naturaleza y de nuestra propia biología.
Para darse cuenta de esto, basta con observar la calma, tranquilidad y felicidad de un bebé en contacto permanente con su madre. Es un niño feliz puesto que está recibiendo todo aquello que necesita.
Todo lo demás (cunas, carritos, llantos sin respuesta) lo aleja de aquello para lo que está diseñado y no cubre las expectativas con las que viene a este mundo.
Pensemos un segundo quien es el que se beneficia con este estilo de crianza, donde los brazos de la madre se han sustituido por un montón de objetos a comprar, sin los que hoy por hoy se nos hace imposible vivir.
Desde luego, bajo mi punto de vista, ni la madre ni el niño salen beneficiados. En cambio, la que si que sale beneficiada es la sociedad de consumo en la que vivimos, que se nutre y crece haciéndonos creer que solo existe una manera de hacer las cosas.
Pero aunque nos resulte difícil de creer, aún existen lugares en los que los bebés crecen envueltos en el regazo de su madre, donde reciben todo lo que necesitan, sin saber lo que es una cuna o un cochecito.
Existen muchas maneras de entender la crianza, no dejemos que nos ciegue lo que nos intentan meter por los ojos.
Por el bien de nuestros hijos, por el nuestro y por el de la humanidad.