Los medios sociales de comunicación, las canciones de los artistas jacarandosos, los avisos del naranjín y el pregón de los vendedores de elixir nos incitan diariamente a olvidar las penas y a mantener jubiloso el ánimo. Existe una línea de pensamiento sonriente que parece sostener que una persona alegre es superior y más admirable que un señor triste. Esto puede ser cierto, si es que uno se propone organizar un asado o un baile de fin de curso. Pero -según he llegado a sospechar- la vida no es una kermesse y quizá sea honesto pensar que ser triste no es un capricho de amargados, sino más bien la única actitud posible que un criollo puede adoptar ante un universo que no se le acomoda.Alejandro Dolina - Revista Humor
Cierta vez un periodista le pregunto a Ernesto Sábato:
-¿Es usted feliz?
-Soy mortal- confeso el hombre de Santos lugares- . ¿Como quiere que lo sea?
Y ése es el punto.
Toda alegría presupone un olvido momentáneo de la tragedia esencial de la vida. Puede uno reírse del cuento de la venganza del chinito, pero es apenas un respiro en el camino.
Siguiendo este razonamiento, muchos hombres tristes se han atrevido a una afirmación audaz: no es posible ser alegre. Los más que se puede es estar alegre en ciertas circunstancias.
Uno juega, ríe y refiere historias picarescas, solamente para no recordar que ha de morirse. Ese es el sentido original de la palabra "diversión": apartar, desviar, llamar la atención hacia otra cosa que no es la principal.
Y en realidad bien puede afirmarse que el hombre actual se divierte bastante.
Cuando uno trata de abordar estos asuntos, es generalmente mal mirado. Las personas simpaticonas afirman que esas no son cosas para tratar, los comerciantes se ríen de uno y los maniseros ácratas declaran que la angustia ante la muerte es un berretín de burgueses. Todos prefieren examinar otros asuntos y hasta hay quienes manifiestan que la preocupación metafísica es literatura de evasión. Los Hombres Sensibles de Flores han creído siempre que todos los otros temas son diversiones.
Manuel Mandeb lo ha afirmado claramente en sus célebres "Instrucciones para utilizar este producto", un trabajo que le fuera asignado por la firma "Pelofij". El filósofo del Ángel Gris se las compuso para intercalar algunos sabios pensamientos en un texto cuyo propósito general era bastante prosaico.
"...Estas instrucciones son -estoy seguro- literatura de evasión. Las novelas policiales y los cuentos de espionaje también los son. Pero, si bien se razona, casi todo cuanto se escribe cabe en ese rubro. Los horarios de ferrocarriles, las noticias políticas, los estudios sobre las reservas de petróleo, los libros de sociología... Todo eso nos aparta de único tema que debe preocuparnos: la muerte. "
Todas estas meditaciones tienen por objetivo justificar la tristeza de algunas personas. Mas aún. Casi puede decirse que cuando más inteligente, profundo y sensible es un caballero, mayor será su tristeza. Pocos genios han sido alegres.
Por el contrario, las exhortaciones a la alegría suelen proponer la interrupción del pensamiento. "Es mejor no pensar".
Casi todos los aparatos y artificios que el hombre ha inventado para producir alegría están destinados también a suspender toda reflexión: las cantinas de la Boca, las maquinas llamadas Flippers, la música disco, el baile.
Pero hay algo más: la tristeza parece tener más fuerza que la alegría. Una halagüeña y otra espantosa. Imaginemos que ha acertado en la quiniela y ha muerto su hermano. Si este señor no es un canalla, prevalecerá la tristeza. El hombre sufrirá ante la desgracia y no le servirá de consuelo la percepción del premio. Y eso para no mencionar la evidente mayoría de sucesos desgraciados que esperan a un hombre en su vida: más veces estará uno frente a la muerte que en posesión de números premiados.
Algunos sofistas alegres han ideado este ingenioso consejo:
"... Si un problema tiene solución -dicen- no vale la pena preocuparse. Y si no la tiene ¿qué se gana con la preocupación?"
He escuchado esta brillante estupidez centenares de veces y hasta es posible que existan cuadritos y banderines que la perpetúen.
Aquí el error capital consiste en confundir las arduas cuestiones de la vida real con los problemas del manual del alumno bonaerense. En la vida no anda uno extrayendo raíces cuadradas ni buscando soluciones a ejercicios aritméticos. Allí hay que vérselas con la soledad, la angustia, el desencuentro y la injusticia. Y esos no son los problemas, sino tragedias y no es que uno se preocupe, sino que se desespera. Lloraba Solón desconsoladamente la muerte de su hijo.
Un amigo se acerca y le dice:
-¿Por qué lloras, si sabes que es inútil?
-Por eso -contestó Solón-, porque sé que es inútil.
Tristeza Criolla
En esta tierra, cada vez que un pensador se encuentra ocioso, no encuentra el mejor ejercicio que imaginar nuevas teorías acerca de la tristeza o alegría de nuestro pueblo.
En los últimos años, la novedad consiste en sostener que no somos tristes o que, si lo somos, constituye esto un gran defecto.
El humilde parecer de este columnista es que -a pesar de las hordas que pretenden alegrarnos a puro prepo- seguimos siendo esencialmente tristes. Y esto, lejos de ser lamentable es tal vez una de nuestras mejores virtudes.
Somos tristes con la tristeza que -según Unamuno- es el precio de la vida conciente. Y con la tristeza que heredamos de quienes vinieron a conquistar estas desolaciones. Y con la tristeza hija del resentimiento de quien padecieron postergaciones. Basta con examinar las obras de los artistas argentinos de todos los tiempos para advertir que la mayor parte de ellas -y las mejores- son tristes, graves, austeras. No obstante, puede ocurrir que alguien declare que nos estamos volviendo alegres y utilice como argumento las carcajadas del público ante los chistes de Porcel o el júbilo que desata la ecuación de alguna murga.
Somos tristes. Y si alguien tiene alguna duda, que examine atentamente esta revista que, según se supone, debe ser divertida.
Virtudes de un triste
No esta mal ser triste, los garanto.
El que se entristece se humilla, se baja del caballo, abandona el orgullo.
Quien está triste se ensimisma, reflexiona, piensa. (De donde resulta que la tristeza es hija y madre de la meditación).
Si me permiten entrar en el pantanoso terreno de la confidencia, les informaré que suelo elegir a mis amigos entre la gente triste.
Y no crea el lector suspicaz que nuestras reuniones y charlas son lacrimógenas. Nada de eso.
A veces salimos a tocar los timbres de las casas, para luego darnos a la fuga.
En otras ocasiones, derribamos a patadas los tachos de basura.
Hay noches que cantamos canciones puercas y otras noches arrojamos piedras a los faroles, para no hablar de los bailongos atorrantes a los que solemos concurrir.
Los muchachos tristes nos reímos mucho, les aseguro. Pero, eso sí: A veces, mientras corremos a las carcajadas, necesitamos ver un gesto sombrío en el amigo que marcha a nuestro lado.
Es el gesto noble que lo salva a uno para siempre. Es el gesto que significa: "Atención, muchachos, que no me he olvidado de nada".
Final Feliz
No hemos sido hechos alegres ni tristes, me parece.
En cambio estoy seguro de que hemos sido hechos libres. Podemos elegir entre la alegría y la tristeza.
Pero, en todo caso, la alegría a la que debemos apostar no es la que significa olvidar nuestros pesares.
Hay una alegría superior, acaso reservada a muy pocos hombres. Para alcanzarla hace falta coraje, sabiduría y sentimiento. A veces, santidad.
Ser alegres, a pesar de todo, conociendo nuestro trágico destino: he allí un desafío para paisanos guapos.
Claro, esa alegría nada tiene que ver con los goles de Kempes, no los programas de Olmedo. Es triste, pero es así.
Revista Cultura y Ocio
"Los vendedores de elixir nos convidan todos los días a olvidar las penas y mantener jubiloso el ánimo. El Pensamiento Oficial del Mundo ha decidido que una persona alegre es preferible a una triste. Cuanto más inteligente, profunda y sensible es una persona, más probabilidades tiene de cruzarse con la tristeza. Por eso, las exhortaciones a la alegría suelen proponer la interrupción del pensamiento: "es mejor no pensar...". No está mal ser triste, señora. El que se entristece se humilla, se rebaja, abandona el orgullo. Quien está triste se ensimisma, piensa. La tristeza es hija y madre de la meditación. Aprovecho para confesarle que suelo elegir a mis amigos entre la gente triste. Y no vaya a creer que nuestras reuniones consisten en charlas lacrimógenas. Nada de eso: concurrimos a bailongos atorrantes, amanecemos en lugares desconocidos, cantamos canciones puercas, nos enamoramos de mujeres desvergonzadas que revolean el escote y hacemos sonar los timbres de las casas para luego darnos a la fuga. Los muchachos tristes nos reímos mucho, le aseguro. Pero eso sí: a veces, mientras corremos entre carcajadas, perseguidos por las víctimas de nuestras ingeniosas bromas, necesitamos ver un gesto sombrío y fraternal en el amigo que marcha a nuestro lado. Es el gesto noble que lo salva a uno para siempre. Es el gesto que significa "atención muchachos, que no me he olvidado de nada".-" dice Alejandro Dolina en un esfuerzo inútil por definir a la tristeza desde otro punto de vista, más reflexivo, más humano y existencial, contraria a la alegría vacua que se yergue desde el falso júbilo que supone la ausencia de vida que tan bien describe Aldous Huxley en "Un Mundo Feliz".