Vuelve hoy Alejandro Llano, habitual de Scriptor.org con algunas destacadas notas, que bien podrían ser más, pero no mejores. Lo hace esta vez con un texto que publica en Gaceta, bajo el título El Papa y el proverbio árabe.
Esto es lo que Alejandro piensa a propósito de la presencia del Papa pensador con los jóvenes en Madrid:
Dice un proverbio árabe que hay tres cosas que no se pueden ocultar: el fuego, el amor y un camello en el desierto. La presencia del Papa en la Jornada Mundial de la Juventud tiene la capacidad de atracción del amor, suscita un entusiasmo encendido y va a convertir Madrid durante unos días en lo más opuesto a un desierto.
A pesar de ser un acontecimiento tan positivo, o precisamente por ello, no a todos agrada la perspectiva de una gran fiesta de la fe en torno a una de las figuras más relevantes de estos comienzos del siglo XXI.
Los opositores no son muchos quizá, pero algunos superan el límite de la antipatía y comienzan a manifestar algo muy parecido al odio, que ya se trasluce en las páginas de los periódicos de este país obsesionados con Benedicto XVI. No hay ninguna razón sólida que fundamente tal rechazo. Los acontecimientos que, desde los inicios de su Pontificado, se han utilizado como armas arrojadizas o bien no son ciertos o bien no hacen recaer ninguna responsabilidad directa sobre el Papa actual. No se le ataca porque carezca de cualidades positivas.
Todo lo contrario: lo que les molesta es que sea uno de los intelectuales más destacados de la hora presente, con una apertura mental y cultural no igualada por ninguno de sus contemporáneos. Los antropólogos culturales denominan a esta postura “animadversión mimética”, en la que se descargan las propias insuficiencias sobre el que no las comparte: el chivo expiatorio.
Llega Benedicto XVI a España en un momento crucial. Largos años de políticas desvariadas y sectarias nos han conducido al borde del abismo. La convocatoria de elecciones por parte de Zapatero sólo puede interpretarse como el reconocimiento de un límite del ethos social. Por razones históricas, los españoles actuales somos pacientes y poco dados a respuestas contundentes. Pero la cosa no da más de sí. A alguien habrá que cargarle el mochuelo, y tiene poca gracia que las urnas se abran precisamente el 20-N.
Desde luego, el catolicismo no implica un mandato imperativo en materias políticas, pero los cristianos españoles están siendo maltratados y humillados hasta el final mismo de estas dos lamentables legislaturas. Aún tendremos que sufrir que se nos tilde de antidemócratas, cuando acabamos de atravesar durante casi ocho años el gran túnel de la manipulación despótica.
Felizmente, el Papa no hablará de ninguno de estos lamentables asuntos, sino que transmitirá a los jóvenes, y a quienes sólo lo somos por dentro, un mensaje de alegría y esperanza. La juventud española ha padecido un bombardeo de consignas cargadas de inmoralidad y resentimiento. Pero ha sido tan obvia y tosca la ofensiva que sus efectos resultan más superficiales y aparentes que reales y profundos.
Los cientos de miles de chicas y muchachos que se reunirán junto a Benedicto XVI escucharán palabras dictadas por la contemplación y el razonamiento, y comprobarán –en un ambiente internacional y abierto– la diferencia de calidad teórica y humana entre un discurso hondo y pacífico, por una parte, y otro inspirado en lugares comunes y avidez de poder.
Toda seria llamada a la esperanza implica, en quien la recibe, un temple de responsabilidad. La Jornada Mundial de la Juventud constituye un momento oportuno para que los españoles en general –y los cristianos en particular– nos llevemos la mano a la conciencia y pensemos qué podemos hacer de positivo y eficaz para sacar a este país, tan maltratado y errático a la sazón, del atasco en el que se encuentra. Y aquí se abre un amplio panorama de omisiones, frivolidades, debilidades y tibiezas.
Al contrario de lo que prometía Miguel Hernández, en este periodo reciente sí que han medrado los bueyes en los páramos de España. No basta con ser trabajadores y serios: es preciso acertar con el rumbo y no dejarse llevar hacia ninguna parte por el solo motivo de que lo manda el capataz.
Andamos todos muy azacanados con la economía y su crisis. No es para menos. Porque lo cierto es que –en la onda de las convulsiones internacionales– los responsables de la intendencia en esta piel de toro nos están llevando hasta una situación que será difícil de remontar, y que ya está provocando verdaderas tragedias familiares y personales. Pero lo cuantitativo procede de lo cualitativo, y la economía es una parte de la cultura.
Si se descuida el cultivo de los significados profundos y de los principios inspiradores una sociedad ya se ha empobrecido mentalmente, de modo que sólo será cuestión de tiempo que la miseria llegue a los aspectos exteriores.
La visita de su sucesor en la Sede de Roma es buen momento para recordar las palabras pronunciadas por el Beato Juan Pablo II en la Universidad Complutense en noviembre de 1983: “Una fe que no se hace cultura es una fe insuficientemente pensada y no plenamente vivida”. Y habrá que reconocer que, en estas casi tres décadas, no hemos avanzado mucho en la activa presencia de los cristianos en el campo de la cultura y de la investigación.
Da mucho que pensar la presencia en Madrid, con los jóvenes, del Papa pensador Benedicto XVI.