Revista Cultura y Ocio
Conocí a Alejandro Martínez hace casi ocho años cuando, junto con su hermano Rubén, era/n 'El apostol de más'.
Su primer disco, 'Volviendo a casa', no fue un disco que me emocionara especialmente pero, cuando mucha gente a la que uno admira tanto como el respeto que les tiene por sus conocimientos musicales, empezaron a llamarlo para colaborar en sus grabaciones y/o directos y pregunté, todos me dijeron lo mismo: "Es un músico impresionante".
Eso fue fácil comprobarlo cuando salió a la calle su segundo disco, 'Orgasmos modernos', un disco al que no le sobra ni un tema; de hecho, el cambio fue tan brutal de un disco a otro que hablando de ello con el productor del disco me dijo: "es que Alejandro se ha encontrado". Y se nota. Y deberían hacerse con ese disco ahora que aún están a tiempo.
Pues bien, mañana jueves 4 de febrero, si están por Barcelona y tienen la oportunidad, no sean necios y vayan a ver a Alejandro porque va a ver cumplido un sueño que llevaba años rondándole la cabeza: grabar en directo su tercer disco, un disco que contiene poemas de Jaime Gil de Biedma que Alejandro ha ido musicando en estos últimos años. Algunos daríamos lo que fuera por poder estar allí, pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible dice el clásico.
Por cierto, la formación para el evento será:
Marino Saiz - violín
Cristian Xiloé - batería
Mario Raya - bajo
Lucía Caramés - coros
Alejandro Martínez - piano/voz
¿Un par de ejemplos? Claro...
CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
—seguro de gustar— es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.
Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.
A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!
ALBADA
Despiértate. La cama está más fría
y las sábanas sucias en el suelo.
Por los montantes de la galería
llega el amanecer,
con su color de abrigo de entretiempo
y liga de mujer.
Despiértate pensando vagamente
que el portero de noche os ha llamado.
Y escucha en el silencio: sucediéndose
hacia lo lejos, se oyen enronquecer
los tranvías que llevan al trabajo.
Es el amanecer.
Irán amontonándose las flores
cortadas, en los puestos de las Ramblas,
y silbarán los pájaros -cabrones-
desde los plátanos, mientras que ven volver
la negra humanidad que va a la cama
después de amanecer.
Acuérdate del cuarto en que has dormido.
Entierra la cabeza en las almohadas,
sintiendo aún la irritación y el frío
que da el amanecer
junto al cuerpo que tanto nos gustaba
en la noche de ayer,
y piensa en que debieses levantarte.
Piensa en la casa todavía oscura
donde entrarás para cambiar de traje,
y en la oficina, con sueño que vencer,
y en muchas otras cosas que se anuncian
desde el amanecer.
Aunque a tu lado escuches el susurro
de otra respiración. Aunque tú busques
el poco de calor entre sus muslos
medio dormido, que empieza a estremecer.
Aunque el amor no deje de ser dulce
hecho al amanecer.
-Junto al cuerpo que anoche me gustaba
tanto desnudo, déjame que encienda
la luz para besarte cara a cara,
en el amanecer.
Porque conozco el día que me espera,
y no por el placer.