Hace seis meses, Alejandro Navas publicó aquí mismo un texto sobre estrategias demográficas alemanas. Si no nacen niños y los mayores envejecen, ¿qué estrategias demográficas cabe prever para el futuro de la pobación?
La situación española queda descrita en el primer párrafo del texto que sigue, en el que ahora plantea las razones técnicas demográficas ante dos posibles decisiones políticas (el salario y el voto familiares), que sugiere adoptar, en pro del empoderamiento de las familias:
Así escribe:
El Instituto Nacional de Estadística publicó el 19 de noviembre prospectivas demográficas para los próximos cincuenta años. Las previsiones provocan inquietud: “España, menos poblada y más vieja”, titulaba su crónica este periódico.
Al día siguiente del anuncio, todos los medios y foros de opinión se hacían eco de esas alarmantes noticias. Pero, pasadas veinticuatro horas, las aguas volvían al cauce poco sospechoso de la normalidad.
La demografía ocupa un lugar privilegiado dentro del ámbito de las ciencias sociales, por su extraordinaria capacidad predictiva. Salvo que se produzcan cataclismos imprevisibles, naturales o bélicos, resulta relativamente sencillo anticipar la evolución de muchas de las magnitudes demográficas relevantes. ¡Cómo les gustaría a los economistas poder acertar así con sus pronósticos!
La desgracia de la demografía, que la condena a una injustificada irrelevancia, es que sus previsiones, por muy pesimistas o incluso catastrofistas que resulten, apuntan al largo plazo. Cincuenta años son demasiados, tanto para los políticos, atentos a los cuatro años de legislatura, como para una ciudadanía cada vez más instalada en el presente. Tomarse en serio los pronósticos del INE exigiría cambios profundos en la política y en los comportamientos individuales, y no parece probable que estemos dispuestos a modificar nuestro estilo de vida.
Cuando el “milagro alemán” de los años sesenta proporcionaba a ese país una riqueza nunca vista, los técnicos del Gobierno calcularon las condiciones para la sostenibilidad del modelo económico: relevo generacional; crecimiento económico del tres por ciento y pleno empleo.
Al informar al canciller Adenauer, le sugirieron adoptar medidas para estimular la natalidad, fundamento y energía de todo lo demás. Adenauer respondió con una frase que se ha hecho famosa, resumen de la política familiar característica de la derecha europea: -“No hay que hacer nada. La gente ya se casa y tiene hijos de modo espontáneo”. El clarividente líder alemán mostró en este punto una miopía que a su país le ha salido luego muy cara.
¿Y qué piensa la izquierda sobre esto? Desde siempre ha mantenido una hostilidad más o menos abierta hacia la familia tradicional. El valor supremo de la socialdemocracia es la igualdad, y la familia es por definición una fuente segura de desigualdad. No hay dos familias iguales, cada una tiene sus costumbres y tradiciones. Tampoco rige la igualdad dentro de la familia, con su diversidad de roles: padre, madre, abuelos; lo mismo entre los hijos, donde una es la posición del primogénito y otra la del benjamín.
Este panorama variopinto chirría escandalosamente para planteamientos igualitaristas. En todas las utopías socialistas repiten las nociones de la exaltación del amor libre, la abolición de la familia tradicional y la asunción de sus funciones por parte del Estado. La naturaleza es tozuda y no se pliega a esos diseños teóricos, pero queda como residuo una indudable animadversión hacia la familia natural. Por ejemplo, el gobierno de Zapatero llevó esa actitud al BOE: divorcio exprés; algunos aspectos de la ley de violencia de género, como la prohibición de la mediación familiar en caso de conflicto; matrimonio homosexual.
En España todavía se asocia fomento de la familia a franquismo, lo que resulta paradójico, pues el régimen franquista no hizo gran cosa por la familia, al margen de gestos anecdóticos como la concesión de los premios nacionales de natalidad. La vacilación de Rajoy a la hora de aplicar su programa en este ámbito ilustra ese complejo que caracteriza a la derecha de aquí. Las familias de toda la vida, que siguen siendo el modelo predominante, se encuentran huérfanas: no hay lobby o movimiento social organizado que las defienda.
Está probado que esa familia de siempre, con padre, madre e hijos, constituye la mejor escuela de humanidad y la fuente insustituible para la generación de capital social y humano. Aunque no lo mandara la Constitución sería necesario fortalecerla y promoverla, si queremos evitar nuestra muerte social por desertización. Se pueden adoptar muchas medidas posibles, basta con fijarse en nuestros vecinos y copiar lo que funciona.
Y puestos a innovar, sugiero dos medidas. De una parte, la introducción del salario familiar para los padres o madres que opten por quedarse en casa para criar a los hijos. Y, de otra, la adopción del voto familiar –está en el programa del Partido Liberal alemán (FDP)-: conceder a las familias tantos votos como miembros tengan; los padres votarían por los hijos durante la minoría de edad de estos.
La ventaja de esa medida radica en que hace real y sin coste económico el empoderamiento de las familias.