Revista Cultura y Ocio

Alejandro Navas sobre la concejala, el vídeo y la dimisión

Publicado el 12 septiembre 2012 por Noblejas

Magnífico alegato en pro de la integridad de los personajes políticos, que harían mucho bien a la democracia 1) asumiendo las responsabilidades de sus actos, 2) no mintiendo ni engañando a sus conciudadanos.

La circunstancia se la brinda a Alejandro Navas el reciente culebrón mediático-político sobre los hechos de (y entorno a) la concejala Hormigos. Comparto su opinión: también pienso que la concejala Hormigos debería dimitir.

Concejal
¿Ha hecho Olvido Hormigos algo malo? ¿Tiene motivos para sentirse culpable? El episodio protagonizado por la concejala y su vídeo ha ocupado durante varios días las portadas de los medios y la atención de las redes sociales. Que un incidente de esta naturaleza acapare tanto dice mucho -y no precisamente positivo- de nuestra sociedad.

En este comentario voy a prescindir del contenido del vídeo, pues considero que no debería interesar a la opinión pública, en los dos primeros sentidos de “interesar” que menciona el diccionario de la Real Academia: “inspirar interés o afecto” y “producir alteración o daño”. Hay demasiado exhibicionismo -y su correspondiente voyeurismo- en nuestra esfera pública.

En cuanto el vídeo de marras se hizo público, la concejala se apresuró a anunciar su dimisión. Evidentemente, se sentía culpable. Para justificarse, declaró que el video era de uso privado y que estaba dirigido a su marido. También, que lo habían enviado a Youtube desde un ordenador del Ayuntamiento, lo que daba un carácter político al affaire: concejala socialista víctima de una maniobra (innoble, por cierto) del alcalde pepero. La reacción de la opinión pública fue inmediata, y los apoyos a la concejala adquirieron tal magnitud, que esta se echó atrás y, fortalecida por ese plebiscito sin urnas, anunció que continuaba en su cargo.

La verdad se va abriendo paso con dificultad en medio de la baraúnda mediática y política. El vídeo no iba dirigido a su marido, sino a su joven amante, que parece ser el autor de la filtración.  En consecuencia, Olvido lo denunció ante la Guardia Civil. Ahora ha dado un paso más y ha denunciado también al alcalde, que declarará el 27 de septiembre.

Desde una óptica feminista-progresista se podría considerar que el amor es libre y que la fidelidad conyugal no es más que una ficción del pasado: “No ha hecho nada malo”, claman las redes sociales y afirma también la interesada. Pero Olvido ha demostrado que, al margen de ideologías, es una persona normal, que siente vergüenza cuando su adulterio se descubre. De ahí su intento por enmascararlo.   Tampoco creo que interese a la opinión pública el desenlace de una crisis familiar, en la que tanto el marido como los dos hijos  del matrimonio algo tendrán que decir.

Lo que, en mi opinión, exigiría la dimisión de la concejala Hormigos es su coartada para engañar a la ciudadanía, atribuyendo carácter político a su peripecia sentimental. En un pueblo pequeño la gente suele conocerse bien, se hace difícil guardar secretos. Si una persona casada decide tener una aventura con alguien del lugar se expone a que el hecho se conozca enseguida. Si lo hace una concejala de la oposición, resulta de mal estilo que, una vez descubierta, intente tapar el asunto con la cortina de humo de una supuesta conspiración por parte de la alcaldía.

Este pequeño incidente -pequeño en sí mismo, no tanto por la repercusión alcanzada- ilustra de nuevo una de las más notables carencias de nuestra cultura democrática: la dificultad que parecen tener nuestros representantes políticos para asumir las consecuencias de sus actos. Cuando esas conductas atentan contra la ley o las buenas costumbres, una salida obvia es la dimisión. “El que la hace, la paga”, así se formula en términos coloquiales un principio básico de la convivencia democrática y garantía de su grandeza.

Auque sus líderes o  ciudadanos no tienen por qué ser mejores que los de otro tipo de régimen, el sistema democrático incorpora mecanismos de autocorrección, que permiten expulsar del escenario a los personajes que no dan la talla y, sobre todo, hacerlo de modo pacífico, sin violencia ni derramamiento de sangre. Nuestra democracia, que asombró al mundo cuando sucedió al franquismo, no terminará de consolidarse hasta que la clase política interiorice ese tipo de reflejos, de modo que cualquier representante, también la concejala del último pueblo, se vaya por propia iniciativa y de modo automático cuando quede claro que no ha estado a la altura.

Ahora que hemos visto de nuevo al expresidente Clinton intervenir en la convención del Partido Demócrata, todos recordamos su famoso incidente con la becaria. Lo que estuvo a punto de costarle la presidencia no fue el desliz sexual, sino que mintiera a su pueblo. Por este mismo motivo, ajeno al contenido del famoso vídeo toledano, pienso que la concejala Hormigos debería dimitir.

Lo que suceda entre ella, el marido y el amante… y las tecnologías, no debería interesar a la opinión pública.

(via Diario de Navarra, 12-IX-12, p. 12)


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