Me llega caliente el texto de Alejandro, que en origen se titulaba, más sociológico y académico, "De héroes y villanos". Sin especificar, por tanto, de qué personas e instituciones habla, de qué cuestión candente trata. Así que -a tenor de lo que escribe, y pensando en los lectores del blog- he cambiado el título.
Hay que decir que el texto me parece y es realmente magnífico. No tiembla ni por un instante la pluma de Alejandro en busca de la verdad perdida, para decir y contar lo que refiere.
Y así pone de manifiesto un panorama de claro abuso de poder político y mediático gubernamental, confeccionando a los controladores un traje de "chivo expiatorio" sobre el que desviar los malestares y descontentos nacionales, a la medida de sus conveniencias (las del gobierno, desde luego), aprovechando que por ahí pasaba la ambición de los mismos controladores... No se lo pierdan:
A comienzos de diciembre pasado me encontraba en Suiza, participando en un seminario sociológico. Tenía previsto regresar a España el 5, en vuelos Zürich-Mallorca-Madrid (la escala mallorquina constituía el peaje obligado por viajar con una compañía de bajo coste). En cuanto supimos del conflicto con los controladores, los colegas españoles nos alarmamos: ¿se verían afectados nuestros vuelos?
Pasamos unos días 3 y 4 inquietos, pendientes de las noticias. Nuestra primera reacción fue de enfado e incluso indignación. Desde Suiza, país donde las cosas funcionan casi a la perfección, España volvía a dar una impresión de chapuza tercermundista.
Una vez en casa, uno abandona el papel de sufrido viajero y vuelve a ejercer de sociólogo, y no puede menos que interesarse por algunos aspectos de este singular enfrentamiento. De una parte, los controladores villanos, que no dudan en dejar en la estacada a cientos de miles de pasajeros en defensa de egoístas intereses de grupo.
De otra, el heroico Gobierno, que muestra la determinación necesaria para meter en cintura a un grupo privilegiado salido de madre. ¡Por fin unos gobernantes que se atreven a poner remedio a una injusta situación arrastrada durante años! ¡Ya está bien de esos pequeños colectivos profesionales, como los conductores del Metro madrileño, que chantajean al conjunto de la población para defender privilegios que no se justifican!
El drama queda listo para su consumo masivo: hay buenos y malos, un conflicto relevante y la que parece ser la batalla final. El desenlace desconocido asegura la emoción, aunque se espera que finalmente ganen los buenos.
La actitud propia del método sociológico enseña a desconfiar de las apariencias y a no contentarse con las definiciones oficiales. Resulta muy raro que en cualquier conflicto, ya sea entre individuos, grupos o naciones, uno de los contendientes tenga toda la razón y el otro, ninguna.
El blanco y el negro químicamente puros se dan pocas veces en la realidad social. De ahí que sea obligado preguntarse: ¿son los controladores tan perversos como el Gobierno y su aparato mediático nos quieren hacer ver? En la medida en que uno se va enterando de los detalles, resulta necesario abandonar el maniqueísmo simplista y empezar a matizar.
Los controladores van haciendo oír su voz, de modo preferente a través de los cauces que ofrece Internet, ya que los grandes medios tradicionales se han apuntado mayoritariamente a las tesis gubernamentales. Si uno se preocupa por llegar al fondo del asunto, surge un cuadro bien diferente.
El Gobierno -en este caso, con la ayuda de AENA- muestra, una vez más, su probada capacidad para manipular y distraer a la opinión pública con eficaces cortinas de humo. En el Consejo de Ministros del 3 de diciembre, el Ejecutivo aprobó un paquete de medidas difíciles de “vender” a la ciudadanía: eliminación de la ayuda de los 426 euros; subida de los impuestos sobre el tabaco y el alcohol; supresión de la MUFACE, que ponía fin al privilegio de los funcionarios en relación con la asistencia sanitaria.
Focalizar el interés público en el conflicto con los controladores permitía distraer la atención, recurso típico de Gobiernos en apuros. Azuzar la indignación general contra un enemigo determinado permite hacer tragar muchas otras cosas, desde la escandalosa situación económica de AENA hasta la promulgación del estado de alarma, medida sin precedentes en nuestra democracia (parece que tardamos muy poco en olvidar el tiempo y esfuerzo que nos costó acceder a las libertades democráticas).
Ya se ve que el “chivo expiatorio” sigue teniendo sentido en pleno s. XXI; por ejemplo, el Gobierno culpa ahora a los controladores de la caída en la afiliación a la Seguridad Social durante 2010 (sic).
Cuando AENA -que no los controladores- decidió la suspensión del tráfico aéreo, tanto la empresa como el Gobierno ocultaron este dato a los miles de pasajeros que esperaban en los aeropuertos. De modo artero se les fue diciendo que recibirían nueva información al cabo de unas horas: se trataba de retenerlos en las salas de espera para provocar su ira y poder difundir las imágenes necesarias para movilizar a la población contra los controladores. ¡Qué fácil resulta orquestar un linchamiento mediático cuando se dominan los resortes necesarios y se carece de escrúpulos!
Los controladores han podido dar motivos para suscitar esa hostilidad; por ejemplo, en 2006 y movidos por la ambición, rechazaron en asamblea un borrador de convenio colectivo más que razonable, pero se impone un análisis desapasionado de los hechos y un debate que prescinda de demagogias baratas. Esto sería lo propio de una democracia madura.