Se entiende el breve texto de Alejandro que me hace llegar y hoy publica sobre la violencia a la luz de los sucesos tremendos de hace dos días en el estadio de fútbol de Génova, donde se debía de haber jugado y tuvo que ser suspendido un partido Italia-Serbia, válido para la clasificación para el Euro 2012.
Pero también queda implícita la violencia en conductas personales en otros contextos sociales, familiares, laborales, políticos, callejeros. Y también el rechazo a esas mismas manifestaciones de violencia. Basta pensar por un momento en la enumeración de factores coincidentes que refiere:
¿Cómo se compagina nuestro elevado nivel cultural con esa inusitada brutalidad, propia más bien de tiempos pasados? ¿Es la violencia un fenómeno natural, inscrito en nuestros genes, o se trata más bien de algo cultural, aprendido?Reconocer que debajo de la capa de civilización y de progreso pueda esconderse una salvaje brutalidad nos llena de inquietud.
Diversos factores explicarían la persistencia de los comportamientos violentos:
-- el cambio social, que cuando afecta a las estructuras sociales con profundidad y rapidez, se percibe como crisis;-- el desarrollo tecnológico, que produce armamento cada vez más mortífero, asequible y manejable;
-- la creciente urbanización: tanta gente conviviendo en tan poco espacio da lugar a inevitables fricciones y conflictos;
-- los movimientos migratorios, que pueden estimular reacciones xenófobas;
-- algunos rasgos del estilo de vida propio de nuestra cultura actual: individualismo, competitividad, estrés, agresividad, búsqueda del triunfo a toda costa, frustración;
-- la crisis de la familia: por ejemplo, la ausencia del padre produce carencias en la socialización de muchos varones, que crecen asilvestrados;-- la perpetuación del círculo vicioso de la violencia doméstica: adultos maltratadores que de niños fueron testigos o víctimas de maltrato;
-- la droga, causa de muchos delitos; en un plano más cultural, la libertad entendida como emancipación, que da lugar a la anomia;
-- el papel de los medios de comunicación.
Estallidos inesperados ponen de relieve la vulnerabilidad de nuestra trama institucional, mucho más frágil de lo que nos gustaría admitir.