Revista Economía

Alemania ya no es lo que era.

Publicado el 02 octubre 2015 por Torrens

El escándalo Volkswagen, la trampa que utilizaban mediante un controlador electrónico que automáticamente modificaba las lecturas de las emisiones del motor diesel en caso de inspección, me ha dejado anonadado y desconcertado.

El que Volkswagen utilizase el truco no solo es demostrativo de deshonestidad, además, y sobre todo, es demostrativo de inmensa estupidez.

Entre los 70 y los 80 estuve trabajando en Motor Ibérica, lo que hoy es Nissan, aunque entonces solo fabricábamos camiones, furgonetas y tractores. Aunque fui director financiero tenía muy buenas relaciones con los ingenieros de diseño técnico porque éramos vecinos de despacho en la antigua fábrica de la Avenida Icaria y puedo asegurar que dichas trampas han existido siempre con objetivos varios, desde las emisiones al contador de las horas de trabajo del conductor, pero antes no eran de base electrónica sino manuales, funcionaban con alguna palanca o resorte camuflado en la cabina del vehículo, pero nunca a nadie en ningún fabricante se le habría ocurrido instalarlas de serie ni ofrecerlas como opcionales, y al menos en Motor Ibérica nuestros concesionarios tenían prohibido ofrecer a su clientela una lista de dichas trampas, y si su cliente las quería montar tenía que acudir a talleres independientes.

La razón es que no solo es deshonesto que el fabricante venda unidades trucadas, sino que además es de idiotas. Si un usuario utiliza las trampas, o incluso una empresa de transporte las tiene instaladas en muchas de sus unidades es probable que nunca los descubran, pero si el fabricante las monta de origen en todas o la mayoría de las unidades es SEGURO que, tarde o temprano, les van a pillar, además existen múltiples vías por las que puede descubrirse el pastel, eso sin contar con los chivatazos, porque los jefes de cadena de montaje saben que es lo que están instalando en los motores y al cabo de pocos años el número de personas que se han enterado de la instalación de la trampa en unidades de fábrica puede ser elevada, aunque se trate de alemanes disciplinados.

El presidente de Volkswagen ha dimitido porque ha cometido una idiotez, pero seguramente el cabeza de huevo que tuvo la brillante idea está todavía en la empresa. Este escándalo permite sacar conclusiones muy preocupantes.

Nada menos que Schaüble, el ministro de finanzas de Merkel, ha manifestado que este escándalo es debido a que frecuentemente las multinacionales practican la codicia hasta extremos que les llevan a cometer errores como el de Volkswagen. Sin negar que la codicia es uno de los factores en el origen del problema, yo lo llamaría la obsesión por el beneficio inmediato a que les obliga la barbaridad del liberalismo salvaje, y es curioso que se haya referido al problema uno de los principales impulsores del liberalismo furibundo, que ha impuesto en toda Europa medidas económicas que empeoran la situación en vez de mejorarla.

Otra conclusión preocupante es el demasiado frecuente bajo nivel y la falta de criterio en la muy alta dirección de las grandes multinacionales. A pesar que el nivel de las escuelas de administración de empresas es cada vez mejor y que con dichas escuelas mejora la calidad de la gestión de las pequeñas y medianas empresas y el nivel de mando intermedio en las grandes multinacionales, el estrato más alto en cuanto a la toma de decisiones en las grandes multinacionales está cada vez más politizado, el politiqueo interno es más y más decisivo, y me atrevería a calificar los criterios bajo los que gestionan sus empresas como inmorales.

Que un técnico tenga la brillante idea tramposa e incluso diseñe un artilugio electrónico difícil de detectar es algo que puede darse en una compañía como Volkswagen, pero que la decisión de instalarla en las unidades fabricadas vaya ascendiendo por el escalafón hasta llegar al máximo ejecutivo de la empresa sin que nadie haya advertido del inmenso riesgo, o sí lo haya advertido, quizás más de uno, pero no les hayan hecho ni caso por la mencionada obsesión por el beneficio inmediato dice muy poco de la profesionalidad y la honestidad, y mucho de la estupidez de todos los que forman la cúpula gestora de la compañía, y como esta es una enfermedad contagiosa no me extrañaría que apareciesen otros casos como el de Volkswagen.

En el 2011 leí un artículo en The Economist que se refería al juego que algunos de los principales head hunters practican dentro del politiqueo de las grandes multinacionales vistiendo como seria y profesional, mediante la propuesta de otros candidatos, la presentación del que ya se ha decidido de antemano que va a ser el elegido, que de esta forma va a poder seguir ascendiendo en la empresa, apoyado por la dirección y el head hunter, hasta llegar a la cima, aunque no reúna las cualidades necesarias para desarrollar su labor con garantía de profesionalidad. El resultado final de este sistema son escándalos como el de Volkswagen, y han sido este tipo de gentes los que nos han metido en la peor crisis económica de la historia, y como que la barbaridad continua y tanto el liberalismo furibundo como el todo vale se mantienen contra viento y marea, todavía no hemos salido del todo de la crisis y ya se  anuncia la próxima.


ALEMANIA YA NO ES LO QUE ERA.

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