Sea cual sea el colchón que tienes, ese día te levantas de buen humor. Pones la radio y, aún así, resulta que las malas noticias no consiguen quitarte la sonrisa. Pierdes el tranvía pero no importa, esperas con tranquilidad y alegría el siguiente. Llegas al trabajo y te enfrentas a la mesa llena de expedientes atrasados que debes resolver a la mayor brevedad posible. Pero sigues sonriendo. Y ahí está el problema. Porque hay un tipo de depredador de energía al que le aterrorizan las risas. Es ese ser humano que, en la calle, cuando un grupo de chavales pasan a su lado a carcajada limpia lo manda a callar sin contemplaciones. Es esa persona que te fulmina con la mirada si sonríes, como si, de hecho, estuvieras lanzándole un dardo. Es ese compañero de trabajo y/o jefe intermedio o superior que pasa por tu mesa, te ve sonriendo y, de inmediato, piensa que el motivo de tu alegría radica en que no tienes labores que hacer y decide, entonces, encargarte nuevas tareas que atiborran, aún más, tu horario. Esta fauna humana, de triste figura pero también de mente oscura, no sólo sienten envidia por el éxito ajeno, sino que, aunque el otro tenga problemas y se aleje de su ideal de vida, no soporta que sea feliz. Son alérgicos a las sonrisas y entienden que todos, ante las circunstancias adversas actuales, debemos padecer la misma cara larga. Yo a todos estos les contesto con el arma más mortífera, la lanza que más daño puede hacerles y que no se esperan, aunque al dispararla me reboten daños colaterales: una nueva y larga sonrisa para parar el cenizo con el que me atacan.
Foto extraída de buscandosonriisas.bligoo.es.
