Aquellos que pasan a la historia suelen ser quienes permiten un avance a partir de un cambio significativo: líderes, descubridores, figuras religiosas, etc Aparte de ellos, hay personas que, sin moldear la historia, pasa a ser parte de ella al superar todos los límites. Un ejemplo fue Hugh Glass que, sin influir en el desarrollo del país (A gran escala), supuso un ejemplo de supervivencia extraordinario y difícil de repetir. Como dirían en américa, un auténtico badass.
El motivo de esta entrada es presentarle a otra persona que entra en la misma categoría: Alexandra David-Néel. No mataba osos ni se arrastraba moribunda durante kilómetros, pero ni falta que le hacía. En 1886, con tan solo 18 años, ya se podía averiguar cómo sería su futuro cuando se subió a una bicicleta y recorrió los caminos de tierra desde Bruselas a España sin decirle nada a sus padres.
Ese fue el primero de sus viajes. Usó la herencia de sus padres y la fortuna de un marido que apenas veía para viajar por el mundo. De los 40 a los 80 años estuvo en Asia buscando la iluminación a través del budismo y el yoga mientras estuvo en una cueva durante tres años, casi murió de inanición en el desierto de Gobi, escapó parte de la Primera Guerra Mundial en Japón y Corea (para ser testigo de la brutalidad del Japón Imperial dos décadas después en la Segunda Guerra Mundial en China), cenó con el Dalai Lama, entre otros, y con todo ello se convirtió en uno de los principales expertos de la cultura tibetana en el mundo.
Entre sus 25 libros de la religión oriental, cultura y viaje se incluyen muchos que terminaron influenciando a los poetas "beat", como Mystiques et magiciens du Tibet o el fantástico Voyage d'une Parisienne à Lhassa.
Pero no fue lo único que hizo en la vida. A los 20 años se convirtió en una diva de la ópera, pero le aburría. Siempre quiso volver a Asia, donde pasó un año durante la universidad, pero se desvió muchas veces. A los 36 detuvo su deriva para casarse con Philip Néel, un rico ejecutivo de ferrocarriles de Túnez. Pero ni el amor la detuvo; siguió casada pero aún deseosa de ir al Tíbet a estudiar el budismo. En 1911, se convirtió en discípula de un monje budista, Gomchen de Lachen, viviendo en una cueva a a 3600 metros de altura.
Por entonces, David-Néel adoptó a un chico tibetano, Lama Yongden, quien vivió con ella mientras estudiaba y permanecía a su lado el resto de su vida.
Yongden probó ser crucial, debido a la edad y las costumbres de Alexandra, que se tomaba baños diarios e insistía en tener un cocinero. A pesar del estudio que le permitió perfeccionar su tibetano y la intensa concentración que llevó a otros sacerdotes budistas a temerla (algunos pensaban que podía ser la reencarnación de una diosa), necesitaba de conocimiento local y a veces la ayuda que requería tener un compañero masculino.
Incluso los profundos lazos en el Tíbet impidieron que se quedara atada a un solo lugar. Los británicos querían el control del Tíbet e impidieron el acceso a los extranjeros. David-Néel burló su control, reuniéndose con el Dalai Lama y la realeza nacional y viajando libremente a través del país que se suponía que estaba cerrado a extranjeros. Finalmente, la echaron en pleno apogeo de la Primera Guerra Mundial.
Como era natural, Yongden y ella viajaron a Corea y Japón, y después en tortuosos viajes de este a oeste a través de un imperio chino que caía en una guerra civil. Fue testigo de asesinatos y batallas, y tuvo que negociar el paso con jefes militares y déspotas, cruzó Mongolia y el desierto de Gobi, enfermando gravemente, casi muriendo de hambre (Teniendo que hervir sus propios zapatos para comer) y aún así consiguiendo llegar a Kum Bum, en el Tíbet.
A partir de allí se disfrazó de mendigo, fingiendo ser sirviente de Yongden, y cruzando un paso de montaña a 6000 metros en el frío invierto para llegar a la ciudad prohibida de Lhasa. Con el paso de los días terminaron perdidos, sin más rastro que seguir que un río helado. Durante un día y una noche caminaron 19 horas seguidas hasta que fueron capaces de llegar al valle que llevaba a su meta.
Aún disfrazados, fueron capaces de mantenerse dos meses hasta que los descubrieron y fue devuelta a Francia por los británicos. David-Néel estuvo muy cabizbaja por ello, pero se puso manos a la obra con la escritura y la investigación.
A sus 60 primaveras (!937), recuperó el ansia de aventura, volviendo a China para ver como el imperialismo japonés en su apogeo destrozaba el país. Permaneció allí inactiva por los estragos de la guerra y la pobreza y, con gran esfuerzo, consiguió viajar a la India (siendo gran parte del viaje a pie y con más de 70 años).
Su hijo adoptivo Yongden murió en 1955, cuando Alexandra tenía 87. A los 100, para sorpresa del ministerio local de su hogar en la falda de los Alpes, Alexandra David-Néel pidió un nuevo pasaporte. Quería volver al Tíbet.
Se le otorgó la petición y, aunque no vivió lo suficiente, sus cenizas y las de su hijo adoptivo Yon Lama Yongden, fueron esparcidas por las aguas del Ganges en 1973, tal y como ella quería.
Fuente: Adventure journal