Revista Cultura y Ocio
En el año 1996, mi hermano Juan Francisco me prestó el libro Alexis o El tratado del inútil combate, de Marguerite Yourcenar, traducido por Emma Calatayud (Alfaguara, Madrid, 1996), y me lo leí en apenas una tarde. Se trata de una larga carta que el protagonista escribe a su esposa Mónica para, con mil y una veladuras, medias palabras y sesgos, explicarle su homosexualidad. Me pareció (y ha vuelto a ocurrirme en la relectura que he abordado más de veinte años después) una obra extraordinariamente fría, casi una “novela-témpano”. Ni me ha emocionado, ni me he creído al personaje. ¿Qué está bien escrita? No lo negaré. ¿Qué posiblemente tiene un enorme poder desde el punto de vista psicológico? No soy quién para dudarlo. Pero si me ciño a las emociones que la obra ha logrado depararme tendré que ser sincero y anotar que ninguna. Quizá la autora y yo seamos incompatibles (como me pasa con Hemingway, Faulkner o Handke). Lo comprobaré en el futuro con otra aproximación.Subrayo estas frases en el tomo, y las traslado aquí: “El peor de los engaños es el de la tranquilidad”. “Lo que hace que las casas viejas nos resulten inquietantes no es que haya fantasmas, sino que podría haberlos”. “Los libros no contienen la vida, sólo contienen sus cenizas”. “Se debe hablar con seriedad de aquello que nos puede hacer sufrir”. “Nada nos empuja tanto a las extravagancias del instinto como la regularidad de una vida demasiado razonable”. “Quizá valga más no darse cuenta de las lágrimas cuando no podemos consolarlas”. “Nunca podemos saber lo que va a decirnos una música que acaba”.