Revista En Femenino

Alfie Kohn. ¿Debería usarse el amor parental como una herramienta para controlar a los hijos?

Por Laudemama

Alfie Kohn. ¿Debería usarse el amor parental como una herramienta para controlar a los hijos?

Hace ya más de 50 años, Carl Rogers sugería que los ingredientes principales que hacen que la psicoterapia tenga éxito son tres: que el psicoterapeuta apueste por la autenticidad en lugar de esconderse tras una máscara de profesionalidad, que comprenda en profundidad los sentimientos de sus pacientes y, por último, que deje de lado los juicios de valor para expresar una “consideración positiva e incondicional” hacia aquellos a quienes pretende ayudar.

El último punto es de órdago, no sólo por su dificultad sino también porque la mera necesidad de ello dice cómo fuimos educados. Rogers consideraba que los terapeutas han de aceptar a sus pacientes sin limitación alguna para que éstos puedan comenzar a aceptarse a sí mismos. Y el motivo por el que muchos han rechazado o reprimido partes de lo que son es porque sus padres pusieron “condiciones de valor” al educarlos: te quiero, pero sólo cuando te portas bien (o cuando sacas buenas notas, o cuando impresionas a otros adultos, o si estás en silencio, o si no engordas, o cuando eres respetuoso, o guapo. . .).

La repercusión que esto tiene es que querer a nuestros hijos deja de ser suficiente. Tenemos que amarlos incondicionalmente, por lo que son, no por lo que hagan.

Como padre, sé bien que esto es algo difícil de llevar a cabo, y se convierte en algo aún más complicado cuando los consejos que recibimos van en la dirección contraria. Efectivamente, se nos dan consejos de crianza condicional, que tienen dos versiones: aumentar el cariño cuando los niños son buenos y negarlo cuando no lo son.

De esta manera, el personaje televisivo “Dr. Phil” McGraw, nos dice en su libro Family First que ha de ofrecerse a los niños con condiciones aquello que más les gusta o necesitan, convirtiéndose en una recompensa para que “se comporten de acuerdo con vuestros deseos.” Y “una de las monedas de cambio más poderosas para un niño,” añade, “es la aceptación y aprobación de sus padres.”

Del mismo modo, Jo Frost, “Supernanny,” en el libro del mismo nombre, dice “Las mejores recompensas son la atención, el elogio y el amor,” y éstas deberían de contenerse “cuando se porta mal…. Hasta que diga que lo siente,” momento en el cual el amor vuelve a ponerse en marcha.

Hay que tener en cuenta que la crianza condicional no se limita a los amantes del autoritarismo de la vieja escuela. Algunas personas que ni locas darían un azote, en lugar de castigar a sus hijos pequeños prefieren aplicar otro método: el aislamiento forzado, una táctica que se prefiere llamar “tiempo fuera”. Contrariamente, el “refuerzo positivo” enseña a los niños que se les quiere, y que merecen ese cariño, pero sólo cuando hacen lo que sea que nosotros consideramos como “bueno”.

Esto hace que surja la interesante posibilidad de que el problema con los elogios no sea que se conviertan en el camino equivocado, o que se repartan con demasiada facilidad, como insisten los conservadores sociales, sino que puedan convertirse en otro método de control, análogo al castigo. El principal mensaje de todos los tipos de crianza condicional es que los niños han de ganarse el amor de sus padres; la mejor receta para llegar a lo que advertía Rogers, y la forma de que los niños acaben necesitando un terapeuta que les ofrezca la aceptación incondicional que no tuvieron a su debido tiempo.

Pero, ¿estaba Rogers en lo cierto?  Antes de tirar por tierra la disciplina dominante, estaría bien disponer de algunas pruebas. Y ahora las tenemos.

En 2004, dos investigadores israelíes, Avi Assor y Guy Roth, participaron junto con Edward Deci, un experto americano en la psicología de la motivación, en una encuesta a más de 100 universitarios en la que se les preguntaba si el amor que habían recibido de sus padres había dependido de sus éxitos académicos, la práctica de deportes, su consideración respecto a los demás, o la represión de emociones como la cólera y el miedo.

El resultado que se obtuvo demostró que los niños que habían recibido una aprobación condicional tendían, efectivamente, a actuar de un modo más parecido al que deseaban los padres. Pero la sumisión tenía un coste elevado. En primer lugar, porque esos niños tienden a estar resentidos y a disgusto con sus padres. En segundo lugar, porque solían afirmar que la forma en la que actuaban con frecuencia se debía más a una “fuerte presión interna” que a “una auténtica sensación de elección”. Por otra parte, la felicidad que experimentaban después de triunfar en algo solía ser breve y, a menudo, se sentían culpables o avergonzados.

En un estudio paralelo, Assor y sus colegas entrevistaron a madres de niños ya crecidos. En esta generación, la crianza condicional también había causado daños. Aquellas madres que, en su infancia, sintieron que sólo eran queridas cuando satisfacían las expectativas de sus padres, se sentían adultas menos dignas de respeto. Sin embargo, a pesar de sus efectos negativos, estas madres tenían una mayor tendencia a usar el afecto condicional con sus propios hijos.

El pasado mes de julio, los mismos investigadores, en esta ocasión junto con dos colegas de Deci pertenecientes a la Universidad de Rochester, publicaron dos réplicas y ampliaciones al estudio de 2004. En esta ocasión los sujetos del estudio eran estudiantes de secundaria, a los que se prestaba más atención y se daba más cariño cuando hacían lo que querían sus padres, cosa que se distinguía cuidadosamente dando menos cuando hacían algo que no querían los padres.

Los estudios demostraron que ambos tipos de educación condicional, positiva y negativa, eran perjudiciales, pero de manera ligeramente diferente. El tipo positivo a veces tenía éxito haciendo que los niños se esforzaran más en las cuestiones académicas, pero con el coste de sentimientos insanos de “compulsión interna”. La educación condicional negativa, por su parte, no funcionaba ni tan siquiera a corto plazo; únicamente aumentaba los sentimientos negativos de los adolescentes hacia sus padres.

Lo que estos y otros estudios nos dicen, si somos capaces de asumirlo, es que alabar a nuestros hijos por hacer algo correcto no se diferencia mucho de aislarlos o castigarlos cuando hacen algo incorrecto. Ambos ejemplos son condicionales y contraproducentes.

El psicólogo infantil Bruno Bettelheim, enseguida reconoció que la versión de la crianza condicional negativa, conocida como tiempo fuera, puede cusar “profundos sentimientos de ansiedad”, sin embargo, la aprobaba por esa misma razón. “Cuando nuestras palabras no son suficientes”, decía, “la amenaza de la retirada de nuestro amor y afecto es el único método contundente para convencerle de que lo mejor es someterse a nuestra petición.”

Pero los datos hacen pensar que la retirada del amor no es especialmente efectiva para obtener sumisión, y mucho menos para fomentar el desarrollo moral. Aun cuando hayamos obtenido éxito logrando que los niños nos obedezcan (usando un refuerzo positivo), ¿vale la pena obtener esa obediciencia a cambio de un posible daño psicológico a largo plazo? ¿Debería usarse el amor parental como una herramienta para controlar a los hijos?

Hay otros asuntos más profundos que subyacen en otro tipo de crítica. Albert Bandura, el padre de la rama de la psicología conocida como la teoría del aprendizaje social, afirmaba que el amor incondicional “podría producir niños antipáticos y a la deriva”, una afirmación que no se apoya en ningún estudio empírico. La idea de que los niños aceptados por lo que ellos mismos son puedan carecer de dirección o encanto sólo es valiosa por lo que nos dice acerca de la oscura visión de la naturaleza humana que tienen aquellos que emiten tales advertencias.

En la práctica, y de acuerdo con la impresionante recopilación de datos realizada por Deci y otros, la aceptación incondicional por parte de los padres y profesores va acompañada de un “refuerzo a la autonomía”: explicando los motivos de las peticiones, maximizando las oportunidades de que el niño pueda participar en la toma de decisiones, alentando sin manipular, e imaginando de forma activa cómo son las cosas desde el punto de vista del  niño.

El último de estos factores es importante en relación con la educación incondicional en sí misma, ya que la mayoría de nosotros protestaría diciendo que, por supuesto, queremos a nuestros hijos sin ningún tipo de restricción, pero lo que cuenta es cómo son las cosas desde el punto de vista de nuestros hijos, si se sienten igual de queridos cuando se portan mal o no cumplen con su palabra.

Carl Rogers no lo dijo de esta manera, pero estoy seguro de que le hubiera gustado ver una menor demanda de terapeutas expertos si ello significara un mayor número de gente llegando a la edad adulta sintiéndose aceptada de forma incondicional.

Publicado por primera vez en New York Times y traducido por Luz Morcillo con el permiso expreso del autor. Para saber más acerca de este tema, véase www.unconditionalparenting.com


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