Muerto el perro ¿se acabó la rabia?
Alfonso Armada en el 23F no era el elefante blanco
ALFONSO ARMADA nació el 12 de febrero de 1920 en Madrid, en el seno de una familia aristocrática tanto por vía paterna como materna. Su madrina de bautismo fue la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, madre de Alfonso XIII.
Su vida, ambiciones personales aparte, se ha caracterizado sin duda alguna por el continuo servicio a la Corona y por una profunda religiosidad, casi integrista, vinculada al Opus Dei. En julio de 1944 se casó con Francisca Díez de Rivera y Guillamas, también de linaje aristocrático, matrimonio del que nacieron diez hijos. Ostenta el título de marqués de Santa Cruz de Rivadulla, heredado de su padre, quien además de alcanzar, como él, el grado de general de división del Arma de Artillería, formó parte del denominado “Pelotón del Rey”, elegido para acompañar en sus estudios y juegos a don Alfonso de Borbón, proclamado Rey a su nacimiento (Alfonso XIII).
En julio de 1936, Armada sentó plaza de voluntario en las tropas sublevadas contra la II República, realizando los cursos de transformación para alcanzar el empleo de alférez provisional del Ejército el 1 de febrero de 1937, a los 17 años de edad. Durante la guerra civil estuvo destinado en los frentes de Madrid, Andalucía, Guadalajara, Teruel y Valencia, logrando el ascenso a teniente. Una vez concluida la contienda, en 1940 ingresó en la Academia para Trasformación de Oficiales de Artillería (Segovia), alistándose de forma inmediata en la denominada “División Azul”, unidad con la que combatió durante dieciocho meses en el frente de Leningrado.
De regreso a España, y ya siendo capitán, en 1943 fue nombrado profesor en la Escuela de Sargentos, con destino posteriormente adscrito al Regimiento de Artillería a Caballo nº 71 acuartelado en Campamento. Al año siguiente, después de contraer matrimonio, se incorporó a la Escuela de Estado Mayor del Ejército, obteniendo tres años más tarde, en 1947, la faja azul de diplomado.
A partir de aquel momento, comenzó un intenso recorrido por puestos militarmente “atípicos” y a menudo extrañamente compatibles, pero acordes con su reconocida capacidad de ubicuidad y afición al pluriempleo. Entonces fue profesor de la Escuela de Guerra Química del Ejército y ocupó destino en diversas dependencias de la Guardia Civil (con mayor presencia en la Jefatura de Transmisiones). Como comandante estuvo destinado en el antiguo Regimiento de Artillería a Caballo nº 19, de Madrid.
A principios de 1955 fue nombrado ayudante del general Carlos Martínez de Campos, aristócrata como él, tutor de don Juan Carlos de Borbón y responsable de su preparación militar por encargo expreso del Generalísimo. Tras ese destino, se trasladó a Francia para realizar estudios de dos cursos en la Escuela Superior de Guerra de París. De nuevo en Madrid permaneció durante varios años en la secretaria de tres ministros del Ejército sucesivos (Antonio Barroso, Pablo Martín Alonso y Camilo Menéndez Tolosa), hasta ser designado ayudante de don Juan Carlos de Borbón. A continuación, en 1965, fue nombrado secretario de la Casa del Príncipe de España.
Antes de ascender a coronel en marzo de 1970, compatibilizó durante bastantes años sus obligaciones profesionales con una ocupación paralela como jefe de los Servicios de Información y Seguridad de la Junta de Energía Nuclear. También colaboró estrechamente con el Apostolado Castrense y con su revista dependiente “Reconquista”, formando parte del Consejo de Dirección. Tras mandar el Regimiento de Artillería nº 71, y una vez ascendido a general de brigada, fue nombrado director de la Academia de Artillería de Segovia.
Transcurrido algo más de un año desde que don Juan Carlos fuera proclamado Rey (el 22 de noviembre de 1975), Armada fue designado secretario general de la Casa Real, cargo que, sin cesar como director de la Academia de Artillería de Segovia, ocupó desde el 17 de diciembre de 1976 hasta el 31 de octubre de 1977, cuando fue sustituido por Sabino Fernández Campo. Entonces pasó a ejercer como profesor principal de Táctica en la Escuela Superior del Ejército, donde se mantuvo hasta que el 28 de marzo de 1979 fue ascendido a general de división, siendo puesto entonces al frente de la jefatura de Servicios del Ministerio del Ejército.
El 4 de enero de 1980 fue nombrado gobernador militar de Lérida y jefe de la División de Montaña “Urgel” nº 4. Su traslado a un destino tan alejado del ajetreo político capitalino, asignado por interés expreso del presidente Suárez, no le impidió celebrar en casa del alcalde socialista de aquella misma plaza, Antoni Siurana, un almuerzo “conspirador” al que también asistieron los dirigentes socialistas Joan Reventós y Enrique Múgica. La posterior deducción generalizada de los analistas políticos, coincidió en que allí fue donde requirió el respaldo del PSOE, que llegó a obtener, para proponerse como presidente de un eventual gobierno de “salvación nacional”, en caso de que fuera aconsejable para ahuyentar el peligro de un golpe militar “duro”.
Armada permaneció en aquel destino hasta principios de febrero de 1981, cuando regresó a Madrid para ocupar la segunda jefatura del Estado Mayor del Ejército, con el teniente general Gabeiras como JEME. Una designación realizada sin la menor justificación profesional y forzando la voluntad del presidente Suárez, en consonancia con las componendas palaciegas del momento.
En relación con este discutido nombramiento, y como se ha escrito en páginas anteriores, Santiago Carrillo cuenta en sus “Memorias” (Editorial Planeta, 1993) lo siguiente:
… Suárez nos contó la anécdota. Al salir del Congreso se enteró de que quien había negociado la rendición de Tejero había sido el general Armada. Éste era considerado por Suárez como un conspirador y un adversario de la democracia y por eso siempre se había negado a colocarle en un puesto militar importante. Pero lo del “pacto del capot” le confundió y al ir a ver al Rey se excusó por haber tenido una opinión equivocada del general: “No te equivocaste -le contestó el Rey-, Armada era el jefe de la conjura”. Al relatarnos la anécdota, Suárez tuvo problemas de reproche para Rodríguez Sahagún, que sin consultarle, ya ministro de Defensa saliente, había nombrado segundo jefe del Estado Mayor al general Armada. Rodríguez Sahagún, muy molesto y poco interesado en entrar en detalles sobre la razón del nombramiento, salió del paso diciendo secamente que estaba en su derecho de hacerlo. Todos -creo- comprendimos que la decisión no había sido precisamente suya…
La desconfianza de Adolfo Suárez en el general Armada tenía, en efecto, un antecedente más que llamativo. Nada más producirse el suceso de marras, el entonces presidente Suárez contó a varios miembros del gobierno que durante la reunión que había mantenido con el Rey para tratar la legalización del PCE, en la que estuvo presente el general Armada, éste la criticó abiertamente, olvidando su esmerada cortesía y quienes eran los interlocutores. Su alteración fue tan subida de tono que Suárez le mandó cuadrarse y que permaneciera en silencio.
Y quizás tampoco habría olvidado que Armada, siendo secretario general de la Casa del Rey, se atrevió a pedir abiertamente el voto para Alianza Popular a través de cartas personales firmadas de su puño y letra, con membrete de la propia Casa Real.
La realidad del 23-F es que quien finalmente accedió al Congreso de los Diputados para “proponerse” como presidente de un hipotético gobierno de “salvación nacional”, no fue otro que el mismo general Armada a quien el propio Adolfo Suárez había querido mantener bien alejado del hemiciclo en el que ese día pretendió violentar el Estado de Derecho. Amparado, desde luego, por las metralletas con las que el teniente coronel Tejero tenía secuestrados al tiempo al poder ejecutivo y al legislativo, forzando el “vacío de poder”, tan indigno como grotesco, necesario para justificar su propuesta.
Procesado finalmente por su participación en el golpe del 23-F, el Tribunal del Consejo Supremo de Justicia Militar que juzgó aquellos hechos (Causa 2/1981) condenó al general Armada a la pena de seis años de reclusión, como autor de un delito consumado de conspiración para el de rebelión militar. Después fue ampliada a treinta años por el Tribunal Supremo, con baja definitiva en el Ejército, al tipificar su delito como rebelión plena, señalándole claramente como uno de los dos jefes más destacados de aquel frustrado golpe militar (junto al teniente general Milans del Bosch). A finales de 1987, el Consejo Superior de Justicia Militar rebajó la pena a 26 años, ocho meses y un día.
En una decisión política poco comprensible, el Rey indultó al general Armada el 24 de diciembre de 1988 alegando razones de salud, desde luego compatibles con su longevidad, y por haber declarado acatar la Constitución. Esta circunstancia contrastó, además, con el cumplimiento estricto de la pena a la que fue condenado el teniente general Milans del Bosch, quien obtuvo la libertad condicional de forma reglamentaria el 1 de julio de 1990.
La vista oral del juicio del 23-F celebrado en las instalaciones del Servicio Geográfico del Ejército, en el madrileño barrio de Campamento, fue sin duda alguna una de las mayores muestras de desprecio personal jamás mostrado por militares profesionales, que Armada soportó impertérrito. Desde su comienzo, ninguno de los acusados le dirigió la palabra. Todos le volvían sistemáticamente la espalda y algunos hasta escupían a su paso. Siempre tuvo que desayunar solo y aguantar que, al entrar en la sala de vistas, le tararearan la canción infantil “Vamos a contar mentiras”…
El general Armada fue uno de los últimos en declarar, negando cínicamente frente a sus compañeros todo lo que se le imputaba, hasta lo más evidente y contrastado. Negó que estuviera comprometido en la trama golpista desde enero de 1981, cuando mantuvo el primer contacto con Milans del Bosch en Valencia, convenciéndole de que el Rey estaba harto de Suárez y de que la política española necesitaba un golpe de timón. Negó que el entonces comandante Cortina, miembro del CESID, formara parte de su staff golpista y fijara con el teniente coronel Tejero la fecha del 23 de febrero para asaltar el Congreso. Negó igualmente haberse reunido en persona con Tejero, en un piso de la calle Juan Gris, para ultimar los detalles de la operación…
Armada también negó que hubiera criticado al Rey por su mensaje de reconducción constitucional, reconociendo tan sólo haberse propuesto como solución de emergencia para llenar el “vacío de poder” que se había producido el día de autos… De hecho, sería bien significativa la nota que le dedicó José Ignacio San Martín a pie de página en su libro “Servicio Especial” (Editorial Planeta, 1983), añadida postreramente tras haberlo concluido mientras se encontraba en prisión preventiva como procesado en la misma Causa 2/1981: “Su actitud en los acontecimientos del 23-F, y sobre todo durante el juicio, ha sido realmente incomprensible”.
En 1983 Armada publicó un libro titulado “Al servicio de la Corona” (Editorial Planeta). En él, además de seguir ignorando de forma cínica y hasta patética cualquier responsabilidad en el golpe del 23-F, dibujaba un favorecedor autorretrato destacando su fervor hacia la Institución Monárquica, por encima incluso de sus obligaciones con el Estado, aunque no lo haya corroborado con la lealtad que él dice, ni mucho menos con la traición que otros pregonan.
Transcurridos trece años desde aquel aciago acontecimiento, el 24 de febrero de 1994 Antena 3 TV emitió un reportaje rememorativo titulado “Los silencios del 23-F”. Incluía una declaración personal de Alfonso Armada, que éste terminaba con las siguientes palabras:
Lo primero que tendríamos que definir es qué es mentir. Mentir es decir lo contrario de lo que uno siente. Equivocarse no es mentir. Engañarse no es mentir. Muchas veces creemos una cosa o vemos una cosa y nos engañamos. ¡Cuántas veces en la vida nos engañamos y no mentimos al decirlo! Por eso es posible tener una visión distinta de un mismo asunto desde dos puntos de vista distintos. Ninguno de ellos miente; ahora uno de ellos se equivoca…
Creo que he hablado demasiado y sin embargo me llaman “El Mudo”: son paradojas de la vida. Usted sabe que la vida tiene muchas paradojas… Nunca resulta lo que uno cree que debe ser o lo que uno quiere que sea.
Quizás aquella fuera la mejor expresión de su ladina personalidad, no exenta de cierta finura intelectual. Algo más burda sería su última versión del papel que jugó en la asonada del 23-F, declarada en el diario “El Mundo” (suplemento “Domingo”, 20/02/2011) al cumplirse su treinta aniversario:
… Yo no conocía a los golpistas, a ninguno de ellos; yo no soy uno de los nombres famosos de aquella historia. ¡Se han contado tantas mentiras de mí! Lo que hice fue informar el 13 de febrero de lo que iba a pasar al general Gutiérrez Mellado, que no me hizo caso. Luego, ese día me limité a obedecer en todo al general Gabeiras. Estuve toda la noche con él, sin despegarme, y obedeciendo su iniciativa fui a ver a Tejero y le ofrecí un avión para salir de España, y firmé el que se ha llamado “pacto del capó”. Todo eso de que iba a ser presidente del Gobierno es ridículo…
Así lo dijo, cierto es que con 91 años de edad, y así merece ser recogido en honor a la objetividad informativa.
Ese mismo año publicó un libro de edición propia titulado “Recuerdos de Santa Cruz. Veladas con Jovellanos”. En una de sus solapas se auto publicitaba reproduciendo una portada de la revista “Xóvenes Agricultores” en la que se le definía como “El caballero de las camelias”, posando fotográficamente azada en ristre.
El general Armada falleció en Madrid el 1 de diciembre de 2013.
JM (Actualizado 01/12//2013)