Revista Opinión

Alfonso Guerra cumplió su promesa

Publicado el 22 diciembre 2014 por Franky
Un día dijo que iba a dejar a España tan cambiada "que no la reconocería ni la madre que la parió". Y Alfonso Guerra ha cumplido su promesa. Tras mantenerse como diputado desde las primera Cortes del posfranquismo, casi cuatro décadas, acaba de jubilarse parcialmente. La España que nos ha dejado a todos, como él prometió, no la conoce ni la madre que la parió. Pero mas nos valdría que no hubiera cumplido su promesa porque el legado de ese Alfonso que dijo que estaba en la política "de paso", es una España corrupta, pobre, sin muchos valores en pie, llena de desempleados y de nuevos pobres, con los ciudadanos divorciados de su clase política y hasta odiándolos, con partidos políticos que anteponen sus propios intereses al bien común, un país imbécil que se cree demócrata pero que que soporta una de las democracias mas falsas y degradadas de Occidente, donde los poderes básicos del Estado están politizados y controlados por los partidos, una nación por desgracia habituada a soportar la injusticia y el abuso de poder, sin valentía ni honor, con una sociedad que se mantiene mansa mientras le arrebatan sus derechos, la acribillan con impuestos injustos y estafan a sus ciudadanos desde una banca aliada con el poder político. La España que nos deja Alfonso Guerra es un desastre, un modelo internacional de corrupción que apesta a mucha distancia. --- Alfonso Guerra cumplió su promesa Alfonso Guerra, aquel al que los descamisados gritaban "Alfonso dales caña", se ha ido del Congreso pero mantiene sueldos, pensiones, cargos y privilegios. Y para colmo de desgracias ha cumplido su promesa y nos ha legado una España a la que ya no la conoce ni la madre que la parió.

Alfonso Guerra, líder de los descamisados a pesar de que nunca se bajó del coche oficial desde que tenía poco mas de treinta años, alcanzó cierta notoriedad cuando afirmó aquella barbaridad de que "Montesquieu ha muerto", refiriéndose a que los poderes del Estado estaban ya bajo control de su partido y del gobierno socialista. En una democracia auténtica, le habrían obligado a dimitir por atentar contra la esencia de la democracia, pero los españoles de entonces, campeones de la imbecilidad, le rieron la gracia, como también le rieron la nacionalización de RUMASA sin bases jurídicas suficientes y otras de similar talante antidemocrático, cuando alardeaba de duro y de cáustico, ridiculizando a los adversarios, proyectando una ética política donde lo único importante era la victoria, sin caballerosidad y sin valores, un camino que nos ha llevado hasta la España de hoy, un país señalado en todo el mundo por carencias tan ajenas a la democracia y la decencia como la corrupción institucional a gran escala y el rechazo masivo de los ciudadanos a esa clase política de la que Alfonso Guerra siempre ha sido parte destacada.

Guerra fue vicepresidente del Gobierno (1982-1991) y vicesecretario general del PSOE (1979-1997) durante la etapa en la que Felipe González ocupó la Secretaría General, y era actualmente el diputado más veterano en la Cámara baja. Diputado nacional por Sevilla desde los primeros comicios generales de 1977, es el único que ha ocupado un escaño de forma ininterrumpida en todas las convocatorias.

Los medios sometidos al poder le despidieron afirmando que fue "un gran político", pero ese juicio es una falsedad porque Guerra fue padre de una Constitución reiteradamente incumplida, que los políticos nunca respetaron, de una democracia que es falsa y que no respeta ni una sola de las reglas fundamentales de ese sistema y constructor de un país injusto, corrupto y gobernado por políticos a los que su pueblo desprecia, un balance terrible para un país del que pocos españoles pueden sentirse orgulloso.

Político maquiavélico, Alfonso Guerra no se habrá asombrado al conocer en su último día como parlamentario la dimisión del fiscal general del Estado. Fue él quien afirmó satisfecho: «Montesquieu ha muerto», en referencia a la modificación de la Ley Orgánica del Poder Judicial que abrió la elección por los partidos políticos de los miembros del CGPJ. Es cierto que otros gobiernos posteriores, en especial el de José María Aznar, incrementaron ese "control" de la Justicia desde los partidos, pero Felipe González y Alfonso Guerra fueron los que abrieron las puertas al diablo.

Bajo los gobiernos de los que él formaba parte como poderoso vicepresidente, España abrió también, de par en par, las puertas a la corrupción y al deterioro de la democracia auténtica. El poder ejecutivo empezó a conquistar espacios y, junto con los partidos, infiltró y desarticuló la sociedad civil y se hicieron hegemónicos en una democracia que, al perder sus equilibrios, controles y contrapesos, mas que una democracia era ya un esperpento, una oligocracia de partidos sin separación de poderes, sin ciudadanos y con partidos políticos casi omnipotentes e impunes, dueños absolutos y únicos del Estado.

Es cierto que aquella España que él quería cambiar tenía defectos y venía de una dictadura, pero el balance final de lo que han creado los falsos demócratas es espeluznante: un país desarmado de valores, sin democracia, sin ciudadanos, campeón en casi todos los vicios, desde el blanqueo de dinero al tráfico de prostitutas y de drogas, del alcoholismo y del fracaso escolar, minado por la economía sumergida, casi arruinado, infectado de corrupción, con políticos atiborrados de privilegios que no merecen y odiados por su pueblo, una nación poblada por una enorme marea de seres desgraciados y desamparados, desempleados, nuevos pobres y jóvenes que tienen que emigrar para poder encontrar trabajo y futuro.



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