Revista Opinión

Alfonso I, El Broncas

Publicado el 03 noviembre 2014 por Vcorbacho

Que no se enfade el personal con el título de este artículo, que es de modo cariñoso. Supongo que a todos nos suena el rey Alfonso I, El Batallador. Seguramente te suene porque fue rey de Aragón, porque tiene una estatua en el Parque Grande, o por la calle Alfonso, pero este señor fue algo más que todo eso. Voy a intentar contar una pequeña historia sobre este personaje, y espero no meter mucho la pata en cuanto a hechos, datos o circunstancias históricas.

Resulta que Alfonso I, rey de Aragón (y no de otros lugares anexos que voy a evitar citar), unió mediante matrimonio con Urraca I de Castilla las Coronas de Aragón y Castilla, dando lugar a la primera, o una de las primeras apariciones de España como unión de reinos. Pues bien, no se queda aquí lo de este rey. Resulta que por aquellos años este señor acababa de darles a los moros lo suyo y los de sus primos, vamos, que los dejó finos, no en vano una de sus principales hazañas fue la conquista de Zaragoza, desde su campamento situado a orillas del Ebro, en lo que hoy es Juslibol (y cuyo nombre viene del que tenía este campamento).

Pero a lo que vamos. Por lo visto los moros al irse se llevaron a unos colegas de Alfonso presos a Granada, y éstos, al cabo del tiempo, le enviaron varias misivas para que fuera a rescatarlos. Las intenciones fueron un poco más allá, porque no sólo tenían previsto realizar el rescate, sino que los colegas de Alfonso iban a abrir las puertas de la ciudad para que el Batallador la conquistara. Y ojo que estamos hablando del siglo XII. Así que dicho y hecho, Alfonso cogió su ejército y se fue de tapas a Granada, y ahora es cuando entenderéis el por qué del título de esta entrada, y es que por cada población que pasaba, la saqueaba, y si le plantaban cara, hacía una batalla, y encima la ganaba. Así era él. Una de las broncas más sonadas que montó fue en Guadix. Total que al cabo de los días ya llegó cerca de Granada y acampó.

Pasaban los días y allí no sucedía nada, ni se invadía Granada, ni se rescataban los colegas, ni abrían las puertas, así que al más puro estilo aragonés Alfonso envió a un emisario a la ciudad a ver qué ocurría. Supongo que el diálogo sería algo así:

- ¡Qué pasa, cos! ¿Abrís ya las puertas u qué?
– ¿Abrir? ¿Las puertas?
– ¡Claro! ¿No habíamos quedado en eso?
– Hombre, sí, pero si no la hubieses liado parda en Guadix, y no se hubiesen enterado los moros, y no hubiesen empezado a venir como chinches de África a defender la ciudad, no habría problema, pero ahora esto es imposible.

Y así se quedo el tema de invadir Granada, unas tapichuelas y vuelta a casa. Pero tranquilos, que todo el tiempo que Alfonso estuvo acampado no lo desaprovechó en absoluto y se fue de turismo. Visitó Málaga, Vélez, Motril, Salobreña… Vamos, que se fue a la playa. Y por cada sitio que pasaba, ya que estaba, lo saqueaba y todo para el campamento.

Al final, visto que la empresa era imposible, sacó a los colegas de la ciudad y emprendieron la vuelta a Aragón, perseguidos por los moros que habían subido de África y también querían bronca. Pero Alfosno, que era un bonachón, pudiendo haber vuelto por donde se fue, quiso seguir con su ronda turística, así que aprovechó y fue a ver cómo iban las cosas por Valencia, la lió parda en unos cuántos sitios más, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, ciudad de la cuál también era rey, entre paella y mariscada, conquistó Xátiva. Y después de todo esto ya volvió para Zaragoza, con sus colegas rescatados, con alguna baja, pero con un buen sabor de boca después de montarla por media península.

Entre tanto, los amores no parecían irle demasiado bien, así que Urraca andaba festejando con otro mozalbete, y cuando Alfonso se enteró de esto, y de sus intenciones de anular el matrimonio, cogió, fue a buscarla a tierras castellanas, se la trajo al hombro y la encerró en la fortaleza de El Castellar. ¿Te suena? Quizá te suene más el nombre de San Gregorio, ese campo de maniobras donde nuestro ejército nos deleita con estruendosos bombardeos a cualquier hora. Pues sí, ahí, entre tanques, granadas y morteros, se conservan las ruinas de esa fortaleza, del lugar donde estuvo encerrada Urraca, y de los parajes que recorrió Alfonso entre batalla y batalla. Pero eso, en otra entrada.


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