Me parece inapropiada la crítica, negativa, casi unánime, a Maribel Verdú. Por las fotos publicadas estaba ideal, con su vestido de Dior, su collar de Bulgari, y sus nueve mil euros cubriendo su cuerpo privilegiado. No se refirió a su película, que es un gesto de buen gusto, sino a los desahucios. Al dinero que unos pocos ricos roban a muchos pobres. Eso, las hipotecas. Maribel tiene derecho a vivir y ganar dinero, y sólo por ejercer ese derecho aceptó en 2010 ser la protagonista de un anuncio en el que se inducía a hipotecarse a la gente sin recursos. Esa empresa que promocionaba Maribel ha llevado a cabo miles de desahucios, pero de eso la señora Verdú no tiene culpa. Y tampoco que fuera producido el anuncio en 2010, con Zapatero en el Gobierno, que permitió la ejecución de más de doscientos mil desahucios por impago de las hipotecas. La Sanidad la dejó de lado porque la señora Verdú es accionista de una clínica privada de Marbella, donde tiene una de las cuatro casas que posee. Tres en Madrid y una en Marbella, para descansar.
Pero la emoción culminante la protagonizó una actriz, Candela Peña. Su padre falleció en una clínica pública cercana a Barcelona. No le dieron una manta para abrigar su frío ni una botella de agua.El director de la clínica ha manifestado que todo lo dicho por la señorita Peña es falso. Lástima de lenta reacción de la hija, que ante su padre moribundo y a falta de una manta y una botella de agua no acude a su casa en pos de la manta ni baja a la cafetería a comprar el agua, con gas o sin gas. Y aunque las lágrimas me dificultan la redacción de este artículo, es justo recordar a doña Candela, que esa posible atrocidad que desveló en la gala de los «Goya» se produjo en un hospital público cuando gobernaba en España el PSOE y en Cataluña el tripartito del socialista Montilla. Pero fue tremendo.
El texto se corresponde con dos párrafos de la columna que D. Alfonos Ussía suele escribir en un diario de tiranda nacional. No es que tenga razón -que la tiene- sino que más que reflexión, lo suyo es una crónica de acontecimientos incuestionables que se reflejan en las hemerotecas. Igual que Dª Beatriz Talegón afirmó que no se podía sentir lo que sufren los ciudadanos de a pie menos favorecidos, cuando las reuniones de la internacional socialista se llevan a cabo en hoteles de cinco estrellas a los que se accede en vehículos de alta gama, tampoco puede uno solidarizarse con los deshauciados desde el glamour que necesariamente acompaña la entrega de los premios Goya. El presumible argumento de considerar la publicidad un medio para concienciar al personal, se equivoca, pues resulta difícil encontrar alguien que ignore el drama que suponen diariamente los desahucios, la crisis, el paro y la ralentización de la economía. Además, a los actores que tan generosamente sigue subvencionando el Partido Popular, se les olvida fácilmente la situación de privilengio en que se encuentran, y mientras hablan del Sahara y posan con el pañuelo palestino, utilizarn hospitales neoyorquinos de capital judío. Y Candela Peña no es buna persona: No puede serlo si su padre pasa frío y sed y su hija, pese a tan defectuosa atención prestada en la sanidad pública, no es capaz de acercarle a su lecho de muerte una manta y un botellín de agua mineral. De haberlo sabido, casi se lo hubiese llevado yo mismo.