Alfonso V, El Noble o el de los Buenos Fueros (994-1028). El hijo de Bermudo II El Gotoso y de Elvira García, hermana del conde castellano Sancho García, accedió al trono leonés el once de octubre de 999, con cinco años de edad, bajo la regencia de su madre, Elvira García – hermana del conde de Castilla Sancho García – y del conde gallego, Menendo González. El inicio del Reinado de Alfonso V coincidió con los últimos años de Almanzor y el acceso al trono navarro de Sancho Garcés III el Mayor, hecho este último de una gran trascendencia para el Reino leonés.
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Alfonso V, El Noble o el de los Buenos Fueros
En el año 1000, seis meses después de ser proclamado Rey Alfonso V, el conde Sancho García, que rompió su pacto con Almanzor[1], promovió un pacto en la que participaron los leoneses y el navarro García Gómez, de Saldaña (Palencia). Las fuerzas coaligadas cristianas se reunieron en Peña Cervera, al Norte del valle medio del Duero, a unos 80 Km de Calatañazor (Soria). Advertido Almanzor, llegó rápidamente a Medinaceli y de allí se dirigió a donde se encontraban acantonadas las tropas cristianas. Iniciado el combate, el ala derecha del Ejército musulmán empezó a ceder ante el empuje del castellano Sancho García, pero la astucia de Almanzor ideó una estratagema por la que los cristianos creyeron que le llegaban refuerzos. Éstos, temerosos por ser envueltos por fuerzas superiores, iniciaron una retirada que se convirtió en un repliegue desordenado, lo que dio la victoria a Almanzor. La derrota cristiana permitió que Almanzor penetrara hasta Burgos y Pamplona, arrasando sus comarcas. Lucas de Tuy en su Crónica, escrita tres siglos después, recreó una fantástica historia en la que confundió la batalla de Peña Grande con la de Calatañazor, en la que Almanzor, además de ser derrotado, había perdido la vida. Pero en Calatañazor jamás se dio una batalla, por tanto,
“en Calatañazor no perdió Almanzor su tambor”.
Pese a su avanzada edad, en la primavera de 1002, Almanzor emprendió su última aceifa[2]. Su mayor deseo era morir en campaña y, en previsión de ver cumplidos sus deseos, siempre llevaba en su equipaje la mortaja que había sido cosido por sus hijas. Penetró en la Rioja, llegando hasta Canales destruyendo el convento de San Millán de la Cogolla, patrón de Castilla. A su vuelta, aumentaron sus dolencias, que le imposibilitaban mantenerse a caballo, por lo que hubo de ser llevado en litera. De este modo, y después de un penoso viaje de 14 días, llegó a Medinaceli. Allí acudió su hijo y sucesor Abd al-Malik, que llegó a tiempo de recoger sus instrucciones y su último suspiro. Almanzor falleció a la edad de 73 años, cumpliéndose su más íntimo deseo, que se ajustaba a la ley del Corán:
“Enterrad a los mártires según les coge la muerte, con sus vestidos, sus heridas y su sangre. No los lavéis, pues sus heridas en el día del juicio despedirán el aroma del almizcle”.
Su cuerpo fue sepultado en el patio del Alcázar de Medinaceli, grabándose en su tumba este epitafio:
“Por Alá, que jamás los tiempos traerán otro semejante a él ni que como él defienda nuestras fronteras”.
Bien distinto fue el que dejó escrito en su crónica un monje cristiano:
“En el año 1002 murió Almanzor; fue sepultado en el infierno”.
Su muerte sería el fin del califato cordobés.
La muerte de Almanzor supuso para los Reinos cristianos peninsulares un gran alivio, pues pensaron que los años oscuros se habían acabado. El regente del Reino leonés, Menendo González mostró su hostilidad hacia Al-Ándalus. Más Abd al-Malik lanzó una rápida aceifa, y Menendo González, asediado por las fuerzas árabes, tuvo que solicitar una tregua. En los Reinos cristianos, en vez de formarse un frente común contra Al-Ándalus, persistía la desunión. Sancho García de Castilla posiblemente incitado por su hermana Elvira, trató apartar de la regencia al conde Menendo González alegando su parentesco con el Rey. Se solicitó la mediación de Abd al-Malik, que envió como juez al cadí de los mozárabes de Córdoba, quien, después de oír a las dos partes, dio la razón a Menendo González. Este arbitraje no fue óbice para que Abd al-Malik, en 1005 dirigiera una aceifa contra León, ayudado por el despechado Sancho García, quien llegó hasta la derruida Zamora. En 1007, otra aceifa devastó Clunia (Burgos), obligando Abd al-Malik a Sancho García a luchar contra leoneses y navarros. La muerte de Abd al-Malik, en 1008, arregló las diferencias entre el conde castellano, leoneses y navarros. El Gobierno de Abd al-Rahmán, llamado Sanchuelo, porque su madre era hija de Sancho II de Navarra, debilitaría aún más el califato con sus luchas intestinas.
El año 1008 se inició con una revuelta nobiliaria que terminó con el asesinato, posiblemente por envenenamiento, del conde Menendo González. Este hecho decidió a la Reina madre, Elvira, deseosa de acabar con las pretensiones intervencionistas de los nobles, a anticipar la mayoría de edad de su hijo, lo que apuntaba a una lenta recuperación del prestigio de la Monarquía que sería manifiesta al final del Reinado de Alfonso V. El joven Rey leonés contrajo matrimonio con Elvira Melanda, hija del fallecido conde Menendo González.
Alfonso V intentó levantar de la postración al Reino leonés, que tan maltrecho había quedado por las continuas y victoriosas aceifas de Almanzor. La política expansionista del conde castellano Sancho García que iba ganando terreno a expensas del Reino del joven Monarca; la mayoría de edad de Sancho Garcés III, el Mayor, de Navarra, que también inició una política de expansión tendente al predominio vasconavarro, consolidó sus lazos con Castilla al contraer matrimonio con Munia o Mayor, hija de Sancho García; pero una nueva invasión normanda, que descendiendo por el Miño llegó hasta Tuy e incendió la ciudad, fueron las causas de que la recuperación leonesa tardó más de lo que Alfonso V deseaba. A pesar de todo, encaró el problema con una visión comunitaria y, en 1017, reunió en León a todos los magnates del Reino (nobles, obispos, abades y potestades), en una asamblea que recibió el nombre de Concilium Regis o Curia Plena. La Curia promulgó una serie de Decretos y Reglas encaminadas al ordenamiento de la vida urbana y la repoblación del Reino que, tres años más tarde, constituyeron el Fuero de León. Expulsados los normandos y aplacados los ánimos de los castellanos tras la muerte del conde Sancho García, pudo Alfonso V dedicar parte de sus recursos a la reconstrucción del Reino.
La recuperación por Alfonso V de la zona que abarca la desembocadura del río Cea – afluente del Esla – en posesión de Castilla, creó tensiones con el navarro Sancho Garcés III, que se había erigido en protector del joven conde castellano García Sánchez. La creciente tensión entre León y Navarra se resolvió, en el 1024, con el matrimonio entre Alfonso V y Urraca, hermana del Rey navarro, pese a la oposición del abad Oliva[3] por el grado de consanguinidad existente entre los dos cónyuges.
Encaminado el Reino leonés hacia la reconstrucción, consideró Alfonso V el momento de extender sus territorios a expensas de Al-Ándalus. Pasó Alfonso V el Duero y, marchando hacia el Sur, puso sitio a la ciudad de Viseo, en la Lusitania. El Rey quiso hacer un reconocimiento, a caballo, de las murallas, pero dado el calor, excesivo para la estación en que estaba – julio – iba sin coraza. Una flecha sarracena, lanzada desde lo alto de una de las torres, le hirió mortalmente. Falleció Alfonso V a la edad de 33 años y tras 28 de reinado, dejando tres hijos de corta edad: Bermudo, que fue Rey de León; Sancha que se casó con Fernando I de Navarra, y Jimena, que contraería matrimonio con el conde de Asturias, Diego, y fue madre de Jimena Díaz, esposa de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es
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RÍOS MAZCARELLE, Manuel. Diccionario de los Reyes de España.
[1] Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Maafirí, llamado al-Manūr, “el Victorioso”, más conocido como Almanzor, fue un militar y político andalusí, caudillo del Califato de Córdoba y hayib o chambelán de Hisham II.
[2] Incursión militar que los sarracenos solían hacer en verano en los territorios cristianos.
[3] Oliva (971-1046) fue un abad benedictino de la Orden de San Benito, Obispo y Conde de Berga y Ripoll.
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