"Hitchcock era un muchacho muy sensible que vivía la fascinación por la cultura el asesinato con miedo y placer al mismo tiempo o, como a él le gustaba decir, mezclando ambas cosas con "el placer del miedo". Solía comentar a menudo que sus películas trataban de "gente corriente en situaciones extrañas, y que él era el prototipo de eso. Era un hombre corriente que se imaginaba a sí mismo metido en casos de asesinato, dando rienda suelta a sus fantasías y elevándolas a la categoría de sospechas, suspense, miedo y deseo."
Pero el gran secreto del éxito de Hitchcock era su capacidad de trabajo, su habilidad para escoger los proyectos que le interesaban y dedicar a los guiones meses y meses hasta que los profesionales que contrataba - después de numerosas correcciones por su parte - le entregaban un diamante pulido listo para ser rodado con su correspondiente storyboard. Con todo este intenso trabajo previo, el director llegaba al rodaje con una idea clara de lo que quería filmar y una planificación al milímetro de la película. Esto gustaba mucho a los productores, pues sabían que con Hitchcock tenían garantizado un trabajo profesional, aunque con el director británico los problemas siempre venían por otra vertiente: su continuo deseo de insertar escenas escabrosas y sus eternos problemas con la censura y con las buenas costumbres de la época. Hitchcock, siempre astuto, solía preparar un cebo en forma de imágenes especialmente intolerables, que sabía que no le iban a dejar pasar, para desviar la atención acerca de lo que verdaderamente quería añadir a la película que en numerosas ocasiones eran soberbias metáforas de sexo y muerte.
Pero frente a todo ese éxito y reconocimiento, el tormento de Hitchcock era su físico y la imposibilidad de llevar a cabo sus numerosas fantasías y perversiones sexuales, lo cual tenía siempre reflejo en la pantalla. A pesar del indudable amor a su esposa Alma que expresó toda su vida, se han escrito ríos de tinta acerca de la relación del director con sus actrices rubias, de su acoso continuo a algunas de ellas (el caso paradigmático es el de Tippi Hedren), aunque a diferencia de Donal Spoto, McGilligan opina que hay más de leyenda que de realidad en todo esto y que, más allá de algún abuso evidente e intolerable, sobre todo a los ojos de hoy día, Hitchcock quizá utilizaba las continuas bromas sexuales como método para evadir sus complejos. Sin embargo, es evidente que a veces cruzaba la línea del delito que él siempre tanto temía cruzar en otros ámbitos:
"En las fiestas, si Alma no estaba y él había bebido más de la cuenta, era capaz de manosear a una mujer o de pellizcarle el trasero. Una de sus bromas consistía en besar a una mujer para darle la bienvenida o despedirse de ella, para luego sorprenderla metiéndole la lengua en la boca. No era inmune a perder la cabeza por las jóvenes actrices, aunque nunca lo hacía con las famosas. De vez en cuando, acompañaba a alguna por el estudio de una forma paternal, observando y esperando... eternamente."
En cualquier caso, el legado de Hitchcock es tan inmenso que es imposible no ver algunas de sus numerosas películas - Vértigo, Con la muerte en los talones, La ventana indiscreta, Los pájaros... - más de una vez, ya que siempre tienen algo nuevo que decir, siempre se encuentran nuevos detalles que delatan una y otra vez al genio que había detrás de la cámara. Fueron los críticos de Cathiers du cinema los primeros que alertaron que Hitchcock no era un mero artesano, sino todo un autor dotado de un poderoso lenguaje cinematográfico, original y perturbador. Desde que lo conoció, Hitchcock guardó una estrecha amistad con François Truffaut y de ahí surgió el mejor análisis de su obra, ese libro-entrevista imprescindible llamado El cine según Hitchcock. Pero quizá la mejor biografía sea ésta e Patrick McGilligan, puesto que el historiador del cine logra profundizar con brillantez en la complejísima personalidad del director británico.