Revista Política
Con el estilo coloquial al que nos tiene acostumbrado La Moncloa, se ha anunciado el apoyo del Reino de España a la intervención en Siria. No es que los motivos estén todo lo desgranado que el público merece, pero la frase del comunicado -"algo habrá que hacer"- encarna muy bien el dilema en que se encuentra la Comunidad Internacional.Lo que comenzó siendo un episodio más del ya dilatado e incierto proceso de la "primavera árabe" ha derivado en una guerra civil abierta. Un conflicto interno que tiene visos de recordar mucho a lo ocurrido en Libia.
En un primer momento la oposición al régimen de Al Assad comenzó imponiéndose con fuerza conquistando ciudades importantes como Alepo y parecía inminente la caída de Damasco, tanto que hasta algunos países árabes propusieron al dictador una salida honrosa. Pero pasado este envite, las fuerzas del gobierno de Al Assad retomaron la iniciativa y, con extrema dureza, comenzó a reconquistar el territorio perdido. La reconquista iniciada por el gobierno y la heterogeneidad de la oposición transformaron un conflicto que se anticipaba breve en una guerra civil que continúa hasta hoy.En el transcurso de estos meses se denunciaron atrocidades llevadas a cabo por ambos bandos en medio de un confuso cruce de acusaciones. En un primer momento el diario francés Le Monde denunció el uso de armas químicas por Al Assad, empujando a muchos gobiernos occidentales a dar el paso de financiar y armar a la oposición hasta que el vídeo de un miliciano opositor comiéndose un corazón empañó su imagen conmocionando a la opinión pública.Internacionalmente la guerra civil Siria se ha convertido en un lío monumental a ambos lados del Atlántico.A este lado del océano la situación comenzó de forma similar a la intervención libia. Reino Unido y Francia como abanderados europeos a favor de la intervención, Alemania escurriendo el bulto cada vez que las cosas se ponen difíciles y los demás países escondiéndose detrás de un aval de la ONU sabedores de que éste jamás llegaría.Hay que tener en cuenta que la situación siria, a pesar de que a nivel interno se parezca mucho a Libia, internacionalmente tiene unas repercusiones mucho más profundas. Por un lado, Siria es un aliado esencial de Rusia por tener allí una base naval con salida a un mar cálido fuera de sus fronteras. Por ello cualquier situación que amenace el status quo es vista con mucho recelo desde Moscú. De ahí que Moscú haya vetado la resolución de Naciones Unidas para una intervención armada en Siria. Por otra parte, Irán tiene intereses en la zona como abanderado de la minoría Chií. Un cambio de régimen la pondría en peligro y supondría la amenaza de una actuación iraní en un país fronterizo con Israel. La intervención parecía seguir su camino al margen de Naciones Unidas. Bajo el siempre ambiguo paraguas de la "intervención humanitaria" una coalición similar a la que intervino en Libia se estaba preparando para atacar Siria. Los objetivos se planteaban sumamente difusos porque los expertos militares de EEUU sabían que era muy complicado eliminar los arsenales químicos de Al Assad, ésto unido a la retórica de la Casa Blanca -"se han cruzado las líneas rojas"- daba la impresión de consistir en una operación de castigo más que una intervención con unos objetivos definidos.Pero el 29 de Agosto la Cámara de los Comunes, en un asombroso giro de los acontecimientos, votó no a la petición del PM para intervenir en Siria. Los fantasmas de la guerra de Iraq pesaron demasiado como para que David Cameron pudiera despejar las dudas de los MPs. El no de los Comunes desbarató por completo los planes de intervención y dejó herida de muerte la propia alianza.Los franceses, con Cameron fuera de juego, se apresuraron a representar el papel de aliado preferencial de los EEUU en Europa. Los Comunes no han sabido distinguir las diferencias entre la intervención en Iraq y la Siria, pero han recogido el clamor contra la intervención de su pueblo. Esto ha debilitado a un ya cuestionado PM. La capacidad de maniobra en política exterior de David Cameron ha disminuido notablemente y puede que haya socavado los cimientos mismos de la renqueante coalición que lidera. En medio de la incertidumbre causada por el Parlamento Británico el Presidente Obama, en un movimiento sin precedentes y pese a que su socio británico obtuvo una negativa por respuesta, se dirigió a la nación para anunciar que sometería al Congreso la decisión de atacar Siria. Fue una estrategia arriesgada que aún esta siendo objeto de análisis porque, aunque en un principio pareció pasar la patata caliente al legislativo, su negativa a intervenir puede herir de muerte este segundo mandato y hacer del Presidente un "pato cojo" prematuro.Personalmente creo que el Presidente Obama evita intervenir en Siria. Es un nuevo avispero en Oriente Medio, conoce el hartazgo de sus conciudadanos ante una nueva intervención en la zona y la última aventura casi le cuesta la reelección después de que dos atentados golpeasen las sedes diplomáticas de EEUU en Libia y matasen a su embajador.Así empezó la carrera para conseguir un voto favorable ante la perspectiva de que el Presidente quedase seriamente debilitado. Para ello Obama no cometió el error de su homólogo británico y no adelantó la vuelta del Congreso. Pero a medida que iban pasando los días, la esperanza de tener un voto afirmativo se fue esfumando. La primera señal fue la ajustada votación en la Comisión de Exteriores del Senado (donde se supone que el Presidente tiene más apoyos). Pero el Tea Party, aunque belicoso, no desaprovecharía una oportunidad tan clara para humillar al Presidente y a ello hay que añadir que el año que viene el Congreso se renueva en su totalidad, así como un tercio del Senado, lo que hace a sus señorías mucho más sensibles a la opinión pública. Entre medias tuvo lugar la cumbre del G20 que, a pesar de estar focalizada en la lucha contra el desempleo, centró su actividad en encontrar una salida al atolladero sirio. Los americanos intentaron seducir a la mayor parte de países europeos posible, consiguiendo entre otros el vago apoyo de españoles e italianos cuando la UE aún no había fijado una posición común. Alemania evitó tomar parte, como viene siendo habitual, y criticó los apoyos europeos a EEUU por prematuros. Resulta curioso que Alemania critique acciones prematuras fuera de la posición común de la UE cuando en el pasado no le importó ignorarla con desastrosas consecuencias. Si existían pocas dudas sobre la reticencia de EEUU a intervenir en Siria, el último intento de alejar el fantasma de la guerra y salvar al Presidente vino de la mano de un "desliz" de su Secretario de Estado, John Kerry, quien en una rueda de prensa en Londres contestó que la única forma de evitar un ataque vendría condicionado a que Al Assad entregase o destruyese todo su armamento químico. Esta oferta, aunque realizada de una forma coloquial, fue aceptada de inmediato por los rusos y el gobierno sirio como una oferta legítima aunque Kerry apostillase que "eso jamás ocurriría".Personalmente tengo mis dudas acerca de la veracidad del "desliz" de Kerry. Podría bien tratarse de una estrategia bien orquestada para sondear a los rusos y encontrar una salida honrosa al atolladero en el que se encontraba el Presidente. Sea como fuere, la Casa Blanca se apresuró a aceptar la propuesta rusa (que en realidad era suya) para un desarme sirio que retrasaría el ataque y alejaría el fiasco de una derrota en el Congreso. Veremos como se materializan las negociaciones entre rusos y americanos para una nueva resolución de Naciones Unidas que inste al gobierno de Al Assad a eliminar o entregar su armamento químico. Veremos si se trata de un texto ambiguo o si, en último término, se plasma una amenaza al uso de la fuerza en caso de no cumplirse sus exigencias.De momento, hemos sido testigos del monumental lío que se ha montado en torno a la intervención en Siria y de la apatía de Estados Unidos a iniciar una acción contundente. Hemos sido testigos de cómo el Presidente se mostraba ambiguo ante los datos del uso de armas químicas y, cuando éstos parecían sólidos, su errática estrategia no muestra otra cosa que el deseo de evitar llevar a Estados Unidos a un nuevo escenario bélico en Oriente Medio.