Revista Cultura y Ocio
Si me preguntaran cuál es mi segunda tierra no sabría qué contestar. A la que más apegado estoy es a Zamora, como es lógico, pero, además de que Madrid somos todos, tengo un pedacito de Salamanca dentro de mí, y aún conservo en mis ojos el gris de Leeds, la luminosidad de Menorca, los despertares de Roma, los días soleados de Bath, el sonido del mar en La Costa Brava. Todos los sitios donde he residido, aunque fuera por poco tiempo, me han marcado de alguna manera. Pero hay una ciudad en España a la que, sin haber vivido en ella, me siento especialmente apegado. Estoy hablando de Gijón. Por diversas circunstancias todos los caminos me han conducido a Gijón. Desde que M y yo hicimos nuestro primer viaje, hace una década, la ciudad gris me ha reclamado por unas u otras razones. Mi hermano ha residido allí durante los últimos tres años. Hace unas semanas abandonó la ciudad, en busca de tierras algo más prósperas. Le ayudé a hacer la mudanza. Mientras recogíamos sus cosas, entre unas cajas, apareció, junto a otros recortes de periódico, una hoja suelta que contenía una entrevista con el poeta David González, con quien había estado, casualmente, minutos antes tomando un café, y un chupito… La hoja no estaba fechada ni tenía identificación alguna. David González no fue el motivo de que alguien guardara aquel trozo de papel, sino que fue utilizado para envolver parte de la cubertería. Pero aquel recorte fantasma no se fue a la basura, como el resto de telares y papelería, lo guardé con el fin de escanearlo. Y aunque nos hubiera hecho falta no podríamos haberlo utilizado como envoltorio, porque ya era una reliquia, el último recuerdo de Gijón, mi particular Cruz de la Victoria, algo que declarar...