Cuando alguien se nos va. Un padre, una madre, una abuela, un hermano, una hija, una sobrina, una pareja. ¿Qué más da? Una vacío enorme nos invade. Ese huequito que ocupaba en nuestro corazón, de repente, deja de latir. Y nada ni nadie podrá llenarlo porque nada ni nadie debe hacerlo. Es suyo. Sólo suyo. ¿Quién soy yo para arrebatárselo? No puede ser sustituido. No puede ser eclipsado. No puede ser maquillado, disfrazado u ocultado. Ha sido, es y siempre será de Él. Las lágrimas lloran su ausencia y los recuerdos anhelan su Presencia. El Tiempo no cura nada porque no hay nada que curar y mucho menos que olvidar. ¿Puede el Amor dejarse de Amar? No era un cuerpo. No era una piel. Era un Ser que corría por nuestra venas y nuestras venas las que danzaban por él. ¿Y sabes una cosa? Aunque se haya ido no se ha ido. Sigue ahí Dentro, donde siempre estuvo, donde siempre estamos. Donde esos instantes que se tatúan en nuestras retinas, en ese ojo que todo lo ve por muy invisible que sea, se nos aparecen en la memoria compartida. El dolor es infinito. Te engulle la sed de vida. Le pega una vuelta y más que media a tu vulnerabilidad, de nuevo, descubierta. Queremos expatriarlo. Lo siento, es imposible. De los imposibles que por mucho que intentes nunca consigues. Nosotros somos el eterno Hogar de todos aquellos a los que queremos. Da igual dónde estén. No importa la distancia. Si están en la Tierra o en el Cielo. En el piso de arriba o al otro lado del océano. Con los ojos cerrados o con los párpados abiertos. No los podrás tocar con la prisa de tus dedos, pero sí con todos esos momentos que nos acompañan en silencio. Esos que suceden sin avisar. Esos que no han sido agendados. Esos que no tienen precio ni ‘borrón y cuenta nueva’. Los sin nombre y sin previstos. Los que no necesitan identificación. Momentos que las miradas fotografían y con los que nuestras tripas se ceban tragándoselas sin trampas, sin photoshop y sin cartón. Esos pequeños grandes locos bajitos momentazos imposibles de ser enterrados por Siempre Jamás. No hay terapias. No hay antídotos. No hay remedios. Ante la Muerte de un Ser Querido hay vida, mucha vida… La llames como la llames, la etiquetes como la etiquetes, la entiendas como la entiendas aunque no se pueda entender y por muy mal que huela. Lágrimas para no ahogarte que se vuelan en libertad para expresar lo que necesita ser expresado. Lo que Tú necesitas expresar. El ritmo únicamente lo marca el tipo de melodía que tus latidos cantan. Los tiempos no existen. Nunca lo han hecho aunque se hayan escrito. No hay correctos y aún menos incorrectos. SENTIR la Muerte por todo lo alto. Como se merece. Con todos sus honores. Con todas sus sombras y con todos sus colores. Sin agarrarla con pinzas (no se va a caer). Sin teñirla de negro. El rojo de la sangre que ha derramado, ¡que se Vea bien! Que una lluvia de pétalos coloree su “SantYamén”. Deja que suene su banda sonora por cada poro de tu hiel. Su música es tocada por los Ángeles. No se puede enmudecer. ¿Y sabes otra cosa? El AMOR nos habla de muchas maneras. A veces, con estruendosas risas. Otras, con susurros de ‘a duras penas’. Pero aunque lo escuchemos desafinado, aunque la tormenta nos nuble la consciencia, aunque creamos que nos ha abandonado, detrás de ese sufrimiento, en este preciso Instante, ha estado, está y siempre estará, Aquí y Ahora, ese AMOR que todo lo Es, sosteniéndonos, con toda su fuerza, con toda su divinidad y con toda su franqueza. La Muerte no se puede “matar”. Lo único que podemos hacer con ella es Vivirla, mamarla y honrarla con cada parte de nuestra desgarrada Intensidad. ¡Y que sea lo que Dios quiera!, que para eso es el que manda. Aunque a veces nos parta el Alma. Aunque a veces… nos pille por sorpresa.
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