…en el capítulo anterior
Terminas de leer el informe de la autopsia que te ha dejado encima de la mesa el doctor Javier M. Te quedas con dos datos fundamentales: no había sido forzada, aunque tuvo relaciones anteriormente, y la asesinaron sobre las nueve de la noche, confirmando lo del golpe que la desnucó. Lo que no te cuadra es el desfase entre la muerte y la llamada anónima. Alguien, por fuerza, debía haber visto algo. Por eso te has pateado las calles de la Manigua interrogando a todo dios, con el mismo resultado negativo todas las veces. Estás incluso planteándote la posibilidad de que exista el crimen perfecto: el asesinato de un espectro al que nadie conoce. Tampoco dejas de darle vueltas a lo de la llamada anónima. Podía haber sido cualquiera, incluso el propio asesino. No te habías dado cuenta antes, pero desde el principio hablas en masculino. Se te hace difícil pensar en una asesina… Luego está lo de ese posible amante y lo primero en lo que piensas es en celos, en una pelea que acabó con tal desenlace. Porque lo único que tienes claro es que no se trata de una puta. Buscas respuestas, pero lo más importante es hallar las preguntas necesarias para llegar hasta ellas. Miras el retrato de Marisa, jugando con el reloj. Ella siempre sabía lo que estabas pensando para darte el empujón que te falta; por desgracia ahora no está y su imagen no puede ayudarte. Alargas la mano hacia el papel de una denuncia por desaparición que una tal Carmen O. había puesto esa mañana y no has leído. Como pediste, te la pasaron y nada más llegar a la Jefatura, hiciste que trajeran a la mujer a tu despacho.
Sentada delante de ti, vestida con el camisón y un chal echado por los hombros, más por pudor que por frío, mantiene las manos cruzadas sobre el regazo, intentando disimular el temblor de rodillas, con la mirada baja. «Usted es la señora Carmen O.», le dices después de varios minutos en silencio. Una perogrullada pero por algo había que empezar. «¿Por qué me han traío aquí?», es toda su respuesta. Reparas en su nerviosismo cada vez mayor. «Esta mañana vino a poner una denuncia por la desaparición de su amiga». Ella asiente lentamente. «Amigas, como tales no. Le habíamos alquilado una habitación», arguyó. «Como se retrasaba en el pago…, ha decidido poner la denuncia ahora», dejas caer. «¿La han encontrado y por eso me han llamao?».
De una carpeta sacas el retrato de la chica sin nombre y se lo das a Carmen O., que lo agarra con las dos manos, palideciendo antes de soltarlo como si de pronto quemase. «¿Qué le ha pasado?», atina a articular. «Encontramos su cuerpo en la Manigua. Dígame quién era», te sale una voz seca y desnuda de toda emoción. «Almudena P., sólo sé que llegó hace poco y estaba sola», balbuceó. «Supongo que trabajaría en algo, porque no creo que le dieran alojamiento de balde». «Servía en casa de un falangista», repuso Carmen. «¿No estaba interna?». «Cuando terminaba sus faenas se iba, no querían a nadie en su casa», responde. «¿Sabe el nombre de ese hombre?». «Salvador R., me contó que acababa de volver de Berlín». Estabas preparado para oír cualquier nombre… pero aquel te parecía una broma. «¿La vio con algún hombre?». «Era
mu discreta». «Muchas gracias, ya puede retirarse», le dices con voz de poli y se levanta desapareciendo sin mirar atrás. Cuando cierra la puerta, escribes en el retrato: Almudena P. D.E.P.«El mundo es demasiado pequeño, Marisa». Sientes cómo ella te sonríe desde el otro lado.Carlos Martínez Carrascoleer próximo capítulo