Revista Cultura y Ocio

Alguna de las cosas que no podrá uno sentir nunca

Por Calvodemora
Alguna de las cosas que no podrá uno sentir nunca
                                                                   Vladimir Horowitz
No haber sido nunca Vladimir Horowitz, no haber tocado las seis sonatas de Scarlatti o la tercera consolación de la balada en fa menor de Chopin  o una polonesa de Rachmaninov ante un público entusiasta.
No haber sentido la unánime admiración del público y haber regresado al hotel con el corazón henchido y el alma colmada.
No haber podido conciliar entonces el sueño, cerrar los ojos y no pensar en nada o pensar en algo de un modo difuso, poco nítido, con la consistencia más débil posible, la que invita a que la conciencia cese su vértigo y su fiebre.
No haber escuchado el eco de todas las piezas tocadas, repasar cada pulsación en el teclado, el eco de la melodía yendo y viniendo del aire a su cabeza.
No haber sentido el peso del mundo, que es amor, notar que lo abraza y dormir escuchando la palabra de Dios, que es como el ruido que hace el universo cuando respira.
No haber sido una vez, aunque sea una única vez, Ronald Reagan y haberle entregado la medalla de la Libertad en la Casa Blanca en 1986, después de haber tocado en el Carnegie Hall.

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