Revista Coaching

¿Alguna queja?

Por Raquelcabalga @RaquelCabalga

quejasNunca pude soportar a la gente quejica, antes me indignaba mucho al escuchar lamentos ajenos pues no podía evitar compararme y pensar: “¡yo he pasado por esto, esto y esto y no me quejo aunque sea peor!”. Con el tiempo logré acallar esa voz interna que apuntaba a cada queja con el dedo acusador pero de una forma que me agotaba hasta el extremo: ofrecía una solución a cada queja que escuchaba. Con esa forma de actuar, de la cual no era consciente, no solo estaba dando una ayuda que no me habían pedido sino que estaba barriendo mi porquería bajo la alfombra… Tenía la imperiosa necesidad de acallar mi diálogo interno a base de silenciar a los demás y quería comprender de alguna forma cómo era posible que alguien se quejara pero, a la vez, no hiciera absolutamente nada por cambiar su situación. Me di cuenta de que mi valoración de “no hacer nada” se basaba en mis propias suposiciones al observar desde afuera (¡quién sabe si esa persona dejaba de dormir por las noches por intentar solucionar “su problema”!) y también llegué a la conclusión de que lo único que me correspondía a mí de todo ese asunto era gestionar mi reacción frente a las quejas de los demás.

Lo reconozco, no fue fácil: me costaba callar a mi mente y a mis cuerdas vocales. Cuando uno cree tener la solución a todos los problemas (bien porque ha pasado por ciertas experiencias o porque se ve capaz de propiciar situaciones que puedan colaborar de alguna forma) se encuentra con varios amigos de viaje: el desgaste mental y físico, la responsabilidad ajena que se asume sin necesidad, la incomprensión, la presión, la soledad, el olvido de la vida propia…

Entendí que:

  • Cada cual debe tomar sus propias decisiones, así como asumir las consecuencias de las mismas.
  • La ayuda debe prestarse cuando alguien la pide, siempre y cuando se quiera y/o se pueda brindar.
  • Cada personas elige vivir la vida como quiere o puede, según sus recursos.
  • La indignación, el enfado e incluso la desesperación intentan siempre decirnos algo (que, casualmente, tiene que ver con todo lo que aquí estoy escribiendo).
  • Asumir el rol de ayudar a alguien que no ha pedido ayuda supone hacerse cargo de una responsabilidad que no corresponde y que nadie ha concedido.
  • Ofrecer ayuda no solicitada priva a alguien de la oportunidad de pedir ayuda (o de aprender a pedir ayuda).
  • Las quejas son un recurso más: una válvula de escape, una forma de demanda, un hábito inconsciente…
  • No se puede juzgar a nadie sin haber llevado 24 horas sus zapatos puestos.
  • Privar a alguien de todo lo expuesto anteriormente es privarle de encontrar su lugar, su rol, su camino de aprendizaje, sus nuevos recursos…

Ahora, cada vez que escucho a alguien quejarse me pregunto: “¿Será que su libido se ha dormido?“. Y nada más.

Por “libido” se entiende comúnmente el impulso sexual, pero Sigmund Freud dio un sentido más amplio a la palabra, que designaba la energía psíquica generada por una persona a fin de alcanzar su desarrollo personal. Freud observó que puede haber conflictos entre esta energía instintiva y las presiones sociales. La necesidad de controlar la libido puede causar tirantez y trastornos, tanto en el individuo como en la sociedad, y aunque esto pueda traducirse en energía creativa, tenemos que entender la procedencia de las tensiones y armonizarlas en el seno de nuestro ser global.

Con todo esto lo único que quiero es invitarte a observar, a tomar consciencia y a reflexionar… Si “estás a la que saltas” frente a las quejas de los demás o si te observas quejándote por situaciones que no logras cambiar seguro que este ejercicio te será muy revelador. No juzgues ni te juzgues, simplemente observa.

En mi empeño por dejar de escuchar las quejas de las personas que me rodeaban… ¡Incluso llegué a cambiar la dirección de mis proyectos por dar trabajo a quién lloraba por no tenerlo! ¿Y sabes qué pasó? Que todas esas personas que se quejaban ante mi (y ante cualquiera) de la falta de oferta laboral o de escasez económica sigue haciéndolo. Por contra, yo invertí tiempo y dinero en ofrecerles una ayuda que no me habían pedido, me sentí indignada, desilusionada y poco valorada, tuve que retomar el rumbo de mis planes partiendo desde 0 y otras tantas cosas más. En definitiva, la que terminó quejándose fui yo por sentirme engañada (¡fíjese usted, si ni tan solo me habían pedido ayuda!), por haber perdido dinero y tiempo, por no sentir recompensado todo el esfuerzo que había hecho y que nadie había pedido… ¡Qué paradójico!

Todas esas personas de las que hablaba siguen sin haber cambiado su situación y siguen quejándose. ¿El para qué? Lo desconozco. Puede que sea su forma de expresarse, puede que no estén dispuestos a pagar el precio por lograr lo que quieren o, simplemente, puede ser que su libido esté dormida y exista esa dualidad entre el deber y el querer.

Sea cual sea la respuesta, ninguna nos corresponde. 


Volver a la Portada de Logo Paperblog