Aquel día eran las dos y media de la tarde de un 20 de junio, me acuerdo como si fuera ayer. El calor empezaba ya a notarse, ese calor húmedo, molesto, el calor de cerca de la playa. Dejé la moto encima de la acera, me quité el casco y empecé a andar calle arriba. No hacía mas de media hora que había hablado por teléfono, quedamos un momento, yo salía del curro, uno de mis tantos curros precarios en producción con los que subsistí-y ya veremos-desde que un día decidí no volver a lo que fue mi hogar como unos 10 años. “Vale, pasa y bajo”. ¿Sabéis en qué poquito lugar caben nuestros sueños? Es impresionante en qué pocas cosas se encuentran… Se abrió el portal, venía hacía mi. Llevaba el pelo recogido en coleta, descuidado, aún le faltaba un año para cortárselo, algo mas para dejar de fumar, por cuando el Tres de Copas y eso. Los saludos fueron los habituales un qué tal todo y dos o tres minutos hasta el filtro. Lo cierto es que aquí donde me veis no soy un tipo al que le guste hablar de si mismo, dicen bastante reservado, aunque no nos engañemos, tampoco nos solemos preguntar por nosotros realmente: es algo que se evita, tal vez por el pudor de decir cómo nos encontramos, por prisa, por eduación, desinterés o que tampoco sabríamos por donde empezar. El tercer minuto ya vencía la inercia que le fundía en un cuarto. Podría haber seguido allí, como un pasmarote, un rato mas pero-dijo-tenía la mesa puesta y visita. Y es que no eran horas, como tampoco lo son ahora, mientras oigo coches que van a trabajar y ya he gastado mas de una cuarta parte del día que empezó sin darme cuenta.
Quedamos el sábado. Nos volveríamos a ver entonces. Antes de irse me dio lo que fui a buscar. Nuestra relación venía de algo antes, nos presentó una amiga común, que si digo que nadie canta como ella, no le hago suficiente justicia. Ya entonces, los dos eran la semilla de lo que fue, de lo que iba a ser un gran grupo, malogrado por el ego de alguno de sus miembros, arrebatándonos algo que muchos hicimos nuestro, y que compartimos, junto a mi Telecaster colgada en moto por esta provincia de madrugada y cervezas, acompañadas de bocata, en el poliderportivo de pueblos en el quinto pino. Qué época. Aunque el pudiera haber sido abra sus alas y alce el vuelo de vez en cuando, como ahora.
Algunas cosas que estoy recordando habían pasado ya, otras estaban pasando. Otras pasarían, irremediablemente y aunque yo no lo supiera. Me puse en el bosillo lo que me dio antes de que la puerta del ascensor se cerrase y el testigo iluminado hiciera volver mi mirada hacía la moto.
Una vez en casa, tras ducharme, abrí la tapa de la minicadena, dispuesto a escuchar las primeras de innumerables grabaciones musicales en las que la música se empeñaba en ir al revés que yo, cambiando su tonalidad sorprendiéndome sin estar preparado. Pero de eso no me daba cuenta y hoy cuando lo oigo siento unas punzadas de nostalgia. Un ordenador, un micro de todo a 100, había bastado para que el novio de esa amiga común que nos presentó siguiera su apadrinamiento musical conmigo, que venía ya de una vida anterior en Fola Street.
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