El viernes pasado di una conferencia en la UPC en el contexto del Día internacional contra la homofobia y la transfobia. Me pareció importante compartir esas ideas con los lectores del blog, así que presento aquí el texto que leí en esa reciente ocasión. Espero que la lectura resulte provechosa y que ayude a iluminar un poco un tema tan ensombrecido por los prejuicios.
***
Hace unos días, de hecho, este mismo lunes, uno de mis alumnos me pidió que estuviese aquí con ustedes para compartir algunas ideas sobre “La lucha por la igualdad de derechos en el contexto del Día internacional contra la homofobia y la transfobia”. A pesar de la poca anticipación de la solicitud, me resultó imposible negarme dada la relevancia del tema y mi interés por el mismo. Pronunciarse con claridad a este respecto, creo, es un deber de quien tiene a su cargo, al menos en algún sentido, la formación de personas. Rehuir a esa responsabilidad, excusándose en la inercia social o en el peso nocivo de algunas costumbres no es solo un facilismo, sino que desde la perspectiva de los que nos dedicamos a la enseñanza constituye un proceder poco serio. Les pido, entonces, que conversemos de este tema. Hagámoslo sin ambages, con nitidez y, sobre todo, poniendo sobre la mesa nuestras convicciones de modo transparente.
El problema de la igualdad de derechos es uno que me ha concernido hace años y a él he dedicado buena parte de mis reflexiones en el curso del tiempo y la lectura; sin embargo, el particular tenor de la lucha por la igualdad en el contexto LGTB requiere de reflexión con mucha mayor urgencia, de explicitación de prejuicios, de tomas de posición. No se trata solo de lidiar con un problema social inevitable, con cierto desgano, pero con la consciencia de que se trata de un hecho y que el mismo requiere de ciertas acciones; sostengo, en cambio, que este es un asunto que nos concierne porque desafía nuestra capacidad de ser personas, pone sobre la mesa nuestra humanidad, nuestra inteligencia, nuestra capacidad de reconocimiento, nuestra tolerancia. Nos plantea, en buena cuenta, qué tipo de seres humanos queremos ser, qué tipo de mundo queremos legar a las generaciones futuras.
Sobre esta materia corresponde ser muy enfáticos. No les planteo una recepción pasiva de la diferencia, algo así como “bueno, sí, yo no soy homofóbico, conozco gente gay y normal ah, no me molesta”. Se trata, más bien, de abordar el tema en todo su vigor y de considerar al otro en una situación de igualdad real, verlo como par, no hacer concesiones generosas en vistas de la conveniencia social y de parecer “progres” ante los ojos de la gente. Como cuando se contrata a un chico abiertamente gay en una tienda de servicios para cumplir con alguna cuota de tolerancia, sin dejar de hacer mofa de él cuando los varones heterosexuales de la tienda se reúnen aparte. O cuando se coloca el clásico estereotipo del peluquero gay en una serie de televisión pretendiendo ser representativos, pero, en el fondo, solo caricaturizando a un personaje para burlarse de él. Como si incorporar a los LGTB fuese un favor, una gentileza de nosotros, los heterosexuales, los normales. El solo uso del rótulo –LGTB– puede ser, muchas veces, un signo velado que oculta nuestra necesidad heterosexual de diferenciarnos: son ellos y nosotros, pero ellos no son como nosotros aun cuando los aceptemos. El lenguaje, como sostenía Wittgenstein, nos traiciona, de algún modo nos encarcela y, sin embargo, es la única vía para salir de su propio hechizo.
Volvamos sobre el punto, ¿les parezco exagerado? Hagamos un ejercicio. Hablen con sus amigos, colegas, familiares, incluso los que se consideran más de avanzada, los más “progres”. Seguro la mayoría de ellos no tiene problemas con el universo gay, más de uno tiene amigos gay, los frecuenta, los quiere, etc. Ok, paremos allí. Ubiquen bien a esas personas, pregúnteles ahora algo tan simple como ¿tendrías problemas con que se casen? Verán como inevitablemente comienzan las divisiones. Sigan, pregunten ahora, ¿y si se les permitiera adoptar niños? Allí la división se incrementa y el bando progresista queda reducido a su mínima expresión. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué los pretendidos progresistas, ante un par de preguntas, consideradas por muchos, polémicas, se echan para atrás, dudan o, abiertamente, censuran la posibilidad?
Les propongo que examinemos estos asuntos poniendo en relación tres frentes que a este respecto me parecen fundamentales: la política, la religión y la filosofía. Son además, mis temas favoritos y el entrecruzamiento de ellos nos permitirá comprender mejor qué es lo que pasa. Permítanme, además, usar como pretexto la campaña electoral estadounidense y las recientes declaraciones del Presidente Barack Obama en torno al matrimonio entre parejas del mismo sexo. Este asunto y las reacciones al mismo serán, pues, nuestro telón de fondo, nuestro marco para propiciar la discusión.
Dígase antes de seguir, no obstante, que no pretendo que discutamos hoy sobre otras aristas de la gestión Obama ni que afirmemos, como se ha hecho del lado republicano, que la preocupación del Presidente americano por la problemática LGTB es una suerte de cortina de humo para ocultar las deficiencias de su mandato. Si bien la gestión Obama, como cualquier otra, merece cuestionamientos y aun cuando es perfectamente posible que se use la agenda LGTB como un pretexto que disuadir la atención en relación a otros problemas, quiero que dejemos eso de lado para dirigirnos al contenido mismo de sus declaraciones. No es poca cosa, comprenderán, el hecho de que el Presidente de la nación más poderosa del mundo se pronuncie sobre cuestiones tan polémicas y que lo haga, además, de modo favorable en relación a una comunidad que es vista aún como una minoría vulnerable y que, de hecho, es víctima todavía de deplorables crímenes de odio, como en el reciente caso de Daniel Zamudio, en Chile. Pasemos, pues, a hablar brevemente de Obama para luego acercarnos poco a poco a nuestro tema de fondo.
Ya en el contexto de la Human Rights Campaing, en octubre del 2011, Obama se pronunciaba públicamente en estos términos sobre la materia que nos ocupa: “Todos y cada uno de los estadounidenses, gays, heterosexuales, lesbianas, transexuales, todos y cada uno de los estadounidenses, merece ser tratados con igualdad ante los ojos de la ley y de la sociedad. Se trata de una proposición bastante simple”. ¡Ojalá lo fuera! La ovación posterior del auditorio, con la gente puesta en pie, fue masiva. Su compromiso con la causa de la igualdad de derechos fue claramente establecido en esa ocasión, particularmente a través de la reafirmación de su voluntad de derogar la ley de Defense of Marriage Act, ley federal promulgada en 1996 según la cual se define el matrimonio como la unión legal entre un hombre y una mujer. Sucede lo mismo con el caso de otra famosa ley discriminatoria, la denominada Don’t Ask, Don’t Tell, según la cual ninguna persona con propensión a involucrarse en prácticas homosexuales podría integrarse a las fuerzas armadas americanas, bajo el pretexto de que esas prácticas podrían atentar contra la moral de la tropa y su cohesión como grupo. Si alguna persona con una orientación distinta a la heterosexual, luego, quería ser parte de la armada americana debía fingir, ocultar, ocultarse. La ley estuvo en vigencia desde diciembre del 1993 y fue derogada gracias a los aportes de la administración Obama en septiembre del 2011. Como puede notarse, algunos progresos importantes se han desarrollado en la gestión del candidato demócrata a la reelección, mas, como el mismo sostiene, hay mucho aún por hacer. Es en ese marco en el que se instala el debate reciente generado pos su apoyo abierto al matrimonio entre personas del mismo sexo como tema importante de su campaña para quedarse en la Casa Blanca. Es interesante, además, porque es una situación que testimonia un giro en la postura de Obama, un giro riesgoso en términos electorales: cuando Obama derrotó a McCain en la contienda anterior, defendía la igualdad de derechos, pero no se pronunciaba sobre el matrimonio. Era, como lo es aún hoy, un tema polémico y prefirió ser cauto. Ahora ha decidido abordar el tema en toda su gravedad y marcar distancia de su contendor republicano Mitt Romney.
Las reacciones frente a esto han sido muy diversas, pero muchas han sido negativas. Algunos sugieren, incluso, que el reciente descenso en la intención de voto de Obama podría atribuirse a su posición a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. En un país tan marcadamente dividido entre conservadores, entre los cuales se destacan los fundamentalistas religiosos del tipo de Santorum, y liberales, es complicado para un político optar tan nítidamente. Obama lo ha hecho y quizá ese sea un factor que le cueste caro. El lobby conservador será muy duro y la contracampaña de los medios enemigos del régimen también. ¿Pero cuáles son los argumentos para una oposición tan firme? La verdad es que estos son normalmente de orden religioso o de un origen religioso ya secularizado. Detengámonos un momento en este asunto, al menos de modo general.
¿Qué es lo que se afirma? Del lado religioso, se esgrime de un modo u otro, que la homosexualidad, y sus prácticas derivadas, constituye un atentado contra la moral y contra el plan divino. Dios habría creado solo al hombre y a la mujer, una alternativa distinta supone una desviación, en algunos casos se afirma que se trata de una enfermedad, en los más severos, de una acción demoníaca. Ahora bien, sería una grosería de mi parte decir que toda denominación religiosa se sitúa del mismo modo frente a este problema. La reciente no renovación de licencia a Gastón Garatea por parte del Cardenal Cipriani, precisamente, por el pronunciamiento del primero a favor de la unión civil entre homosexuales, no es otra cosa que el más cercano ejemplo de lo que digo. Sin embargo, lo cierto es que la oposición al desarrollo de políticas más inclusivas con la comunidad LGTB tiene como uno de sus pilares el apoyo de muchas iglesias. Iglesias que muchas veces no han dudado de hacerse cómplices de gobiernos autocráticos y corruptos con tal de proteger sus intereses pretendidamente morales. Piensen solamente en el franquismo o el silencio papal ante el régimen del Duce.
Otro frente de argumentación tiene la careta de ser meramente civil y es aquel que afirma que se trata de imposibilidades jurídicas, de problemas conceptuales y que, hasta que estos no estés precisados, no es posible tomar decisiones sobre el matrimonio homosexual. La ley consigna que el matrimonio es entre hombres y mujeres solamente, el matrimonio es un sacramento que administran las iglesias y, como tales, tienen derecho a poner ciertas reglas, etc., etc. Se argumenta, pues, haciendo del pasado un cómplice inadvertido, como si los tiempos no cambiaran, como si el elefante de la historia no fuese capaz de moverse, aunque lento. Como si las iglesias fueran clubes caprichosos o empresas que solo comercializan un solo tipo de producto, como una poco feliz analogía sostuvo hace poco en la prensa escrita.
(…)